Que se pare todo, porque yo me bajo aquí. A riesgo de parecer un pelín presuntuosa y algo hiperbólica, y a pesar de que aún queda 2025 por delante, este es para mí el cómic nacional del año. Muchos astros deben alinearse para que se cruce en mi camino una obra tan extraordinaria, monumental y mágica como “Encías quemadas”, el impactante debut de Natalia Velarde en el formato novela gráfica.
“Encías quemadas” es una descarnada y poética alegoría del duelo por un ser querido. Se podría afirmar que, en este caso, poco importa intentar explicar de qué va este cómic. Quizás es más acertado decir que esta es la única manera (a través de la experiencia artística) que Natalia Velarde ha encontrado para lidiar con el miedo a la muerte. El cómic arranca con la inminente llegada de un meteorito (metáfora de la muerte de ese ser querido), cuya colisión arrasa y transforma el mundo en un paisaje postapocalíptico plagado de extrañas criaturas. En esa nueva realidad, se despierta Piel de Perro, personaje híbrido de mujer y can que, acompañado de Cielito, deberá cruzar esa tierra baldía para encontrar a El Autor, un ser divino y todopoderoso que es capaz de reescribir la historia.
El relato se divide en tres cantos, algo que en seguida remite al lector a la oralidad de los mitos y fábulas clásicos. Este planteamiento no es fortuito: “Encías quemadas” es una surrealista epopeya, plagada de referencias mitológicas, que narra el viaje del héroe con un particular sincretismo cultural que resulta en un imaginario único y deslumbrante. Es un descenso a los infiernos, a una Pompeya incendiada y devastada; pero en lugar del poeta Virgilio, a Piel de Perro le acompaña Cielito, ese pequeño y entrañable Sancho Panza que ejerce también de Pepito Grillo.
Estamos frente a una obra arriesgada y experimental en la que la libertad formal, temática y estética explosiona en cada página y arrasa, como ese meteorito, nuestras expectativas como lectores. Se trata de una lectura exigente y agotadora, excesiva y barroca, donde debemos poner, y exponer, los cinco sentidos, sentirnos vulnerables, perdidos, como meros títeres manejados por esa entidad superior que es El Autor (y aquí me refiero a Velarde). En este singular camino a Ítaca hay que dejarse guiar por la intuición y abandonarse a una experiencia sensorial y onírica, mística y mítica, poética y arcana.
Donde las palabras no llegan, donde las explicaciones fallan cuando ha llegado el momento de procesar la pérdida, Natalia Velarde pone el dibujo, con ese estilo híper expresivo del cartoon, experimentando incansablemente con colores, formas, rotulación, y haciendo gala de un abrumador instinto pictórico para convertir cada página en una pequeña obra de arte. Todo en este cómic conjura para que sintamos la desesperación y el agotamiento de Piel de Perro durante su periplo, pero también la esperanza que nos empuja hasta la catarsis final, a ese renacer de las cenizas, donde ya no es necesario evadirse a mundos de fantasía porque ha llegado el momento de dejar ir.
No es extraño que, tras recibir la beca de creación Injuve en 2022, a Natalia Velarde le hayan hecho falta tres años para concluir esta excepcional novela gráfica. Se nota, además, la clara apuesta de Reservoir Books por esta obra, con una generosa y cuidada edición en cartoné, perfecta para apreciar cada detalle y cada trazo de tan sorprendente odisea.

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