El club de los corazones rotos
ConciertosKevin Kaarl

El club de los corazones rotos

7 / 10
JC Peña — 21-09-2025
Empresa — Sonde3
Fecha — 17 septiembre, 2025
Sala — La Riviera, Madrid
Fotografía — Víctor Moreno

Kevin Eduardo Hernández presentó en Madrid su álbum “Ultra Sodade”, que es como el mexicano bautiza el estado de ánimo por el que pasas cuando te rompen el corazón. El término se lo inspiró una melancólica canción de la artista de Cabo Verde Cesária Évora, repleta de esa nostalgia tan portuguesa. No es una referencia que maneje cualquiera, y menos de su edad.

Tiene mérito haber sacado tres discos y un EP con apenas 25 años -y toda una vida artística por delante-, pero es que el vocalista exhibe una rara madurez con sus canciones de sentimientos a flor de piel a las que, con muy buen juicio, no añade sacarina. Al de Chihuahua le podemos emparentar con Santiago Motorizado, o incluso artistas anglosajones que practican la americana elegante: no es casual que haya pasado por el mismísimo Tiny Desk.

El vocalista sale al escenario acompañado de su banda habitual, que incluye a su hermano gemelo Bryan a los teclados y trompeta (también es su productor). Visten con mono de mecánicos porque vienen a arreglar el corazón de su público, que es el primer paso para arreglar el mundo. No es el único toque irónico: los comentarios de Kevin tienen un humor seco que se agradece, salvo cuando se rebela contra el odio que parece atravesar (quizá engañosamente, viendo la buena entrada a la sala madrileña) el mundo.

Porque las canciones, entre la americana y el pop soñador, son tan tiernas como sencillas, con un regusto a menudo vintage. La razón puede estar en su estilo vocal -a veces un poco monocorde-, y también en los elegantes arreglos que le arropan. En bastantes ocasiones le dejan casi a solas con su acústica. La puesta en escena es igualmente sobria. No le hace falta pirotecnia a esta especie de Roy Orbison juvenil del siglo XXI.

El público, mayoritariamente juvenil, está rendido desde el primer minuto al trovador de los estragos sentimentales, y sigue con total complicidad la hora y casi tres cuartos con que les agasaja con sus canciones de desamor (y alguna de amor). Quizá es un poco excesivo, teniendo en cuenta que la cadencia de las canciones es similar. Pero resulta refrescante comprobar que hay chavales cuya música desnuda que convoca emociones esenciales se postula como reacción a la parafernalia sintética y vacua que nos ha empachado durante años.

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