Ojeando, pueblo indie

Ni un alfiler cabía en las calles de Ojén durante el pasado fin de semana. El festival Ojeando ha pasado, de una serie de conciertos con cierta tendencia al pop independiente patrio, a un punto de encuentro indiespensable en el calendario de festivales veraniegos en el sur de España. Con el handicap de tener que ceñirse al casco urbano de esta bucólica localidad malagueña, uno de sus atractivos por otro lado, la organización se afanaba en conseguir que los marabunta forastera fluyera con normalidad por las serpenteantes callejuelas que conectan los tres escenarios en liza. Así el viernes arrancaba esta cuarta edición en el escenario Plaza, pleno corazón del municipio, rodeado de veladores y con la iglesia frente con frente. Su reloj actúa como regidor y cantaba las nueve y media de la noche al tiempo que los locales The Inks enmudecían a los viandantes a guitarrazos. Al mismo tiempo, en el escenario Cueva ubicado en un rinconcito natural entre pitas y geranios a escasos metros del anterior la delicadeza de los granadinos Aurora encontraba una reverberación natural idónea. Una pena que un acto de sabotaje vecinal diera al traste con gran parte de la programación de este escenario, uno de los encantos del festival. Llegado el momento de inaugurar el escenario principal, Miss Caffeina lograron que el patio del colegio de Ojén estuviera casi lleno en el momento de comenzar su actuación.
La noche del viernes se antojaba cargada de sonidos adolescentes y testosterona a manta. Alguien dijo que a Triángulo de Amor Bizarro le faltaban canciones, pues en Ojén alguien le contestó que menos mal, porque si dura la descarga un tema más, los niños del pueblo se quedan sin cole. Catársicos, explosivos, un torbellino decibélico que cada vez controlan con más soltura. Lo de Supersubmarina es un guión soñado que se repite en cada actuación, fans incondicionales, cánticos a coro y actitud agradecida de los de Baeza. Lo que no era tan esperado, por lo menos para el que suscribe, era el conciertazo de Dorian, un grupo que ha abandonado ese maniqueismo electropop para adquirir una planta en escena elegante y portentosa, Marc interactuó con el público subiendo y bajando del escenario y propiciando el fin de fiesta que la noche del viernes apuntaba en el guión.
El sábado el ambiente era otro, lleno absoluto pero con un público más acorde con un plantel de artistas de audiencia más madura. Antes de nada reordenación de horarios, puesto que la caída del escenario Cueva obligó a reubicar a estos grupos en el situado en la plaza. Un espacio que vibró especialmente con el ska mod de Briatore. Al mismo tiempo en el patio escolar se ejercitaban El País Musicano. Muy voluntariosos y con un sonido equilibrado rubricaron un buen concierto con esa perla llamada “Tu mejor final” pues si excelente final. Pony Bravo era uno de los grupos más esperados de la noche, y la voz del Hacha abrió esa especie de ese envolvente recital de ironía. Dedicaron “Superbroker” al “tito Bautista” y “Noche de setas” al autor de la foto que ilustra esta crónica por razones más privadas. Y engancharon a los paisanos más escépticos con ese calipso llamado “El guarda forestal”. Lástima que las luces no acompañaran determinados momentos como “La Rave de Dios”. Echaron el cierre al grito de “China da miedo” a un concierto que para algunos se hizo corto. Para los seguidores de Nacho Vegas, que ya eran multitud, igual se hizo largo pero el asturiano les recibió con “Cuando te canses de mi”, algo que no parece posible a la vista de como fueron recibiendo un repertorio centrado en “La Zona Sucia” salvo clásicos como “Días extraños” al principio y “Perdimos el control” para finalizar. Desde la mesa, la mirada atenta de Christina Rossenvinge que también se desplazó a Ojén y la pericia del técnico Cesar Verdú para cristalizar la voz de Nacho y los arreglos, ese magnífico banjo por ejemplo, de Xel Pereda. Más desordenado parecía el sonido en el escenario con Sexy Sadie pero los nostálgicos disfrutaron de igual menera de esos ecos del protoindie que a fin de cuentas era para lo que los mallorquines se han vuelto a subir a un escenario. Para muchos Ojeando ha tocado techo y el objetivo para siguientes ediciones es seguir optimizando su oferta para impedir que, como le ha pasado a otros festivales de sus características, muera de éxito.