Baile y desenfreno

Justo cuando pasaban más de diez minutos sobre la hora prevista y el público ya empezaba a impacientarse, empezaron a inflarse los dos cabezones de nuestros protagonistas, para oficiar de telón de fondo de un concierto sin ningún otro alarde visual más allá de un fantástico juego de luces, y el siempre efectivo recurso del humo lanzado a chorro.

Toda una declaración de intenciones por parte de un dúo, que no necesita mucho más en escena, al ir tan bien arropado por una banda sideral en la que cabe destacar al hombre de las tres gafas, su bajista Felipe Brandy, al igual que a Eduardo Giardina a la batería y a Felipe Brandy al teclado. Una medula espinal del ritmo a la que hay que sumar la inefable sección de vientos, percusiones y dos coristas con quienes resulta sencillo expandir su latin-groove e infectar a cada una de las almas de un público entregado de antemano. Y, claro, Ca7riel y Paco Amoroso son de los que se dejan querer. Solo hubo que ver cómo al inicio del show se plantaron como estatuas para recibir durante casi dos minutos el clamor de su gente. Elegante el primero con sombrero negro de media ala, y más gualdrapa el segundo con unos pantalones cortos ampliados y botas. Un contraste que evidencia las dos almas del combo. Ese juego de sombras en el que se basa su música y que te lleva, del jazz más sofisticado, al petardeo más canalla y callejero de ese universo urbano del que parten, para expandirlo a través del lenguaje universal del funk.

Y es que fue iniciar el show con las inefables “Dumbai” y “Baby Gansta” para meterse a todo el mundo en el bolsillo y constatar de primeras que la noche iba a proporcionarnos toda la diversión que prometía. Un primer tramo del concierto en el que la pareja no tuvo ni que levantarse de dos taburetes de bar a los que sacaron el máximo partido a la hora de bailar sentados. Cualquiera diría que querían evidenciar lo cómodos que se encuentran sobre el escenario y revivir, de paso, el espíritu íntimo de ese Tiny Desk que, junto a su reciente “PAPOTA”, los ha puesto en boca de todos.

Sin embargo, no todo es desenfreno y baile. También hubo momento para la introspección cuado empalmaron ese homenaje al sonido Filadelfia que es “En el After” con el tema que Paco realizó para una de las sesiones de Bizarrap y una “Pirlo” presentada  como el tema más triste que han compuesto jamás. Menos mal que ese pequeño valle no se alargó demasiado y enseguida volvieron a recuperar el pulso a base de “Re Forro” y una “La que puede puede” que marca uno de los momentos más intensos de su directo. Es aquí cuando dejan descansar a la banda y se embarcan en un viaje a través del tecno con “Sheesh” y una “Supersónica” con la que nos deslumbran a base de láser verde y convierten el Sant Jordi Club en una gran pista de baile más propia del Sónar.

Entrados ya en la recta final del concierto y, tras “Ouke” y “Como hielo”, le llega el turno a ese “# tetas” que se ha convertido en el tema más icónico de este último tramo de su carrera y que reluce todavía más al unirlo  con el disco-funk de “El día del amigo”. Es ahí donde sacan a pasear sin complejos a Prince de la mano de Illya Kuryaki & The Valderramas o lo que viene a ser el basto legado del de Minneapolis con el del cono sur de Luis Alberto Spinetta. De todo ello beben y han bebido este par de esponjas del ritmo, que han sabido como nadie dar con la tecla exacta para revitalizar con un barniz de modernidad y cachondeo lo que nunca falla: el ritmo asociado al latir de un corazón acelerado.