Todavía recuerdo la ilusión que me hizo leer el nombre de Ethel Cain entre la letra pequeña del cartel de Primavera Sound de 2024. Me resultaba una de esas artistas imposible de presenciar en nuestro país, fuera del marco de un evento como el del festival barcelonés por excelencia. Pero me equivocaba. Poco podía imaginar por aquel entonces que, año y medio más tarde, tendría la ocasión de poder disfrutarla de nuevo en lo que sin duda resulta su hábitat natural: una oscura, abarrotada y entregada sala de conciertos. Allí donde las tenebrosas notas de su música y el doliente plañido de su voz consigue alcanzar cotas más altas.
Poco podía imaginar, también por aquel entonces, que año y medio más tarde Ethel Cain tendría en su peculiar zurrón dos nuevos trabajos. Uno tan inclasificable y pesadillesco como “Perverts” y otro más terrenal, luminoso y plácido como el magnífico “Willoughby Tucker, I’ll Always Love You”, largo sobre el que basó buena parte de su show, y que viene a demostrar que el vasto y singular universo de nuestra protagonista no ha parado de crecer, ofreciendo una multiplicidad de aristas, unas punzantes otras delicadas, pero siempre singulares y únicas.
Ethel Cain es por tanto una rara avis. Una especie en vías de extinción a la que hay que cuidar porque va a darnos muchas alegrías. Y es que con ella, y con su música, uno tiene la certeza de que no es solo lo que ha ofrecido y crecido hasta la fecha, sino lo que va ser capaz de engendrar en el futuro. Solo hay que comparar su actuación de anoche con la que comentaba al principio en el Primavera Sound y el salto resulta brutal en todos los sentidos.
Oscuridad, niebla, una nota suspendida, larga, de esas que penetran hasta el más vibrante tímpano y plas. Un foco blanco y ahí la tenemos. Su silueta negra y sobria resalta parapetada tras una cruz que le sirve de atril y soporte para asirse. Encadena Janie” con una “Fuck Me Eyes” que suena rotunda en su fraseada letanía, mecida por los coros de un público que se sabe muy conocedor de sus canciones. Pero, tras regalarnos dos temas más de su último disco como “Nettles” y “Dust Bowl”, y me da por pensar que no va a atreverse a incorporar ninguna de las bajadas al infierno sonoro de “Perverts” , va y se saca de la chistera el enlace de “Vacillator” con “Onanist” y la atmósfera de la Razz se torna doliente, pesada, hipnótica. Su voz susurra, la batería se ralentiza y los arpegios de la guitarra van marcando el deambular lento de una música espectral que va creciendo poco a poco, hasta derivar en un infernal crescendo sobre fondo rojo y entre niebla, muchísima niebla. Y es aquí cuando me sorprendo a mí mismo mirando a mi alrededor evaluando que una propuesta tan exigente haya calado entre un público al que sí me imagino en un concierto de Florence + The Machine, pero no en uno de Swans o Godspeed You! Black Emperor. Curioso, muy curioso. Pero algo tiene Hayden Anhedönia que la hace única.
Cambio de color del telón de fondo que se torna azul con tonos púrpuras. Nunca una iluminación tan simple me resultó tan efectiva. Entona “Tempest” con poderoso lamento y, tras dar las gracias al repspetable, suenan los acordes al piano de “Sun Bleached Files”. El público la reconoce rápido, enloquece, chilla y la acompaña en esos enormes versos que dicen: “Dios te ama, pero no lo suficiente para salvarte” y todo resulta esclarecedor. Ethel Cain tiene ese don de hacer que su mundo se universalice y cale hasta los más profundo.

Con pena llegamos al último tramo. El estado de trance colectivo va a llegar a su fin, pero antes tendremos el placer de disfrutar de una espectacular “Thoroughfare” que empieza con ella tocando la armónica y que ira creciendo muy lentamente hasta una eclosión final en la que la sala cierra los ojos de forma colectiva y se imagina en ese oeste imaginario al que nos invita la canción. Y es entonces cuando llega el momento de encadenar “Crush”, extraída de ese Ep titulado “Inbred” de 2021, y con la que ofrece esa cara más pop, accesible y amable, con una “American Teenager” que la puso en el mapa y que es en buena medida responsable de que la estemos disfrutando hoy en una sala repleta. Y es aquí, ya al finalizar el concierto, cuando uno se da cuenta de que en el universo trazado por Ethel Cain pueden convivir la adolescente tonada pop más delicada con el lamento más desgarrador, espectral y doliente. Todo tiene cabida en este mundo musical tan rematadamente único.

Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.