Nos dejamos inspirar por el inmortal legado de Los Panchos (si gustan ustedes de las biografías musicales, no se pierdan –si consiguen encontrarla a precio asequible– la biografía que sobre la banda escribió Celina Fernández, mujer de Rafael Basurto, y ríanse ustedes de “Los Trapos Sucios” de Mötley Crüe) para titular el recital que bajo la tenue luz del escenario del Teatro Colón herculino, Dayna Kurtz sacó de sus entrañas como traca (interior) final de la 8ª Edición del ciclo Elas Son Artistas, la más ambiciosa y exitosa de todas ellas hasta la fecha.
Aprovechando la coyuntura, celebraba la artista el 25º aniversario de su álbum clave, “Postcards From Downtown” (02). No se cumplen hasta 2027, pero ¿qué más da? Ese fue su primer disco de estudio, y a día de hoy sigue siendo el más recordado / vendido / querido por su audiencia. Todavía no lo ha superado, todo hay que decirlo. Aunque en su exigua producción, y desde entonces, tampoco falten estupendas canciones. Quizá lo más recomendable sea el álbum que publicó en 2023 al frente de la banda Lulu & The Broadsides, junto a músicos de New Orleans, ciudad en la que reside desde hace tiempo, y en la que también está su acompañante de esta noche, el finísimo y elegante guitarrista Robert Maché (Continental Drifters).
Dayna se entregó con total honestidad a un repertorio que trazó un recorrido por el folk, el jazz y el blues, con algunas pinceladas de soul y tex-mex (esa “Venezuela”, que fue de lo más celebrado, y con la que uno se identifica. No por ser de ese país, pero... escuchen la letra y lo entenderán). Su voz –grave, profunda, con la calidez de esas viejas divas del Jazz y el Blues– llenó cada rincón del teatro con un magnetismo difícil de describir. Hubo momentos en los que el tiempo pareció detenerse: unas guitarras cálidas, un rasgueo íntimo, y esa voz áspera y dulce a la vez, llena de verdad, era capaz de provocar un escalofrío o una sonrisa al borde de la melancolía.
Podía recordar a Doña Lucinda Williams por momentos (con quién se la comparó en sus inicios), pero Dayna Kurtz eligió (o el público por ella) el camino de los clubs, no el de los grandes recintos, cual trovadora sensible de apariencia dura. Entre canción y canción, Kurtz conversaba con el público con una cercanía sorprendente, como si estuviera cantando justo para un puñado de amigos en un salón, y no para un teatro casi lleno, cuyo público, entregado, respondió con silencio reverente durante las piezas más introspectivas y con aplausos sinceros cuando la emoción estallaba.
Hasta conminó a la audiencia a que le solicitaran canciones, y solo Pepe Cunha del programa Ábrete de Orellas estuvo acertado pidiendo “NOLA”. El que pidió “Grace” de Jeff Buckley... no. Eso sí, campanas escuchó porque recordemos que “Someboy Leave A Light On”, de “Postcards From Downtown” está dedicada al malogrado músico. Pero vamos, un tiro al aire, como si pide una de Barón Rojo... eso al menos hubiera tenido gracia, caray. El paso de Dayna Kurtz fue, en definitiva, un canto a la sencillez, a la emoción desnuda, a la música que cala hondo. Un concierto digno de guardar en la memoria.

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