El gallego es un buen exponente de eso que antes se llamaba “carrera de fondo”. Su estupendo concierto en el noble escenario madrileño -cada vez más proclive a dejar entrar a músicos relacionados con el pop-, cierre del ciclo veraniego Revolution' 65, pudo entenderse como culminación de una trayectoria larga y manejada con sabiduría que se remonta ya un cuarto de siglo.
Mucho ha llovido desde que empezara en esto, literal y metafóricamente: dejando a un lado tantos conciertos, una ristra de álbumes y muchas canciones en los que el coruñés ha pasado del indie filo-anglosajón a las raíces de la música en castellano y gallego -dejándose por el camino los prejuicios-, con un gusto tendente hacia una sensibilidad que une ambos lados del Atlántico.
Y lo prometido se cumplió: tras la intro de Los Brincos, una hora y cuarenta y cinco minutos en los que Xoel López y sus tres (cuatro, si sumamos al teclista y productor Juan de Dios Martín) versátiles músicos se lo dejaron todo para hacer justicia a sus canciones. El coruñés -con sus padres entre el público- fue contando la intrahistoria de cada una de ellas con menos nostalgia de la previsible, mucho agradecimiento y ese optimismo socarrón que compensa la melancolía de bastantes de sus melodías.
En la promoción de su más reciente “Caldo Espirito”, el compositor afirmaba sentirse en su mejor momento, y eso es algo que se transmitió de sobra este domingo. Qué mejor entorno que el proscenio del noble escenario madrileño, con su excelente acústica. Lejos de sentirse intimidado por la solemnidad del marco y la lujosa “chocita” donde se encontraba -aunque aseguró que era de los conciertos que más nervioso le han puesto-, y subrayando que Madrid es su casa, Xoel y los suyos sacaron partido al privilegio de actuar allí, proponiendo a sus fans una actuación especial que tocó casi todos los palos de su cancionero.
Desde cierta contención con los amplificadores y la puesta en escena -en el Teatro Real hay que ir con tiento-, el gallego fue saltando con soltura del pop elegante al folk, la psicodelia con raíces, el rock, los ritmos latinos, el funk de autor a lo Bryan Ferry, e incluso el merengue. Xoel estuvo impecable con su voz, como acostumbra. Sus músicos también. La magia comunal asomó en momentos como la relectura de su hit “Que no”, temprana declaración de intenciones que le ha traído hasta aquí.
Entre medias, guiños a 1965, ese año bisagra donde la música cambió para siempre: dos certeras versiones de The Beatles, “Love Minus Zero/No Limit” de Bob Dylan fusionada con canción propia, y homenaje a The Who en el desmelene rockero del final. “Somos muy melómanos”, aclaró por si había algún despistado.
El público que llenó el majestuoso teatro cantó y coreó con ganas -bailando también al final-, arropando a un músico honesto y sensible que se ha ganado a pulso el momento dulce que atraviesa.
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