Nick, Alison y la bola de espejos

El británico arrancó en soledad con una de sus reveladoras delicias: “People Change”. Y vaya que sí, la gente cambia. También él. En 2013 vino sólo con su guitarra y se centró en el álbum de aquel entonces - “The Old Magic”- y la consiguiente batería de clásicos. En esta ocasión se acompañará de una banda -los fronterizos - y por aquello de las fechas sonarán muchos temas navideños del “Quality Street”. Este álbum es una maravilla, ojo, pero hay que decir que en esta ocasión el cambio no fue necesariamente a mejor.

Y es que la banda distrae de lo verdaderamente importante: Nick Lowe. Por no decir que el interludio surf instrumental a cargo de los Straitjackets fue discutible. Cuatro canciones rematadas por una versión de “My Heart Will Go On” que se podrían haber ahorrado. La primera tiene gracia. La segunda te empiezas a preguntar cuándo vuelve el señor de pelo blanco. La tercera cansa. Y la cuarta -sí, la de Titanic- directamente no te apetece.

Dicho esto, con el de Surrey sobre el escenario todo fue fantástico. Sólo verle, con esa madurez tan insultantemente bien llevada, reconforta. Muchos de sus coetáneos tienen que sufrir de lo lindo si cometen la osadía de compararse con el que fuera líder de Rockpile o Brinsley Schwarz. En lo musical, su facilidad para moverse entre estilos resulta encantadora: del bluegrass de “Without Love” al pop de su coreada “Cruel To Be Kind”. Todo fluye con extraña naturalidad.

En resumen: el grueso del show no alcanzó la excelencia de su estratosférico recital de hace tres años, pero siempre es un placer degustar lo que con tan buen gusto nos ofrece Nick Lowe. En los bises, ahí sí, pura emoción. Y es que si encadenas “(What's So Funny 'Bout) Peace, Love, and Understanding” al ralentí y una susurrada “Alison”, el público come en tu mano. Sin banda. Sin distracciones. Solos. Nick, Alison y la bola de espejos iluminando el lugar.