El Mercat de Música Viva de Vic (MMVV) tiene, desde hace 26 años ya, una doble vida. Una dualidad, como engranaje profesional y como propuesta artística, que nos mata y hace felices a la vez. Como el tabaco; o más bien como el azúcar, no sé. Disfrutar de la feria profesional más potente del sur de Europa -con el debido respeto a Monkey Week y demás-, con 700 profesionales acreditados, ‘showcases’, ‘speed meetings’ y un 20% de toda la programación anual en Catalunya firmada en apenas cuatro días, es dulce. Pero hacerlo con una selección musical atenta a las raíces y semillitas de la escena, a la novedad nacional e internacional y a lo efímero, es dulcísimo. Sí, Vic nos matará de un trombo, de golpe. Pero nunca empechándonos.
Y como a Vic no va a perderse el tiempo, ya el jueves disfrutamos de estrenos, con suerte dispar. La noche la abrían en el Teatre l’Atlàntida -nada más conocerse que el Premi Puig Porret iba este año al Taller de Músics y su producción “Cants oblidats” sobre la recuperación de la tradición flamenca- Roger Mas & Benjamin Taubkin, que demostraron que no todas las frutas, por buenas que sean, caben en una macedonia: brillaron individualmente, uno al piano y el otro a las canciones (“I la pluja es va assecar…” de Mas, especialmente ovacionada), pero la fusión sólo se consiguió en ciertas partes instrumentales, con especial brillo en las construcciones cercanas a la bossa nova. Y de unos que hace poco que juegan, a otros que en breve alcanzarán la treintena juntos: Pegasus y su jazz progresivo recordaron a los años de la Zeleste, con extraordinario pulso a los teclados. Que el jueves fue el día de la world music está claro. Que Calima son, dentro de su interpretación ‘soft’, amable, del flamenco, pura potencia arranca-aplausos, también. Menos amalgama que Ojos de Brujos, igual de valiosos a la postre. Si alguna formación se desmarcó de los vientos multiculturales, fueron The Mamzelles. Trío de catalanas famosas por cantarle, sin problema, a Ecoembes (busquen el anuncio en Youtube) o al tofú. Una mezcla, hasta ahora, de teatro de guerrilla, post-humor y cabaret… El gluten de la música: energía provechosa para algunos, potencialmente mortal para otros. Y decía hasta ahora porque, con el nuevo retoño de estreno (“Tótem”), ya no crean ese juego con el público, cercano a lo amateur, pero disfrutable. Ahora, directamente, no tocan. Una banda de acompañamiento cubre las carencias en forma de rock inofensivo. Tras el aturdimiento de impostura, una bocanada de aire fresco en forma de balcan music, folk, celta, etc. 17 hippies no son tantos sobre las tablas, pero casi. Aunque con sus trompetas, flautas y acordeón dejaron a la Carpa Vermella patas arriba. Manada de elefantes.
El jueves fue el único día ‘tranquilo’, sin demasiados solapes. A partir de ahí, menudos emparejamientos: Argentina-Brasil en todos los cruces, y yo sólo con dos piernas y dos orejas (y no muy finas). Sin ser muy finas, eso sí, fueron capaces de maravillarse ante el cante sentido, descarnado y agudísimo de El Salao, llamado a ser uno de nuestros mejores contemporáneos en cuanto a flamenco se refiere. Quién siempre fue uno de los mejores, aunque siempre con titubeo en la fina línea entre el genio y el loco, entre el ‘happening’ y el bochorno, ese es Adrià Puntí, que está de vuelta con -¡oh, milagro!- nuevo -y eternamente prometido- trabajo. Muy motivado al piano, y con banda bien Rollings al acompañamiento, el inicio ya fue un excelente preludio: improvisación ‘spanglish’ al piano, toques estruendosos a las teclas y desgarro Nick Cave. Bienvenido Adrià. Y mientras en la Plaça Major estoy seguro que Els Pets se daban un baño de masas, Pau Vallvé sentaba cátedra sobre cómo va a funcionar su “Pels dies bons” en directo: formato ‘power’ trío, mucha pedalera, ‘delays’ y pulmón a discreción. Vallvé ha hecho dos cosas fundamentales: buenas canciones (más Eddie Vedder, “17820”, The Cure o Godspeed You! Black Emperor) y rodearse de dos monstruos (Jordi Casadesús y Víctor García). Y es que Vallvé es como la muerte: siempre se lleva a los mejores.
Punto y aparte merece la intervención de “el gitano eléctrico”. Les pongo en contexto: entradas agotadas, vítores antes del inicio. 3, 2, 1… Punteo flamenco que, tras tres minutos de progresión, se mezcla sutil, minucioso, con puro blues: Raimundo Amador. Y aunque el inicio fue un espejismo de lo que podía ser el set -tras el primer tema de fusión pura, Amador se dio al noble arte del solo-, ya fuera con temas propios (“Camarón”, de Pata Negra y con Carmen Amador a la voz) o versiones (de los The Allman Brothers Band, por ejemplo), despertó olés en la grada. Nada nuevo pero nada despreciable. Y mientras uno deleitaba con blues-rock, La33 ponía la salsa en el mapa musical de Vic sin oposición. Banderas colombianas, caderas juguetonas y pies resbaladizos, entre un público con fuerte presencia latina. Banda compacta. Originales y salerosos se mostraron también los gallegos O sonoro maxín y su cumbia-reggae. Y del subidón al bajón, y tiro porqué me toca. Ya fuera una jugada premeditada de la programación, o una casualidad, Os meus shorts (combo donde se encuentran Nico Roig o Xavi Lloses, que presentaba también a lo largo del ‘mercat’ instalación sonora en El temple), ante más bien poco público, desarrollaron sus paisajes sonoros ensoñadores y caóticos ante algunas caras de fascinación y muchas de cansancio. Fue un día largo, digamos que fue un día largo.
Insisto en la idea: 60 bandas en cartel, en nueve escenarios distintos (programación oficial), que son casi 140 en las calles, sumadas al festival Hoteler y ‘raves’ varias, hacen que el MMVV se convierta en un quiero y no puedo constante. Y es que, como dice Pau Vallvé en “Un gran riu de fang”, si pudiese elegir un poder, ése sería el de traslación: me hubiese gustado ver a Joana Serrat en esplendor, ante su público en la Plaça Major, pero Leonor Watling pedía puntualidad suiza: entradas agotadas para ver a Marlango presentando disco nuevo. Ella estuvo magnética -con la furia de Maika Makovski y la sensualidad de Eva Amaral- y la banda solvente, aunque su pop-rock suene descarado a Madrid. Fuera como fuere, conectaron y convencieron. Los que conectan también, aunque cada vez dudamos más de cómo, fueron Manel, que reventaron el centro de Vic. Los de Barcelona poco se prodigan gratis, de ahí la avalancha de público, pero ni siendo -casi- final de gira ofrecieron algo más de relajación, gusto, guiños, miradas o caricias hacia su obra o su público (por cierto, plagado de peques a los hombros de sus papis). Y eso que el inicio con “Al mar” pronosticaba concierto épico…
Mientras el folk de raíz del conjunto vasco Kepa Junquera & Sorginak ponía en pie el Teatre l’Altàntida, Celeste cantaba a Antonio Machín entre sollozos. No fueron pocos los que dejaron sendos bolos antes de tiempo para ver qué nos tenía preparada la nueva propuesta de Anna Roig & l’Ombre de Ton Chien (‘sold out’, también). Un nuevo viaje, en palabras de la propia artista, con menos juego en las melodías, más vaporosas y pesadas, y un cantar que no se aleja de la ‘chanson’ que la caracterizó pero susurra y arrastra con más fuerza. En otra puñalada al corazón, tuvimos que dejar el concierto a mitad para ver cómo se lo montaba el MacGyver de la escena catalana: Joan Colomo, con un imperdible y un chicle te hago tres temazos pop. Pues bien, desgranando su cancionero (desde “El abismo de uno mismo” hasta “Màgic”, insólitamente coreada, imagino por el impulso Estrella Damm), se desenvolvió risueño y divertido, con un envoltorio hardcoreta más propio de sus inicios. Y ahora déjenme plantearles una pregunta: ¿Cómo pueden unos tipos de traje, con formato cuarteto jazz clásico, transportarte a géneros como boogaloo, surf o psicodelia con tanta facilidad? Bruut! consiguen, gracias a un prodigioso hammond, batería y contrabajo, hacer una osmosis, encontrar un equilibrio, que ni Ferran Adrià: ¡joder cómo vienen los holandeses! Y, como todo toca a su fin, la guinda de tan celebrados días de caminatas y carreras, la pondría Bongo Botrako (en la foto) en un escenario al otro lado de la ciudad, El Sucre. Con ganas de combinar fiesta y protesta, los barceloneses regalaron 45 minutos de adrenalina, ‘speeches’ de los que elevan el aplausómetro y una propuesta musical cada vez más cercana a Mano Negra. Una bala que puso punto y final al festival y nos recorrió la espina dorsal, silbando a todo trapo:
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.