Cada persona podría contar la historia de su vida a través de aquellas canciones que, para bien o para mal, le han marcado y que incluso han podido decidir, en algún momento clave, el curso de su destino. Una especie de banda sonora capaz de evocar y devolvernos, con sólo dos o tres acordes, recuerdos e impresiones de un tiempo pasado. Una magdalena de Proust que, en esta ocasión, toma la forma de una vieja cinta de cassette.
En “Todas las canciones tristes”, cómic nominado en 2019 al Premio Eisner a Mejor Obra Basada en la Realidad, y que Libros Walden edita ahora en castellano, Summer Pierre nos cuenta su vida. Y lo hace a través de canciones, de canciones recopiladas y conservadas en antiguas cintas de cassette, de esas que (las personas de mi generación se acordarán) se grababan para esta o para aquella persona, en un acto de generosidad extrema o de amor incondicional, y que luego se rotulaban a boli, con títulos guapos y alguna virguería extra si se terciaba.
Todo en este libro se lee y se escucha con nostalgia. Nostalgia de la buena. Que no tiene por qué estar relacionada siempre con los buenos recuerdos. Porque en estas memorias gráficas, que funcionan también como unas memorias musicales, encontramos infinidad de claroscuros donde Pierre huye de la autocomplacencia, volviendo una mirada durísima hacia ella misma y envolviendo el relato en un halo de autenticidad donde vernos reflejados. Todo condensado en un viaje por la música que consta de seis partes donde asistiremos, junto a la autora, a momentos decisivos de su vida. Así, a una primera fase de autodescubrimiento, le sigue el despertar feminista de la mano de PJ Harvey o Hole, para relatarnos después sus días como cantautora en la escena folk de Boston. Y tras esos instantes luminosos, el agujero negro de la ansiedad. Ahí es donde el estilo gráfico de Pierre se vuelve visualmente potente para poder explicar la desesperación de la etapa más oscura de su vida, a la que seguirá, por fin, la catarsis al final de este viaje donde la música es siempre la mejor compañera.
Además de un libro de recuerdos, “Todas las canciones tristes” es una oportunidad para descubrir y redescubrir música. Sus páginas están llenas de portadas y nombres familiares y prosaicos para algunas personas, desconocidos y misteriosos para otras. Al final de cada capítulo, Pierre añade, a modo de epílogo particular, el listado de canciones recopiladas en aquellos cassettes que aún conserva y que casi podrían considerarse un diario personal. Quiero pensar que algunas de esas canciones acabarán en las listas de reproducción de aquellas personas que lean este cómic. Y que incluso algunas tendrán la tentación de echar mano de alguna de aquellas cintas (si es que aún las conservan) para ver qué escuchaban hace treinta años.

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