Los mitos no mueren
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Los mitos no mueren

9 / 10
JC Peña — 08-07-2025
Empresa — Raccoon Live
Fecha — 05 julio, 2025
Sala — Raiffeisen Halle im Gasometer, Viena (Austria)
Fotografía — JC Peña

Ningún artista en activo mantiene una relación tan tortuosa con sus fans como el británico. No es sólo su alarmante porcentaje de cancelaciones in extremis -yo sufrí la del FIB allá por 2004, esta gira europea lleva que yo sepa tres, una de ellas, ¡ay! Madrid-; nadie más somete a sus sufridos acólitos a una dieta estricta de pretzels arenosos y pizzas insípidas.

Y a nadie se le ocurre intercalar entre sus abundantes hits material de dos discos fantasma grabados, pero sin publicar aún (con suerte, el más reciente verá la luz en septiembre, según acaba de anunciar el propio cantante).

Tampoco hay quien someta a sus fieles a una turra de cuarenta minutos con vídeos de su panteón de mitos para calentarles e irritarles a partes iguales: de The Stooges con imágenes de “Apocalypse Now” y la guerra de Vietnam, a Ramones, Judy Garland, Benny Hill, Alain Delon, David Bowie y oscuros artistas ingleses de los sesenta y setenta. Me lo imagino en su camerino disfrutando sádicamente de los impacientes abucheos de un público ansioso por verle salir de una puñetera vez.

Mitómano empedernido él mismo desde las portadas de los discos de The Smiths, el de Manchester sabe que las leyendas del pop no se construyen subiendo cada día chorradas al Instagram (¿no es cierto, Johnny?), sino más bien maltratando a aquellos a los que queremos cautivar. Es la misma dinámica que se da en las relaciones: el misterio revaloriza, demasiada visibilidad te convierte en un producto de saldo.

Y por eso, cuando por fin irrumpe con camisa desabotonada y tupé maltrecho cantando con dicción perfecta la tremenda “We Hate It When Our Friends Become Succesful”, todos los desplantes acumulados y excentricidades absurdas se evaporan como si no hubieran existido nunca. El viejo truco. ¡Aleluya!

Se genera la electricidad de las grandes ocasiones. No veo fotógrafos en las primeras filas. La banda suena rotunda, impecable. En el bombo, la única declaración política de la velada: “War Is Old”. Elegante y mordaz. Las proyecciones de fondo son discretas, siempre en blanco y negro, y muestran en bucle a figuras de la cultura pop del siglo XX. Morrissey también sale -naturalmente. Tienen en común eso que llamamos carácter, personalidad. Ir contra corriente cueste lo que cueste. Huir como de la peste de lo vulgar.

En la sala de Viena el británico exhibió un estado de forma vocal imponente apoyado en una banda mayormente joven que interpreta su repertorio con precisión y fanático entusiasmo. Su compinche creativo desde 2004, el guitarrista norteamericano Jesse Tobias, es el secreto mejor guardado de la fórmula, aunque probablemente el Jefe lo verá de otra manera.

Es precisamente ese individualismo narcisista elegante y ferozmente irreductible lo que lleva cuarenta años cultivando hasta sus últimas consecuencias. Una actitud tan anacrónica en estos días de lamer el culo a diestro y siniestro y repetir lo que dice todo el mundo para quedar bien ante la turba, que él alimenta con perverso deleite. Incluso cuando le supone llevar cinco años de sequía discográfica. Puede sonar paradójico, pero así se ha ganado una legión de fieles de todas las edades y nacionalidades, que llenaron el auditorio del complejo vienés.

El concierto fue impecable, emocionante por momentos, y eso que brillaron por su ausencia las concesiones facilonas. ¿Cómo las va a haber si hablamos de Morrissey? Sí, cayeron joyas imperecederas de The Smiths, claro, pero nunca las más obvias: no es casual que el cantante esté tirando últimamente del lado más glam de su ex grupo -“Shoplifters of The World”, “Last Night I Dreamt That Somebody Loved Me”-, y también del más romántico, con esa balada monumental que es “I Know It´s Over”.

“How Soon Is Now?” sonó desafiante -Bruce Lee de fondo-, como si se la echara en cara a un Marr que la ha recuperado en sus directos a pesar de sus limitaciones vocales. Que bueno, al guitarrista se le ocurrió el trémolo infinito, pero la letra y la melodía de voz es suya, ¿no? Aquello de “I am human and I need to be loved/just like everybody else does” no es poca cosa.

Tampoco renuncia a los hits que marcaron muy al inicio su carrera en solitario -“Everyday Is Like Sunday” siempre emociona-, pero además de las potables canciones de sus discos por salir -recordemos que su último álbum publicado, de la era pandémica, estaba bastante mejor que los precedentes- tira sabiamente de joyas de su irregular discografía en solitario: la melodramática “Life Is a Pigsty”, la fibrosa “All You Need Is Me”,“The Loop” con su alma rockabilly, y la apocalíptica “Jack The Ripper”, una de mis favoritas. Aquí la banda entera se ve envuelta en una ominosa bruma roja muy adecuada.

El artista no tiene problemas en romper el ritmo del concierto enredándose en discusiones absurdas con fans, que siempre zanja con alguna sentencia ingeniosa y sarcástica afectación. “Veréis que estas canciones no tienen mucho valor de entretenimiento, pero es que no se han hecho para eso”, suelta. Otra joya: “Supongo que a estas alturas sabréis que las estrellas del pop también se mueren. Yo no me pienso morir, a no ser que me matéis vosotros”. El público, en el bolsillo.

Otra cosa de la que muchos deberían tomar nota: en lugar de tocar al peso, Moz siempre te deja con ganas de más. Yo lo veo como una virtud. Soy más de calidad que de cantidad. Y creo que un concierto tiene que tener su justa medida.

Para el bis se enfunda una camiseta de Elvis y encadena el dramatismo de “Last Night I Dreamt…” del último disco de The Smiths y la brillantez melódica de la vibrante “Suedehead”. Antes se ha acordado de los responsables de la sala por no activar el aire acondicionado en un día especialmente caluroso en la capital austriaca, que además sufre la humedad del Danubio. “Si mañana no me despierto, que sepáis que ha sido por esto del aire”.

Tenía toda la razón del mundo, aunque se mostrara encantado de visitar una ciudad donde “ha nacido tanta gente notable” -única concesión-, y terminara haciendo honor al ritual de despojarse de la camiseta y entregársela a algún fan antes de regresar al Olimpo de sus mitos, donde la vida siempre es más interesante. Después, ruido blanco, luces y público desalojando la sala por una minúscula puerta lateral convertida en cruel embudo.

Dados como somos en España a fustigarnos por nuestras miserias, no viene mal ver cómo en el refinado corazón de Europa también se hacen cosas incomprensibles. Nunca pasa nada, hasta que pasa. Pero ya sabemos: por ver a Morrissey se hace cualquier cosa. Y con gusto. Si esta fuera la última vez, la despedida estuvo a la altura.

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