Electric Castle, tan inabarcable como ecléctico
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Electric Castle, tan inabarcable como ecléctico

9 / 10
Adriano Mazzeo — 23-07-2025
Fecha — 20 julio, 2025
Fotografía — Cedidas por la organización (Foto de portada por Marius Vasile)

Entre el 16 y el 21 de julio, Electric Castle, el afamado festival rumano emplazado en las sierras transilvanas, gritó victoria luego su edición número 11, la cual contó con un buen puñado de conciertos antológicos.

Experiencias acompañadas por las clásicas activaciones y actividades extra musicales que también caracterizan al evento, armado en torno al Castillo de Banffy, una imponente edificación construida a partir de 1668 y renovada por completo en 1999, ubicada a unos 30km de Cluj, la segunda ciudad del país en importancia.

Como un auténtico festival multi-género musical, el cartel fue ecléctico y dinámico en la totalidad de sus más de 120 horas de programación ininterrumpida.

jueves, 17 de julio

Luego del día cero, el miércoles 16, en el que el festival despierta con sus escenarios menores y un buen puñado de DJs animando (entre ellos el mítico DJ Spinna y el dúo Deki Alem), el viaje sonoro comenzaría en el escenario Backyard, ubicado en la sección posterior del castillo, en medio de un bosque de iluminación psicodélica. Allí tomaría el escenario la australiana Jacoténe, quien hacía su debut en tierras de Drácula. La austeridad de una puesta en escena básica (solo ella y un batería) quitó peso a un show en el que la cantante no ahorró ninguna de sus dotes como soul woman en plan Amy Winehouse.

Promediando el fin de este show comenzaba -en el escenario Hangar, el segundo en capacidad, una carpa donde caben unas 5000 personas- el decidido show de los ingleses Bad Nerves. Es completamente real que al escuchar su música no descubriremos nada nuevo, pero es igual de verídico que es muy difícil encontrarles un ”pero”.
La intro con el “Rock n Roll Radio” de Ramones es una declaración de principios que da nacimiento a un show en el que el charmé rollingstoniano se viste de punk rocker, crudo y desfachatado.
Quienes abrirán el tour de Green Day por Sudamérica pusieron los puntos sobre las íes con una macro dosis de rock n roll tocado con autoridad y soberbia. El aire se llenó de riffs furiosos y los ojos del público de sus flequillos perfectos, y todo aquel que se acercó al escenario para protegerse de la inclemente lluvia, salió ganando.

Refused - Foto de Andrea Popa

En el mismo escenario llegaría el turno de uno de los actos más esperados del festival. Refused, los héroes del post hardcore reivindicativo harían su debut y despedida en tierras rumanas y un buen puñado de seguidores serían conscientes de semejante evento.
Hay una sensación extraña al entender que estamos presenciando a la banda en estas instancias definitorias en su carrera: por un lado se festeja que el show sea tan bueno y por otro se lamenta por la misma razón. La disolución de Refused tuvo sus idas y vueltas a través de la historia y no estuvieron exentas de cierta polémica, pero más allá de eso es evidente el hecho de que fueron son y serán una banda sumamente necesaria. Su influencia es tan amplia como su visión musical y política.
En sus 60 minutos de concierto lo dieron todo - el cantante Dennis Lyxzen estuvo súper activo a pesar de estar contracturado por consecuencia de “la vida en gira”-, tocaron sus canciones más conocidas y alguna perla extra. Hicieron un pequeño Medley de Slayer y nos hablaron de lo que pasa el mundo y lo extremadamente jodido que está arropados por un audio de incontables dimensiones dentro del cual voz, bateria, bajo y guitarra tenían vida propia y al juntarse ofrecían profundas sensaciones de emoción. Aún le queda a Refused algunos tours por completar (entre ellos su debut y despedida en Sudamérica), pero cuando todo termine volveremos a 1998 cuando se separaron por primera vez dejando un vacío que sólo ellos pueden llenar.

Mientras la lluvia seguía sin perdonar a los presentes se hizo la hora de que el número escrito con letras más grandes en el cartel dijera presente. Lo de Justin Timberlake es básicamente una misa gospel funk que infecta todo a su alrededor. Una puesta en escena espectacular y una banda que responde a su líder de forma casi religiosa (fue emocionante ver como precalentaban el show en backstage, con cantos celebratorios a capella y palmas) son los ingredientes básicos de este plato tan clásico como efectivo. A pesar de tocar en el escenario más grande, Timberlake logró hacer que su show pareciera un evento íntimo. Su calidez, carisma y, por supuesto, sus pasos de baile lo pudieron todo ante un público extasiado.

De vuelta al Backyard stage (probablemente el más interesante del festival) y aún bajo una lluvia incesante, The Scratch ponían en manifiesto una increíble forma de combinar vanguardia y tradición. Estos irlandeses de nervio electrizante y barrigas llenas de birra dieron uno de los shows por los cuales será recordada esta edición de Electric Castle. Fanáticos del metal y el hardcore (vestían camisetas de Sepultura, Terror y Dropkick Murphys) llevan el folk nacional irlandés a un nuevo nivel, combinándolo con riffs de metal y una increíble cantidad de desparpajo. Con ellos se formó el mayor pogo de la jornada y se tatuaron recuerdos en cada uno de los avispados que atendieron a su concierto, una liturgia pagana perfecta para unificar almas. Por algo son mimados por Iggy Pop. A seguirlos de cerca, sin duda, seguirán dando mucho que hablar.

 

Viernes, 18 de julio

Aún con el barro omnipresente por la lluvia del día anterior el festival abría puertas a una de sus jornadas más atractivas, acompañada por un clima perfecto de 20° de máxima. Luego de la festiva actuación de los moldavos Zdob Si Zdub quienes cruzan Folk local con sonidos alternativos, el escenario principal pondría su alfombra roja para recibir a la diosa de la música bailable Róisín Murphy. La ex Moloko sacudió la modorra con un mix de grooves tan delirantes como sólidos, looks extraterrestres y movimientos de baile alucinados. Para la gran parte del público de Electric Castle, aficionados ellos a la música electrónica, este show fue casi como ir a misa. Con una puesta en escena y un trabajo de cámaras de nivel, Murphy llevó a la máxima expresión su característica mezcla de elegancia y tosquedad. Décadas después de los maximos hits de Moloko, su propuesta sigue ostentando relevancia.

Recorriendo los 400 metros que separan el escenario principal del Hangar, se podía ver cómo el público disfrutaba de las activaciones de sponsors, de los conciertos sorpresa -el de los locales Om La Luna fue muy concurrido-, de la posibilidad de comprar lo que sea -a precios muy convenientes- en el supermercado abierto 24hs que tiene el festival o simplemente de disfrutar de las innumerables zonas de descanso a la sombra disponibles.

Llegados al Hangar nos esperaba el show de Leprous, uno de los conciertos más esperados del día.
Su estilo de drama-metal con condimentos prog es brutalmente popular en Rumanía lo cual nos hizo venir al país cada año en los últimos 15. Si bien su propuesta puede carecer de frescura y tender a lo sobreactuado, la idea conceptual de su música es seria y llega a buen puerto.

QOTSA - Foto de Elisa Morar

Minutos más tarde miles de asistentes desandaban el camino para volver al escenario principal y atender a uno de los más importantes conciertos que ofrece esta edición del festival. Queens of the Stone Age se tomaría revancha de la cancelación del año pasado ofreciendo un show no exento de grandes emociones y momentos musicales en distintas sintonías.
Habiendo tenido la oportunidad de compartir backstage y conferencia de prensa con la banda se puede decir que el grupo cuenta con una suerte de energía renovada.
El hecho de que hayan visto de cerca el abismo, luego de las noticias sobre la salud de Josh Homme, tiñe todo de un optimismo extra, una suerte de sensación de humildad y agradecimiento en cada uno de los integrantes de la banda.
Durante el show disfrutaremos de Homme como el intachable frontman que es, pero en una versión -aparte de sexy y voladora-, cercana y cálida. Párrafo aparte para su voz que se encuentra en gran forma viajando con total confianza por cada uno de los matices que él mismo se propone.
Previo al show en conferencia de prensa comentaban que no tenían idea de cómo sería el setlist de la noche, pero algo en el espíritu misterioso de Transilvania les hizo diseñar una lista de temas particular que de algún modo exigió a la percepción del público. Se entiende que un comienzo con la psicosis de “Sick, Sick, Sick” seguido del momento hitazo con “No One Knows” y en tercer lugar el viaje de delirio extremo que propone “Smooth Sailing” es todo un manifiesto.
De allí en más, el show se movió entre las arenas de los psicodélico -“Emotion Sickness”, “Paper Machete”, la versión “cantada” de “You Think I Ain’t Worth a Dollar, but I Feel Like Millionaire - y lo sensual -“Carnavoyeur”, “I Sat at the Ocean” y sobre todo “Make It With Chu”, en la que Homme abrazó al público literalmente-, pero sin olvidar la capacidad que tiene Queens of the Stone Age de vestirse de bestia y mostrar los dientes como pocos.
A esta altura del partido, no es descabellado considerar a Queens of the Stone Age como un nuevo clásico, una banda con una responsabilidad clara: reivindicar un sonido que ellos mismos crearon; una de las claves para que todos sus shows tengan un mínimo de calidad muy alto.

Para gustos, colores y más en Electric Castle donde lo ecléctico es dios. Así es como en el escenario Hangar los Dub Pistols, posiblemente el grupo más querido por el público y la organización de este festival lo petaban una vez más como suelen hacerlo año tras año tirando de jungle rock macarra y una actitud festiva imposible de ignorar. El final con el “One Love” de Bob Marley a capela, quedará en la retina sensorial de más de un presente.

La jornada ya había definido su forma en lo que respecta a los grupos de rock, pero aún quedaban algunos interesantes números de electrónica. La cubana residente en París Cami Layé Okún rompía la pista en el escenario The Beach que como su nombre indica emula una playa arbolada y iluminada estratégicamente. Su magnífica selección de sonidos de origen latino la dejó en el pedestal de los shows electrónicos, al menos hasta el viernes.

Más tarde y en el mismo escenario Panjabi Hit Squad alternaría hits globales con sonidos clásicos de la India y por último, en el escenario principal Netsky dispararía toda su artillería de Drum ‘n’ Bass industrialoide y dubstep retorcido, también tirando de éxitos reconocibles, pero sobre todo de un audio y una imagen realmente impactantes.

Sábado, 19 de julio

Con el fantasma de la lluvia definitivamente alejado y contando con una temperatura ideal, este nuevo día del festival comenzaba a contar con sus highlights gentileza del show de Nilüfer Yanya en el Hangar Stage. La londinense de origen turco-irlandés se convirtió en la nueva cantautora favorita de los nostálgicos de la golden era noventera. Desplegando influencias que van de Pixies a Jeff Buckley, Yanya posee el escenario junto a su banda en clara actitud de comunicación pasiva, despojada 100% de todo tipo de demagogia: unos pocos “thank you” le alcanzan para tener a todo el mundo escuchándola con atención.
Las canciones de su excelente disco “My Method Actor” se sucederán luego del revelador comienzo en manos de la canción que da nombre al trabajo. Su carácter taciturno que vira de una base cruzada y sugestiva a un riff grunge que lo cubre todo, fue una carta de presentación directa al corazón.
Fascinantes aires a Morphine conquistan oídos cuando suena el saxo de Jazzi Dreissen y la banda atestigua sus tiempos de vida en el post post-rock: cantautora introvertida + muro de sonido = 10/10. Otra prueba de este éxito es la versión de “Like I Say”, el hit que los 90s se perdieron y que aquí crece desmedidamente respecto a su versión de estudio, acuñando una simbiosis única entre lo folkie y el terrorismo sonoro. Seguramente se vienen cosas grandes para este impecable proyecto.

La clave luego del show de Yanya era permanecer en el escenario Hangar para lograr un buen spot para ver lo que prometía ser una de las grandes juergas del festival, el show de los irreverentes Joey Valence & Brae. Comencemos por la pega: de a momentos puede ser sonrojante el parecido con los Beastie Boys, pero ahí mismo reside la gran virtud de estos dos atorrantes: su nivel de copycat es espectacular, tal como lo son sus temas, interpretación y producción. Estamos ante uno de los directos más bestialmente divertidos de hoy día. Infecciosos grooves (con sus pases de baile correspondientes), actitud punk y una escena que privilegia lo directo de la propuesta (sonido ultra bestial, graves sísmicos y una pantalla de luz blanca de fondo) son el entorno necesario para que estos dos caraduras pongan todo patas arriba.
Otra vez, su conexión con el groove noventero es intravenosa y el omnipresente efecto de “doble voz” a cargo de ambos cantantes pensilvanos forman parte de una propuesta sin sutilezas y sin fallas.
Inauguraron canción de su próximo disco con un título que no ofrece medias tintas: “The Party Song”, una suerte de versión actual del “Fight for your right” de sus mentores de Nueva York. Amigos, fiesta y un público entregado al grito de “¡J, V, B!” a lo que Joey responde, antes de dejar el escenario en llamas, con un categórico “Love yourself, be yourself and do what the fuck you want!”

Acto seguido el main stage (que más temprano había atestiguado la sentida actuación de los locales Bosquito) recibía público de manera masiva porque todos sabían que lo de Justice es digno de apreciarse. Es que llegaron a tierras transilvanas con su icónico show de música iluminada, logrado balance entre lo industrial y lo funkie.
Si bien el recurso de tension-release que utilizan se repite -quizá- demasiado, es innegable que este show está pensado y realizado por mentes brillantes, más allá de un presupuesto holgado.
Probando unos niveles de calidad estratosféricos, los franceses despacharon una actuación que roza la perfección, la cual, acompañada por la espectacular instalación de pantallas gentileza del festival, hizo que el éxito creciera exponencialmente. Es de destacar un show como el de Justice en el que suena música 100% original en contraposición a la mayoría de artistas masivos de electrónica que se pasan algunos pueblos al refritar éxitos, algunos incluso de dudoso prestigio.

Yungblud - foto de Tudor Santa

Para cerrar el súmmum de espectacularidad de esta fecha, Yungblud, el consagrado -y en constante ascenso al mismo tiempo- frontman británico entregó un show a la altura de las expectativas: el público vitoreó sus intervenciones en rumano y se entregó por completo a una fiesta masiva sin igual. Se podría decir que su actuación fue la revelación del festival en términos de conexión con el público y una combinación muy bien aplicada de energía de alto octanaje con emoción sincera. Su salida del escenario y llegada a backstage estuvo teñida de adrenalina y flotaba en el aire una sensación de misión cumplida. Es de destacar la cercanía del músico con algunos seguidores y staff del festival, se celebra que la fama no le nuble la vista al muchacho.

La noche del sábado proseguiría con más de una muestra del eclecticismo que propone este cartel: en el escenario Ping Pong (ni más ni menos que una pista de coches chocadores ochentera reconvertida en pista de baile multicolor) Rosa Pistola, la DJ latina devota de la cultura del perreo más bestia daba paso al crédito bucarestino DJ Hefe, agitador cultural del país desde las épocas del post comunismo, quien se despachó con un magnífico set de selector que no ahorró hits del hip hop de la era dorada y hasta éxitos del nu metal o bandas como Pantera y Faith No More.

Domingo, 20 de julio

Bajo un clima ideal, la última jornada del festival recibió a su público luego del mediodía, era la última oportunidad de experimentar las atraccciones extra musicales que en el resto de los días no se habían tenido en cuenta por el ritmo incensante en la actividad de cada escenario. Como aperitivo ideal el DJ local de dub y black music en general, Genmaica ponía banda sonora al hermoso escenario The Beach.

En horario coincidente sucedía lo que muchos asistentes esperan cada año: el concierto sorpresa debajo de un gran árbol que gobierna el llano en medio del predio. En este caso la protagonista del off-show sería la ascendente rapera global y viral Noga Erez, quien ofreció junto a su guitarrista un exquisito set acustico de 20 minutos en el que se divirtió e hizo divertir a sus fans, soltando tacos en rumano, estrenando single y demostrando ser una cantante muy interesante, más allá de su probada condición de rapera.

Sin perder tiempo, había que volar al escenario Hangar, donde actuaria ante unas 5000 personas el combo local de metal folklórico (y fiestero a más no poder), Dirty Shirt. La banda de Cluj, que combina la tradición de la música de la región con nu metal y hasta aires de djent con una formación que incluye coristas y sesión de cuerdas, son cosa sería y así lo demuestra la devoción de su público que se quedó rato largo pidiendo por más.
Vuelta a los sonidos caribeños cuando los franceses de Jahneration toman las tablas del Hangar. Ante una convocatoria menor que la de Dirty Shirt, pero que decididamente se lo pasó de maravillas, el grupo desplegó su reggae pirotécnico de dos cantantes -uno de perfil toaster/sing jay y otro más bien melódico- y un guitarra que no ahorra en distorsiones y solos estridentes.

Posteriormente, en el escenario principal comenzaba el show “oficial” de Noga Erez. Su magnetismo es tal que no necesita más que sus dos laderos a ambos costados del escenario y su voz y actitud para someter la atención de todo dios. Incluso en un escenario sumamente espectacular como es el principal de Electric Castle, la israelí prescindió del recurso de las pantallas hasta casi la mitad del show, sin perder nada de atención del respetable que, dedicado, acompañaba con coros y ganas de fiesta. Su actuación es impecable, su voz da en la diana constantemente y su particular sentido del groove hace que este concierto encuentre en este festival un entorno ideal, lo cual ha demostrado también en su actuación de 2023 de este consagrado evento.

Mientras Girl Ultra mostraba su R n’ B Latino en el Backyard, y conforme avanzaba la noche, Shaggy tomaba las tablas del main stage -antes del memorable show de Bicep-, y aquello se convertía en segundos en un crucero caribeño gigante, mostrando sus credenciales como perfecto representante de la industria del entretenimiento que es. El jamaicano es otro fetiche del público local, que con ojos cerrados y sonrisas de placer se contoneaba con cada uno de sus hits o de los covers en plan juerga total que la banda hacía sonar.

Así culminaba otra fascinante edición de Electric Castle, y una vez más la sensación de haber pasado unos días inolvidables se hace presente. Es que la curaduría en el esmerado lineup, el entorno natural e histórico sin par, la excelente zona de acampada, las muestras de calidad constantes en lo relativo a comodidades, activaciones y sobre todo audio y puestas en escena más un nivel organizativo realmente destacable hacen que la experiencia sea óptima y que simplemente se piense en cuánto falta para la próxima edición. Chapó.

 

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