Las palpitaciones que notamos dentro del cuerpo al acercarnos lo suficiente al altavoz de una discoteca —o desde cualquier punto de la sala si está tan patéticamente vacía como La 2 de Apolo este pasado viernes— pueden servir como mecanismo para conectar con la experiencia: actúan como una letanía, como una constante en el estupor y el caos nocturno, un recordatorio de que para sentir ciertos sonidos es necesario formar parte de ellos. Si el bajo está demasiado fuerte, sin embargo, las vibraciones se vuelven intrusivas y vertiginosas — una exposición prolongada a esta cacofonía (sobre todo tras superar cierto número de chupitos) provocará náuseas o simples ganas de marcharse.
Los conciertos de madrugada pueden clasificarse a partir de una dualidad éxito-fracaso similar. Si el ambiente es el adecuado —la cantidad correcta de personas en el estado correcto de embriaguez y el artista correcto para rellenar todo el espacio que la iluminación y el DJ no pueden cubrir—, entonces funciona: el desorden puede ser cautivador, se puede edificar un éxtasis comunal a partir de la confusión que suele traer consigo la noche. Pero encontrar la energía perfecta en un club es un tipo de alquimia particularmente complicado. Si algo va mal — bueno, todo va mal.
Incluso antes de que Namasenda, la exportación pop más estridente de Suecia, se suba al escenario, está claro qué tipo de concierto será. Las entradas de Apolo están agotadas, pero es casi groseramente obvio que no es por ella: el sitio está desierto salvo por un puñado de fans acérrimos, los amigos a los que han arrastrado y las pocas personas que no quieren esperar al próximo DJ set en la desbordada sala principal. No es la primera vez que Namasenda pisa España —hace menos de un año presentó su última mixtape, “Unlimited Ammo”, en Madrid y Barcelona, y luego volvió en junio para actuar en la doble edición del Primavera Sound—, pero la familiaridad resulta ser contraproducente. Aparece repentinamente y algo tarde en zapatillas, un corsé negro y una chaqueta puffer recortada, y nos hace saber bastante rápido que el único esfuerzo que está dispuesta a hacer esta noche tiene que ver con su atuendo. Ya sea porque no está preparada o porque no le apetece, omite las introducciones y pasa directamente a fingir que canta “Snow”. Un par de manos se levantan la segunda vez que se refiere a sí misma como “Swedish hottie”, cuando el tema hace rato que ha arrancado, pero nadie parece especialmente impresionado.
La actitud mejora ligeramente con los pellizcos de voces y los sintetizadores centelleantes que indican el comienzo de “Finish Him”: pueden distinguirse un par de puños al aire descoordinados entre el público mientras el playback repasa una y otra vez la receta para destrozar al hombre que ha traicionado a Namasenda y esta parece recordar que lo que suena es su canción y que debería estar cantándola. Lamentablemente, vuelve a olvidársele cuando pasamos a “Dare”, y llegados a este punto cualquier devoto de PC Music se ofendería ante la falta de compromiso. Si hay algo por lo que se pueda elogiar al sello/colectivo además de por popularizar un nuevo estilo de música pop ruidoso y acelerado que ya ha producido innumerables imitaciones pensadas exclusivamente para hacerse virales TikTok (¡Oye, enhorabuena! ¡Ahora existe un algoritmo que se adueña de cualquier vestigio de originalidad mucho más rápido de lo que el mainstream tradicional hubiera podido jamás!), es por el exceso y el descaro. Si has estado en el concierto de algún miembro de PC Music —ya sea un set del fundador A.G. Cook, una de las fantasías celestiales de Hannah Diamond o una sesión de cardio coreografiada de la-no-exactamente-miembro-de-PC-Music-pero-sí-su-mayor-estrella-asociada Charli XCX—, entonces ya sabes que su marca se basa en darlo todo, sin concesiones. Mientras deja que el delicioso build-up de “I Could Die” se apague casi como si fuera ruido de fondo, la actuación de Namasenda destroza ese lema no oficial.
El resto del set continúa sin sorpresas: más allá de fingir que sujeta un volante imaginario durante “Vvolvo” a la vez que pronuncia de manera poco convincente “If you wanna roll sometime / You can come and ride with me”, Namasenda ofrece poco más que lipsyncs desapasionados de sus propias canciones que provocarían una expulsión inmediata en RuPaul’s Drag Race. En “☆”, su impronunciable pero magnético dúo con la vanguardista cantante francesa Oklou, se sienta junto a la mesa de mezclas y deja que la pregrabada angélica voz de su compañera haga todo el trabajo.
Namasenda desaparece durante un breve interludio y un par de personas también se van, quizá porque suponen que el concierto se ha acabado o porque deciden fingirlo. Terminan perdiéndose la sección más interesante de la noche: la sueca vuelve de su descanso más fresca al son de la explosiva “Black Ops 2” y permite que su voz se rasgue y se desfigure mientras se mueve por el escenario como si creyera que realmente está “winning now”. Cuando la introducción de “Demonic” empieza a chisporrotear como si hubiera sido conjurada de un sistema de alto voltaje, la pequeña audiencia acepta el calificativo como un reto. Es aquí cuando Namasenda se muestra más arrogante y confiada, pero ni siquiera intenta imitar la ya icónica nasalidad de La Zowi — es el público el que grita al unísono la genial aliteración “Siempre estoy pretty / papi dami un piti” e imita los falsos disparos que la siguen.
El estribillo increíblemente fácil de corear de “Banana Clip” y los latigazos balísticos que lo impulsan marcan el momento culminante del concierto, cuando la audiencia y Namasenda por fin encuentran su sinergia —“Hello, hello, ‘kay” se repiten el uno al otro—, pero aunque lo siguen algunos de sus éxitos más antiguos, más conocidos y más bailables, como la vibrante “Here” o la irresistiblemente empalagosa “Donuts”, el hechizo se pierde por completo. La gente en la primera fila se balancea fuera de compás y Namasenda hace un trabajo incluso peor intentando determinar cuál es el ritmo al que debería estar saltando. La luz se refleja en un guante con pedrería al otro lado de la sala cuando suenan las convulsiones eléctricas de “Wanted”, pero ambas cosas parecen distantes, ilógicamente débiles. Todo el mundo quiere irse a fumar, o a ver qué está pasando en la sala principal, o a casa. Por la rapidez con la que se desvanece del escenario al terminar la canción, no es difícil imaginar qué es lo que más deseaba Namasenda: desaparecer.

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