Aun queda un regustillo que nos traslada hasta Jerez. Una pena que esté tan lejos de la clásica chimenea granadina del Espárrago. Pero no importa, la distancia, al final, se convierte en aventura y aire de festival. A primera hora del Viernes Santo, sorteando las recomendaciones de los obispos, los sonidos de algún soundcheck dejaban imaginar lo que nos esperaba horas más tarde. Trasiego de equipos, instrumentos, focos y mesas de mezclas despertaban ya el festival dormido. Aquello era una feria, un circo itinerante con caras que recordabas de otros lugares, carpas y escenarios. Francis Cuberos, el organizador, móvil en mano y nervios de estreno, lucía pelo de rojo para la ocasión. Los Maldita Vecindad y Aterciopelados estaban en el set de prensa. Hablaron de «Calaveras y Diablitos», mestizaje y fusión. Las puertas se abrieron y el circo empezó. Una chica rubia, Sunflowers, desafía la soledad del escenario Munster. Las guitarras rugen, la gente se acerca. La batería explota, la voz impacta. El Munster vive. El Espárrago existe. Todo se ha convertido en un ir y venir. Chicos, chicas, músicos. Los chiringuitos ofertan alpargatas jerezanas (pan de hogaza tostado) mientras comienzan Aterciopelados. Cadencias sensuales al sol de la Bética. ¡Y que sol! Hay gradas tras el Munster que no llegan a ser ocupadas. ¿Qué pasa en la gran carpa? Flamenco a la sombra. Rock al sol. ¿Chupacabras? Estos chicos son de Jaén, ganaron el Lagarto Rock del año pasado. La calle del zoco, pista de carreras, es un ir y venir de gentes con bocatas. Buscan la sombra, y la birra. Los más duros se movilizan, melenas trenzadas, pantalones coloristas, camisetas negras. En el Pepsi rugen las guitarras de una forma espectacular. Son irlandeses y británicos (juntos) y una voz sobresale «¡Quillo, illo, illo, illo... No todos somos guiris. Que esta es mi tierra. He tardado años en conseguir traérmelos para Andalucía!». Era el bajo de One Minute Silence que, entre salto y salto, patada y salto, arrojó tralla para romper tímpanos no experimentados. El Pepsi era un hervidero. Detrás de él la torre de control del circuito no recordaba otra fiesta igual. Pero tendría aún mucho de que asombrarse. Backyard Babies preparaban instrumentos en el Munster. Suecos y punkies. Una explosiva combinación de guitarras alzadas, pastillas sobresaturadas y ritmo. Especialistas, tras los One Minute Silence. La corrección tras la furia y, después, Sargento García. Más calor que el del sol. Mestizaje más allá de lo étnico. El recuerdo de Mano Negra y baile en el zenit de la tarde. Faithless no llegó a un acuerdo final y no acudió al Espárrago. La estrella no brilló en la carpa dance. Sí lo hizo Fila Brazilia. De nuevo las guitarras rugen, Anthrax. El sol se ha ido, los focos visten de color el circuito. La luna se asoma tras las gradas. Percusión y directo ensordecedor. Carreras de un lado a otro del Stage. ¿Qué pasa? ¿Ha saltado? El coso lo recoge, lo mece y lo lanza de nuevo al escenario. Anthrax hace revivir el metal. Steve Wynn, el clasicismo del pop-rock británico. Elegante, entrañable para pasear junto a los Maldita Vecindad, los siempre presentes en el circuito. El río se mueve. Allá, en el Munster, se hace el silencio. Redoblan los tambores. El humo se vuelve rojo. Sepultura. Fuerza incontrolada. Puesta en escena a la vieja usanza. Sonidos guturales, luces rojas, rojas. La noche ha caído. Otro día de feria y sol. Fue la jornada de José Mercé y Khaleb. El sonido de las etnias llevado a la máxima expresión. Rockeros y flamencos bajo la carpa, refugiados de un sol abrasador y traicionero. Hechos Contra El Decoro lograron que Khaleb luciese su camiseta en el escenario mientras el Espárrago se movía a ritmo de räi. Isabel Monteiro, de Drugstore, no pudo subir al escenario, un flemón se lo impedía y ya se anuncia al suyo como grupo para el festival del 2000. Freestylers llegaron con quince minutos de antelación al circuito. Carreras y prisas. Una forma especial de entender el hip-hop y el breakbeat. Orbital fue el mago de la noche, cadencioso, bajos y baterías junto a los platos y los computers. Antes, No Means No pusieron la nota fuerte de la segunda jornada, más atípica, menos estruendosa y, sobre todo, más calurosa. Los Munster han necesitado once años para convertirlo en lo que siempre soñaron. El lugar, espacioso y cómodo. La solana, terrible. Si fuese en verano la gente caería en redondo por los efectos del sol y si fuese en invierno, con lluvia, los lodos de Glastonbury se quedarían en meras charcas terapéuticas.
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