Liturgia negra
ConciertosMy Dying Bride ...

Liturgia negra

8 / 10
David Sabaté — 07-10-2025
Empresa — Madness Live
Fecha — 28 septiembre, 2025
Sala — Poble Espanyol
Fotografía — Eduard Tuset

Los nubarrones oscuros y la amenaza de lluvia, telón de fondo idóneo para la nueva edición del festival Okkult Session, se disiparon a lo largo de la mañana en una Barcelona de clima inestable. En su lugar, el Poble Español de Barcelona nos recibió bañado por el sol de inicios de otoño, la luz al final del mundo, como reza el título de uno de los álbumes más notables de la etapa intermedia de la trayectoria de My Dying Bride.

En su única visita a España, los británicos han sido el reclamo principal de esta edición del evento; un rara avis dentro del death doom y el metal gótico que ya desde sus inicios, junto a otros tótems del género como Paradise Lost y Anathema, han gozado de un estatus de culto y misterio mayor, si cabe, que el de sus coetáneos. Puede que se deba a las propias personalidades de sus integrantes o bien al hecho de ser una las bandas de este estilo menos prodigadas en los escenarios, motivo de peregrinajes al extranjero como el que los firmantes de esta crónica realizamos el pasado 2023 a Londres y anteriormente a festivales como Graspop, Fury Fest, Metalmania o Metalway. Pero esta vez nos visitaban en casa, algo que no ocurría desde 1996. Un lapso de casi treinta años, que se dice pronto.

Aunque esto llegaría al final de la velada, ya en plena noche. Ocho horas antes, a las cuatro de la tarde, la liturgia arrancó de la mano de los barceloneses TodoMal, banda de doom metal atmosférico formada por los exmiembros de Asgaroth Christopher Baque-Wildman (Dejadeath) y Javier Fernández (Harmpit) engrosada por músicos como Javi Félez (Graveyard). Llegados la madrugada anterior directamente desde el festival Under the Doom de Lisboa, en el que tocaron junto a Swallow the Sun y los propios My Dying Bride, su encaje en el cartel resultó perfecto. Sacaron rédito de sus dos discos publicados hasta la fecha, “Ultracrepidarian” y “A Greater Good”, y con apenas cuarenta minutos en el escenario lograron encandilar a los seguidores de Candlemass y demás afluentes del doom clásico, en este caso, con toques progresivos y de psicodelia atravesados por melodías melancólicas que bien podrían firmar Anathema o Katatonia.

Tras ellos fue el turno de Sylvaine, proyecto personal de la multi-instrumentista noruega Kathrine Shepard, quien saludó, cándida y sonriente, para abordar el cancionero más melódico de la jornada, con tesituras cercanas a Alcest y Myrkur. Con su ondulada melena rubia, casi blanca, al viento, agitada en un headbanging hipnótico, combinó voces dulces con desgarrados registros más propios del black metal y un desarrollo final en bucle que nos mantuvo bien arriba. Agradeció en repetidas ocasiones la oportunidad de volver a tocar en Barcelona, antes de interpretar “I Close My Eyes, So I Can See”, “Mono No Aware” o “Morklagt”, atravesado por blastbeats y guturales combinados con una afable espontaneidad y más sonrisas. ¿Quién dijo doom?

También desde Noruega llegó Gaahl’s Wyrd, banda capitaneada por el que fuera cantante de Gorgoroth, Gaahl, un icono de la escena pasada y presente de Bergen. Con el rostro pintado con su característico corpsepaint, trazos negros ramificándose en vertical sobre la tez blanca, su magnética presencia acaparó todos los objetivos de los fotógrafos, tanto profesionales como amateurs. Colgando sobre su pecho, una cruz invertida y un Mjölnir plateados. Parco en palabras, el desgarbado vocalista se limitó a anunciar los temas con dicción cavernosa, combinando con naturalidad voces limpias y desgarradas y algunos falsetes a lo King Diamond. El resto de la formación, joven pero técnicamente impecable, ejecutó las canciones con profesional frialdad. Arrancaron a toda velocidad para adentrarse poco después en las aguas más calmadas de su último “Braiding the Stories”, que intercalaron con la envolvente “Carving the Voices”, “Prosperity and Beauty” y “Through and Past and Past”. Silencios. Solemnidad. Dobles bombos. Medios tiempos y atmósferas black metal. Una propuesta oscura y retorcida que sigue explorando su propio camino con resultados estimulantes.

Candlemass

Y llegó el turno de Candlemass, auténticos bastiones del doom metal. El sonido de guitarras se volvió más grave, si cabe; rocoso y ardiente como si un torrencial de magma quisiera emerger bajo nuestros pies y partir en dos la montaña de Montjuïc. Arrancaron con "Bewitched" y para el tercer tema, un “Mirror Mirror” imponente, ya nos tenían atrapados en su espiral doom. A los pocos minutos, el bajista y líder de la banda, Leif Edling, quiso poner de relieve los 40 años de carrera de la formación. “Ha habido altos y bajos, pero estamos muy contentos de estar hoy aquí. Por cuarenta años más de doom”, proclamó lanzando un brindis al público. El buen sonido del recinto brilló especialmente con ellos, y el cantante Johan Langquist, a sus 62 años, demostró una vez más que conserva una voz portentosa. El festival de riffs, con cuatro o cinco de ellos para enmarcar en cada canción, prosiguió con cortes como “Dark Reflections” y otras más recientes como “Sweet Evil Sun” para rematar su incontestable reivindicación con una “Solitude” de guitarras canónicas vitoreada por un mar de puños al aire.

Por último, y tras presenciar el piromusical de La Mercè, una de las manifestaciones artísticas posibles más alejadas de My Dying Bride en cuanto a tono y significado, los ingleses fueron recibidos calurosamente. Una incógnita carcomía a sus fans más puristas: si el nuevo cantante Mikko Kotamäki, procedente de Swallow the Sun, estaría a la altura del anterior vocalista Aaron Stainthorpe. El reto era complicado, tanto por el variado y personal registro de Stainthorpe, como por su presencia escénica, marcada por la teatralidad y el dramatismo gestual. Nadie esperaba una imitación, pero el miedo a que se perdiera parte del carácter de la banda resultaba lógico. Quizás consciente de estar en el punto de mira, Kotamäki salió al escenario aparentemente intimidado, estático y agarrado en todo momento al palo del micrófono. Pero esto no fue lo peor; tampoco el escaso volumen de su voz, perdida entre capas y capas de reverberaciones. Lo más grave de su interpretación fue la carencia de garra, de sangre, de alma, algo nada secundario en My Dying Bride. En las partes más crudas estuvo a la altura (“She Is the Dark”), pero fracasó en los pasajes más introspectivos (“From Darkest Skies”). En contraste, destacó sobremanera la potente instrumentación, que avanzó en paralelo cimentada en bloques de guitarras lúgubres, con los dilatados riffs atonales de Andrew Craighan y Neil Blanchett y sus afinaciones graves aderezadas por violines y teclados; la instrumentación y ese halo intangible presente en su música, un manto negro y majestuoso que recorrió piezas de orfebrería gótica como “A Kiss to Remember”, “Like Gods of the Sun” o “The Cry of Mankind” y su letanía redentora. Y en todas ellas, gravedad y belleza. Un binomio muy doom que, a pesar de todo, perdura como esencia de una banda genuina.

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