Podríamos decir que “Pulp. Los tiempos heroicos” es un buen cómic y quedarnos ahí. Una historia divertida, que genera interés en el lector, simpáticamente dibujada y que se lee con facilidad. No mentiríamos a nadie, es evidente, pero resumiéndolo así estaríamos pasando por alto el principal valor de una obra –en apariencia– ligera. Y ese valor es que estamos ante un merecidísimo ejercicio de justicia poética para con una generación olvidada oficialmente de autores que consiguieron hacerle la vida más llevadera a miles y miles de personas durante los años del franquismo en España.
Mientras las reverencias al pulp anglosajón son habituales en la actualidad, pocos parecen acordarse de autores como Frank Caudett, Curtis Garland, Burton Hare o Silver Kane (pseudónimos todos de hiperactivos escritores de bolsilibros). Por suerte existen trabajos como esta para reivindicar una literatura menor quizás, pero que alegró las vidas de los españoles durante muchos años y que demostró que ser escritor también fue un oficio casi de obreros.
El protagonista de “Pulp. Los tiempos heroicos” es también escritor, pero sobre todo es una persona que se siente en deuda con aquellos que le abrieron los ojos desde la humildad. Se siente responsable de dar voz o visibilidad a todos aquellos autores españoles que se hicieron famosos y vendedores sin que nadie reconociese sus nombres reales o sus caras. Deberíamos entonar todos un mea culpa alto y claro, pero ya nos conocemos: España es así. El cómic vale la pena si se trata de un tema que pueda interesarles remotamente, pero el epílogo de Hernán Migoya incluso más. Lo suyo es una carta de amor a una generación que no tuvo las cosas tan fáciles y que solamente conocía el esfuerzo contaste sin reconocimiento.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.