Los buenos siempre ganan
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Los buenos siempre ganan

9 / 10
Daniel Caballero — 31-07-2025
Fecha — 30 julio, 2025
Sala — Estadi Olímpic Lluís Companys, Barcelona
Fotografía — Cassidy Meyers

Contó Kendrick Lamar para Complex en una entrevista en 2012 que cuando nació lo llevaron de vuelta a casa en un coche Buick Grand National Regal GNX del año 87. 38 años después, el primer coche que transportó el pequeño cuerpecillo de Lamar es tomado para titular tanto su álbum más reciente como este Grand National Tour, anunciado justo después del show de Lamar y SZA en la Superbowl, que ha recorrido Norteamérica y ahora está haciendo lo propio en Europa, también con siete conciertos de Kendrick Lamar en solitario programados para Australia y Latinoamérica. El Grand National Tour llegó a Barcelona siendo ya, según Forbes, la gira conjunta más lucrativa de la historia generando, solo en sus primeras 23 fechas, 256,4 millones de dólares y superando por 3 millones el On The Run II Tour de Beyoncé y Jay Z.

Kendrick Lamar llegaba como el rapero más importante del último año, nunca jamás tuvo un momentum como este, por eso es poco probable que este contexto se repita. En en la cumbre de su carrera. 2PAC en el 96 recién salido de la cárcel y lanzando “All Eyez On Me”, Biggie haciendo lo propio con “Ready To Die” en el 94. A ese tipo de puntos cumbres me refiero. Y Kendrick a sus espaldas con el tórrido enfrentamiento con Drake, probablemente, el más salvaje, belicioso y mediático que se recuerde desde la guerra de costas: acusaciones de pedofilia, violencia doméstica y mucha mala leche en las palabras de cada uno.

Por su parte SZA aterrizaba como una artista en primera línea de influencia en la redefinición del R&B contemporáneo a raíz de su aclamado disco “SOS” -le valió 3 Grammy- y su reciente edición deluxe “Lana”, además de cosechar varios números #1 con su camarada en “Luther” y “All The Stars” para la banda sonora de la película "Black Panther". En definitiva, una de esas artistas que nacen con el don natural de cantar.

En total 2 horas y media de duración y 51 canciones que repasaron el grueso de sus álbumes, con unos visuales de tronío, espectaculares. Los dos grandes pantallones se iban tematizando acorde a la proyección del imaginario del artista. Las dos pantallas, como pasa en otros conciertos, no se usaban como un mero receptor de la señal de la cámara, sino que incluían efectos, filtros y transiciones que elevaban la experiencia porque un concierto, no olviden, debe ser algo más que tener al artista delante. No es lo mismo ver a Kendrick Lamar rapeando “Alright” con un visual simple detrás de él, que si incluyen imágenes de cupones de comida, casas de empeños para conseguir dinero fácil o vicios como el alcohol, que tanto estragos ha hecho en la población pobre afroamericana, quintaesencia de la obra de Lamar. Lo mismo con la legión de bailarines que les acompañaban, en el caso de Kendrick Lamar, estilizados como si se tratara de un ejército fiel que sigue con paso firme a su comandante, en el caso de SZA, vestidos con motivos florales y botánicos, ampliando al radio de acción de cada movimiento de la cantante.

Fue un bonito calentamiento de piernas a cargo del DJ Set de Mustard que hasta puso el “Tití Me Preguntó” de Bad Bunny. A las 20:11: “Siento aquí tu presencia / la noche de anoche / y nos ponemos a llorar”, cantado por la mexicana Deyra Barrera, era el inicio de “wacced out murals” ante 48.000 asistentes, una canción que habla sobre soportar la presión extrema y mantenerte firme en tus convicciones. Y Lamar apareció emergiendo desde abajo del escenario, con el Buick, y ataviado con sus ya clásicos baggy jeans, una gorra, una camiseta negra sencilla de manga corta, una camiseta interior de manga larga y un cadenón de diamante en forma de equis, alusión al coche, de nuevo.

Le siguieron “Squabble Up”, “King Kunta” y “Element” antes de tocar “30x30” junto a SZA. El concierto se dividió en una especie de actos separados por interludios donde los visuales mostraban lo que parecía un interrogatorio a los artistas. SZA tocó canciones como “Love Galore” y la vitalista mid tempo de “Broken Clocks” de su primer álbum “Ctrl”. SZA vestía un body con tonos rojizos que luego iría cambiando a atuendos de tonos verdosos para que coincidieran con la línea estética de sus álbumes. Tres de los momentos clave de su actuación fueron la interpretación de la hermosamente vulnerable “Kitchen” a lomos de una hormiga gigante mientras caía una cortina de fuegos artificiales “Dancing and kissing the kitchen / Makes me forget, I forgive him”. También cuando cantó “Nobody Gets Me” suspendida en el aire con unas alas de mariposa. O el pepinazo que tiene con Doja Cat, “Kiss Me More”, finalizando gráficamente con el “all on my tongue, I want It” mientras, de nuevo, explotaban fuegos artificiales. Curioso contraste. Los riffs electrizantes del guitarrista que la acompañaba -menudo portento- también pusieron patas arriba la psicodelia del público en “F2F” o “Scorsese Baby Daddy”. La cristalina relajación de “Good Days” fue bellísima. Al igual que la goteante y centelleante “All The Stars”, cantada por los dos mientras todas las tres gradas se iluminaban con los móviles a la vez que fuegos artificiales adornaban el cielo de Barcelona. Kendrick Lamar siguió a golpe de ese fraseo insistente y amenazante en “peekaboo” y “Dodger Blue” con tributo incluido a Mac Dre, rapero fallecido en 2004, poniendo su nombre sobre unos dados del escenario. Del introspectivismo “N95” de “Mr.Morale”, al triunfal “Humble”, pasando por el orgullo raítico “DNA” de “DAMN, que reventó gargantas, e incluso también rapeó de “Good Kid, M.A.A.D City” la gran “Swimming Pools” y también, curiosamente, “Poetic Justice”, la colaboración que tiene con su archienenemigo. El júbilo ya era imparable.

El primer tiro hacia el canadiense lo hizo con “Euphoria” donde, iluminado desde lo alto de las escaleras con un halo de luz, se regodeó agusto de su víctima ante miles de fieles “But don't tell no lie about me and I won't tell truths 'bout you”. El siguiente tiro fue su verso en “Like That” en el que proclamaba que no había “big 3, just big me”. Y el siguiente no fue un tiro, fue un misil balístico tierra-hombre: “Not Like Us” reventó el Estadi como si lo hiciera un camión cisterna. “Certified Lover Boy? Certified pedophiles” [...] Tryna strike a chord and it's probably A minor”. Todo el estadio lo cantó al unísono, fuegos de por medio, efectos especiales, collages surrealistas en las pantallas. Sea más o menos performativo, pero el público ha encontrado en Kendrick Lamar un ancla que vela por la forma y el fondo de un género con más de 50 años de historia y donde ahora su intrínseco carácter social, combativo y proderechos está siendo fulminado por la ausencia de fricciones y consecuencias negativas. Al menos, deja entender, que si tocan al rap con manos sucias o forasteras, habrá consecuencias. No es poca cosa. El arte de la guerra.

Y para bajar las pulsaciones y abrazar un poco la paz “Luther” y, finalmente, “Gloria”, mientras firmaban decenas de discos y SZA decía “¡¡os quiero!!” en semiperfecto castellano. Pocos segundos después ambos se montaron en el Buick, comenzaron a descender, y el show finalizó. Aquel Buick que lo llevó del hospital a casa cuando nació, ahora lo lleva a cerrar cada concierto de la gira-momento más álgido de su carrera. La vida.

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