Hay que tener un punto de inconsciencia bastante acusado para hacer frente a las imparables trabas del Ayuntamiento hacia el ocio nocturno. Boosters Club, en la sala Clamores, es un ejemplo de que no sólo la ilusión es necesaria, también hace falta saber a quién quieres venderle tu idea, y los mods son un colectivo con poca resistencia a la compra, si el producto es bueno y viene bien envuelto, recomendado y con el necesario punto de elitismo y endogamia. Alejandro Díez, al frente de Cooper, no corre el peligro de convertirse en un artista limitado al universo moderno. Tampoco es que lo suyo sea música para todos los públicos, pero hasta las insulsas listas de ventas le dan la razón. No se trata de honestidad ni de carisma, sino de hacer buenas canciones. Cada vez más simples, más desnudas de artificios pero bien cosidas con la difícil combinación entre distorsión más o menos contenida y la búsqueda -sabiendo que no hay un final pero lo que importa es el camino- de la melodía perfecta. Es verdad que sus canciones se parecen unas a otras, no ha tratado nunca de negarlo, porque la diferencia entre la repetición y el crear pequeños himnos pop está en los arreglos, en las letras y en la reacción que provoquen en el que las escucha. Como los trucos de magia, el secreto está tan a la vista que no se percibe, pero requiere mucha técnica, oficio y horas de entrenamiento. Al fin y al cabo, el pop es algo de sensaciones, de rabia y de vértigo y, en un día gris, un buen estribillo puede reconciliarte con el mundo.
Sin rastro de humo, algo muy raro en un club de alma negra y corazón de soul, saltó la banda al escenario con una de sus mejores versiones, "Ráfagas", de Los Bólidos. Con nuevo bajista, muy eficaz a los coros, el grupo sonó tan sólido como de costumbre. Las dos guitarras sonaron poderosas, con cuerpo, y tan sólo faltó algo de brillo en la voz. Cada canción era un hit, y el público de las primeras respondió con bastante más entusiasmo del que podría haberse esperado por la edad media de los que casi completaban el aforo de la sala Clamores. "Hyde Park", "Cierra los ojos", "747" o "Círculo Polar" son canciones incontestables que ejecutaron con rabia. Dejaron caer un tema nuevo que aun no habían tocado en Madrid, "La señal", y al empezar la siguiente canción Álex rompió una cuerda. El cambio de guitarra trajo un sonido más potente. La Telecaster blanca rugía en temas como "El Sur", "Canción de viernes" o "Mi diario". No hubo demasiadas concesiones a los medios tiempos, y con "Ruido" se despedían para volver de nuevo al escenario dos veces más. "Steph" y una estupenda "Tecnicolor" cerraron un concierto pensado para disfrutar, y en el que sus mejores armas también se pueden considerar sus pequeños defectos. Las canciones se parecen, pero cada una de ellas te lleva a un sitio distinto.
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