La infancia siempre ha estado presente en la obra de Beto, que nunca ha negado la influencia de las tiras de prensa infantiles clásicas como “Archie” o “Peanuts”, tanto en el aspecto gráfico como en su propensión a dejar correr la imaginación y entregarse al delirio controlado, pero no ha sido hasta hoy que el mediano de los Hernández había dedicado un álbum íntegramente al tema. También en la obra de Beto se ha podido apreciar desde siempre un componente nostálgico que en “Tiempo de canicas” aparece acentuada desde el mismo título.
Efectivamente este nuevo trabajo se fija en una panda de chavales de aquel tiempo en que la calle era el patio de juegos, y los cromos y el serial televisivo cumplían la función que hoy tiene las consola de videojuegos. Y parece complicado no identificar al protagonista de la historia, Huey, como una suerte de alter-ego del propio autor. La viñeta a página completa con la que arranca el libro, con Huey caminando por las calles de su urbanización divertido con la lectura de un cómic dibuja de un brochazo el espíritu del libro y también de toda una época, la pasión infantil que se convertiría con el paso de los años en oficio.
Son 120 páginas non-stop, que transcurren como los veranos infantiles con una engañosa percepción del tiempo, entre fantasías, descubrimientos, desengaños, luchas de poder, gamberradas y hasta algún amago de tragedia, en una versión infantilizada de la no menos idílica Palomar.

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