Nueva edición del Festimad, marcada por los cuatro grandes cabezas de cartel. Eso explica en cierto modo que el tirón popular de unos u otros determinara la pobre asistencia del viernes y el overbooking del sábado. Abrieron el trío madrileño Nothink, ganadores del concurso Emisión Festimad’04 y banda que evoca a Bush y Foo Fighters. Sobrinus regresaban al escenario del lago rememorando su debut en la primera edición. Han pasado los años y ahora el grupo presenta temas pertenecientes a su disco autoeditado “13 muecas compiladas”: excelente sonido y calurosa acogida de público. En el escenario grande, el rap cubano de La Fres-K nos recordó a sus compatriotas de Orishas y el dúo Akwid intentó conectar con el escaso público que se congregaba frente al escenario. Su flow latino, nacido en Los Angeles y regado con las influencias mejicanas más profundas, no sirvió de aliciente para un público adormecido y que desconocía casi por completo el repertorio. Atom Rhumba ofrecieron uno de los conciertos más destacables del viernes, su agresividad e inteligencia insuflaron un oxígeno que venimos echando de menos en los grupos de aquí, nuevas corrientes para el rock que bien valen asistir a su show a las cinco de la tarde, todo lo contrario que It´s Not Not, una pequeña tomadura de pelo que esperemos acabe pronto. Dieron paso a Maple, que tuvieron que vérselas con el sonido infernal de un escenario B-Core que dio más de un disgusto, y a ellos les dejó ciertamente descolocados. Todo lo contrario les ocurrió a Kannon: asaltaron el escenario del lago con muchísimas ganas y energía para presentar en exclusiva algunas de las canciones de su nuevo tercer disco “Intro”. No faltaron temazos como “Arde”, “Imagina” o “Ruido” que consiguieron poner una vez más patas arriba el césped del parque de El Soto. Al mismo tiempo y en el grande, Violadores del Verso partían como favoritos en la muestra de rap que se desarrolló el primer día de festival. Su mensaje sonó alto y claro, constatando su valía, pero ni enganchó ni caló lo esperado entre los miles de almas que pasaban frente al escenario principal. Un poco más tarde, y a pesar del exacerbado apoyo de sus fans más incondicionales, la banda finlandesa The Rasmus pasó por el escenario del Lago sin pena ni gloria demostrando ser un grupo de un solo hit (“In The Shadows”). Mejor no hacer mención a reminiscencias a lo Bon Jovi... Quién sí levantó pasiones fueron Jet. Aunque la prensa les ha aupado al carro del revival del rock setentero -sirva como ejemplo The Strokes-; su directo, al contrario que el de los de Nueva York (enérgico pero con actitud pétrea), resultó ágil, hilarante y comunicativo. Al mismo tiempo salía al escenario la gran atracción del día: Patti Smith. Algo grande está pasando cuando “Gloria” es coreada por miles de almas. La última gran figura femenina del rock mira desafiante. Gran concierto y un único “pero”: todo termina sin prácticamente llegar a la hora, difícil de entender teniendo en cuenta que poco más había en el cartel ese día. Después tan sólo Ben Harper y sus Innocent Criminals (Juan Nelson al bajo, Dean Butterworth en la batería y David Leach a la percusión; a cual más virtuoso). Cerraban la noche presentando “Diamonds On The Inside” y, aunque su actuación fue sobresaliente, quizás la hora no resultó la más adecuada para un repertorio basado en medios tiempos donde la intensa fragilidad soul dio paso a una vertiente rockera pujante e impetuosa. El sábado arrancó con la descarga sónica de los contundentes Nisei, desgraciadamente víctimas del sonido apelmazado del escenario. También afectó en parte a Half Foot Outside, G.A.S. Drummers o Standstill, quienes no lograron sobreponerse de las inclemencias sónicas, pese a los vanos intentos de Enric, su cantante, que se desgañitó mayormente en la lengua de Cervantes como requería la presentación de su último largo. Mejor suerte corrieron Madee, transmitiendo esa nitidez de la que hacen gala en sus discos. Pese a lo limpio de su sonido con guiños a los irlandeses más universales y también a Echo And The Bunnymen, Capi acabó estampando su guitarra contra el suelo debido a varios contratiempos técnicos. Uno de los grupos que más público atrajo a pie de escenario fue Terroristars. Su música y su imagen -a medio camino de la estética de “La matanza de Texas” y “Re-Animator”- captaron la atención de casi todos los asistentes. Temas como “Padre sin fe” o “Traidor hijoputa” sonaron entre chistes y parodias a Korn y Rammsteim. La falta de prejuicios que tienen Young Heart Attack les dota, en escena, de un gran atractivo. Su rock basado en AC/DC, los coros femeninos de B-52´s y las canciones robustas puso el punto divertido en el escenario Sol Música. En el escenario grande, Delorean se encontraron algo perdidos. Recordamos a Radio 4 en la edición anterior y se hace evidente cuánto les queda por aprender; exactamente lo mismo que les ocurre a Tokyo Sex Destruction, desbordados ante las dimensiones del escenario. Flaco favor les hizo también el hecho de que se les programase justo antes que a The (International) Noise Conspiracy, quienes barrieron de principio a fin a la mayor parte de los artistas vistos hasta el momento en el festival. Para ello no tuvieron más que desplegar sus canciones enérgicas, su actitud y esa estética art punk que nadie sabe imitar con el suficiente acierto. El final de su actuación, con Dennis Lyxzén navegando sobre los brazos del público, supuso el significativo colofón a una actuación brillante. Mientras el ambiente se caldeaba para Pixies, The Blood Brothers se dejaron la piel con su hardcore extremo que no logró conectar con el público (tal vez demasiado indómitos para el público del festival), The Datsuns convencían, aumentando la temperatura de la audiencia a base de vitalidad y resquebrajando tímpanos con las canciones de sus dos discos. Y llegó el momento: Pixies se dieron un baño de multitudes. Cosecharon la algarabía de la muchedumbre en números como “Where´s My Mind?”, “Wave Of Mutilation”, “Tame”, “Here Comes Your Man” o “Debaser”. Y corroboraron su excelente estado de forma que era inversamente proporcional al de los fondones físicos de Frank Black y Kim Deal. Cerraron el festival con un sonido francamente atronador los estadounidenses Korn, que extrajeron el máximo partido a su bajo demoledor y a sus guitarras de serrería. Las contorsiones de Jonathan Davis, eso sí, no lograron sacudirnos de encima la sensación de monotonía que acaba transmitiendo su repertorio
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