La octava edición de Mad Cool, tercera en el Iberdrola Music, destacó por la buena asistencia y los memorables conciertos de Iggy Pop y Nine Inch Nails. En especial, la Iguana, arropada por una banda excelsa, reivindicó su enorme legado con una actuación portentosa que se sobrepuso a incomprensibles problemas técnicos.
De hecho, los molestos apagones sonoros afectaron a varios artistas, comprometiendo la velocidad de crucero que ha alcanzado el evento.
Un macrofestival de estas dimensiones promueve el picoteo entre las variopintas opciones que incluso se solapan, dentro de un parque de atracciones de escenarios y marcas -con Lancôme promocionando a Olivia Rodrigo en una sinergia muy de este tiempo- que lo hacen viable.
Se celebra el tórrido verano madrileño en un entorno tan carente de sombras como agradable, mientras actúan artistas entre lo alternativo y lo abiertamente mainstream. Convive lo sublime con lo simplemente entretenido, y al público le corresponde separar grano de paja. La llegada masiva de jóvenes europeos -especialmente británicos- confirma que el concepto funciona. Cincuenta mil personas se congregaron cada jornada gozando de la oferta con un espíritu festivo muy veraniego.
En cuanto a las sombras, además de los mencionados problemas técnicos -injustificables en un evento de este calibre-, el equilibrio que el festival ha alcanzado respecto a la asistencia -recordemos lo de hace dos veranos- no acaba de solventar ciertas incomodidades: el largo peregrinaje del metro de Villaverde Alto al recinto y viceversa se sigue haciendo muy cuesta arriba. El caos de la recogida en la zona VTC -sufriendo cortes y desviaciones policiales que los conductores calificaban de incomprensibles-, o las aglomeraciones en el metro son otros elementos disuasorios.
Leyenda renacida
Todo esto no puede quitar el foco de lo importante: la música. El soberbio concierto de Iggy Pop eclipsaría al resto en una primera jornada que se encargaron de abrir los canadienses Mother Mother. Bajo un sol de justicia, para bien y para mal el momento más celebrado fue su versión de “Where Is My Mind” de The Pixies. Todo un síntoma.
Los californianos Fidlar hicieron lo que pudieron con su desaliñe garajero dentro de una de las carpas. Leon Bridges se propuso que los asistentes se sintieran mejor al acabar su set, con su soul pop tan correcto como carente de aristas. Justo de lo que van sobradas las canciones de Conor Oberst y Bright Eyes, aunque el volumen se hiciera insuficiente ante el eco de la norteamericana Gracie Abrams, la hija del director JJ -que también sufrió problemas técnicos.
En casi la misma franja horaria, un trajeado Geordie Greep volaría la cabeza a los numerosos asistentes a la carpa Mahou Cinco Estrellas con el jazz latino progresivo y chalado de su desbordante debut.
Iggy Pop estuvo a la altura de su leyenda. Es curioso, porque el concierto empezó gafado por un misterioso problema técnico que provocó un doble gatillazo nada menos que con “TV Eye”: por la PA sólo salían batería y voz. La cosa tardó veinte minutos en solucionarse, con Iggy y la guitarrista Sarah Lipstate repartiendo peinetas con risas nerviosas. ¿La maldición del festival otra vez?
Además, su anterior visita me dejó una impresión tibia. Pero solventada la avería y con una banda excepcionalmente empastada y cómplice -que incluye al melenudo multi instrumentista Charles Moothart, colega de Ty Segall, a la guitarra-, sonido poderoso y prestaciones vocales impecables, el norteamericano se salió de la tabla destilando la esencia eterna del rock. O lo que es lo mismo, de The Stooges, cuyo legado es infinito.
Sí, está arrugado como una pasa y camina con dificultades -a ver cómo estamos nosotros con 78 tacos-, pero en noches así sigue impartiendo lecciones a punkis de pastel que tienen un tercio de su edad. Con armas de destrucción masiva como “Search and Destroy”, “Raw Power”, “I Wanna Be Your Dog” o “The Passenger”, todo es más fácil.
Hablando de punks de opereta, y quizá por contraste con la sobriedad y carisma del frontman de The Stooges, el líder de Refused me pareció un posturitas. Los suecos descargaron su hardcore anguloso con energía y la carga política acostumbrada; lo de recomendar a su público que no trabaje, actuando en un festival como Mad Cool y vendiendo sudaderas a 60 pavos, tiene bastante gracia. En cualquier caso, recordaron que volverán a Madrid en otoño en el marco de su gira de despedida.
Coincidió con su bolo el de los británicos Muse -sustitutos a última hora de Kings of Leon-, cuyo rock espacial progresivo despegó propulsado por un sonido arrollador que parece mentira que venga de tres músicos; pirotecnia visual y sonora coronada por los fuegos artificiales que acompañan su hit “Starlight”, y todos contentos.

Weezer
Los norteamericanos Weezer tuvieron que remar contra corriente por el gigantismo abrumador que les precedió (y la previa exhibición de Iggy Pop y sus músicos). Y eso que hicieron lo que tenían que hacer, tirar de material de sus modestos clásicos, dejando “Buddy Holly” para el final.
La apisonadora de Nine Inch Nails
Los contrastes iban a intensificarse el viernes. Un abismo separa el synth pop de autor de los siempre agradables Future Islands -con los contoneos habituales de su frontman Samuel T Herring, que agradeció al sol que no acabara con él-, del pop noventero de una Alanis Morissette tan sobrada de voz y entusiasmo juvenil como de azúcar, y de las melodías entre el gótico y el pop ochentero de guitarras limpias y ritmos robustos de Alcalá Norte.
La meteórica progresión de los madrileños se plasmó en un concierto lleno de público, apoyado con proyecciones bizarras y sonido decente. La banda estuvo suelta y sólida. Hubo versión de “Los Planetas” y “La calle Elfo”, con homenaje friqui a los hobbits de la Comarca, fue uno de los hits del festival. Para terminar, el batería Barbosa nos emplazó a la doble Riviera que se marcarán en diciembre.
La tarde se fue poniendo fresca, e hicieron acto de presencia los australianos Jet, que siguen apostando por el rock and roll entre el garaje y el legado de sus compatriotas AD/DC, sólo que sin el fuego de estos. Es un poco lo mismo que les veo a los británicos Kaiser Chiefs, compañeros de generación que no creo que pasen a la Historia del rock.
El folk pop pulcro e inofensivo de un agradecido Noah Kahan congregó a muchos fans en el escenario Orange. En la carpa Mahou Cinco Estrellas, desde Boston Dead Poet Society dejaron buen sabor de boca con su post hardcore con sustrato de blues primario.

Trent Reznor
Y llegamos al plato fuerte del día: desde el escenario Region of Madrid, Trent Reznor y compañía, precedidos por un tema misterioso de “Twin Peaks”, hicieron justicia a su reputación.
Muy pocas bandas, por no decir ninguna, tienen la demoledora puesta en escena del norteamericano y sus acólitos -Ilan Rubin, vaya pedazo de batería-, que replicaron los sensaciones de su anterior visita, añadiendo incluso más matices: pasan de la ferocidad industrial al asalto punk, el rock asilvestrado, el misterio electrónico y el baile perverso con una maestría que tiene su clave en el volumen y calidad del sonido.
Y todo sonó sublime, de “March of The Pigs” a “Less Than” o “The Perfect Drug”. Semejante equilibrio entre sobria visceralidad, precisión y ambición artística es algo único, y más en un escenario de estas dimensiones.
Les había precedido la DJ ucraniana Miss Monique en la abarrotada carpa de The Loop con su house progresivo. Este año el recinto estaba semi abierto y sin aire, pero el efecto hipnótico sobre los asistentes era el mismo, y el set sin fisuras de la ucraniana fue de los más bailados.
Sábado de rock y pop juvenil
Puede que el sábado careciera de un cabeza de cartel del calibre de los triunfadores de los dos días precedentes, pero el público respondió igualmente. St. Vincent volvió a exhibirse sobre el escenario: sensualidad melódica y rítmica, guitarras angulosas y quejas por el sol, aunque la tarde se había puesto sorprendentemente agradable. Las dos primeras canciones sufrieron apagones instrumentales, por cierto.
Mis prejuicios y juicios me impiden tomarme en serio a un grupo como 30 Seconds to Mars, pero hay que reconocerle los méritos a un jovial y sobrado de voz Jared Leto. En su ambiente natural, se metió en el bolsillo a su público, al que invitó a subirse al escenario montando una fiesta. En cualquier caso, su lado emo, por excesivo que sea, es bastante más potable que cuando se meten en el pop épico pachanguero.
Justo después, Arde Bogotá ejercieron de cabezas de cartel en el mismo escenario Orange que pisó Iggy Pop, y convencieron a base de sobriedad rockera y humildad. La cuidada escenografía desértica arropó las muy coreadas canciones de los de Cartagena en una actuación sin fisuras. Coincidía con su bolo el indie modernillo de Glass Animals, y también alguna propuesta que atrapó por sorpresa. Fue el caso de la banda de Liverpool Luvcat, que, liderada por la joven y rubia Sophie Howarth, derrochó elegante melancolía norteña.

Olivia Rodrigo
A continuación, el pop adolescente de la jovencísima estrella norteamericana Olivia Rodrigo congregó a una multitud de fans, que se hartaron de cantar con ella. Era lo previsible. Los toques de contundencia rockera de su banda no ocultan la esencia de una propuesta, que es lo que es. Por muchas versiones de The Cure que hiciera en Glastonbury, que está muy bien.
Culminaron la jornada (y el festival) la electrónica rockera de los franceses Justice y las guitarras quebradas de los británicos Bloc Party, que hace mucho tiempo que tuvieron su momento. Tras el epílogo del Brunch Electronik dominical -primero del festival, por cierto, al que asistieron casi trece mil valientes-, la organización emplazó a los asistentes a celebrar el décimo aniversario del festival en 2026. Seguro que habrá sorpresas y nombres de relumbrón. Esperemos que no haya apagones.

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