Por culpa de una flor

Una vez dije que leyendo a María Medem se me fue una migraña. Se disolvió, sin más. Algo en sus páginas, en el ritmo y la cadencia logró que un dolor marchase. En otras épocas no me hubiera ni atrevido a reconocer semejante hecho, ya ni siquiera a verbalizarlo. Solo uno se cree a sí mismo mejor que nadie, ¿verdad? ¿Para qué intentar que los demás comprendan nada? Eso fue con “Cenit”, una maravilla publicada en 2018. Y ahora esto, ahora “Por culpa de una flor”, que podríamos decir sin miedo a equivocarnos –o con todo el miedo a hacerlo ¿qué más da?– que es una barbaridad. Portento de luz y de color, de expresividad, de auténtica experiencia sensorial casi sinestésica.

Las páginas de Medem no solo se admiran y se leen y se vuelven a admirar y leer. Ahí encontramos paz, pero una paz no necesitada por el estrés de la vida contemporánea, no. Una paz recobrada, una que ya vivimos antaño, en la niñez, en la vida inocente antes de la falacia presente. Antonia cuida de una flor o quizá es al revés. Vienen los sonidos de la mañana, las fragancias de la primavera y, de repente, la otredad. Una presencia humana inesperada que irrumpe para confirmar que uno existe y tiene cuerpo y alma. Un viaje iniciático y elegíaco, un descubrir y descubrirse, la fiesta, la gente, el alborozo, la comunión. Todo germina y desaparece al mismo tiempo y en el mismo lugar. La burra y los espejos y el humor, degradados por la personalísima paleta de colores de Medem.

Si nos ponemos intensitos, aparecen Moebius y sus paisajes existenciales, Nietzsche y su eterno retorno de lo mismo, Gamoneda y sus pérdidas que arden, Alberti y la desunión entre cuerpo y espíritu, Lole y Manuel con su arte. Si nos dejamos llevar por la fragancia de la flor, de los campos, de la poza y la galga, no hace falta citar a nadie ni llevarlo al intelecto. Esto es tanto geometría como simetría y sus contrarios, una experiencia narrativa fuera de toda duda. ¿El cómic puede ser poético? El cómic debe ser poético.