Se sabe que a lo largo de su prolífica carrera Tezuka firmó más de 700 obras y 150.000 páginas de cómic, lo que quiere decir que incluso aquellos que a lo largo de la última década hayan sido fieles seguidores del abundante material que ha llegado a traducirse al castellano no han hecho más que rascar la superficie de la producción del “dios del manga”. A pesar de ello algo hemos aprendido con las lecturas de “Adolf”, “Fénix”, “Ayako”, “Bajo el aire” y tantos otros títulos: que bajo un estilo que a nuestros ojos resulta aniñado, claramente influido por la escuela Disney, se esconden las más de las veces temáticas adultas y hasta escenas de una dureza sorprendente.
“El libro de los insectos humanos” se publicó por vez primera en 1970, un dato a tener en cuenta a la hora de valorar un trabajo que radiografía el Tokyo urbanita de aquel momento. Tezuka propone examinar a lo largo de sus 350 páginas a una serie de personajes por los que resulta complicado sentir empatía, empresarios, políticos, periodistas y artistas, una casta privilegiada envuelta en una lucha de poder y cuyo punto débil casi siempre resulta coincidente: el sexo. A lo largo de la lectura resulta inevitable pensar que en el fondo las cosas tampoco han cambiado tanto…
Y en medio de esta fauna un personaje de comportamiento extraño pero innegable magnetismo se convierte en elemento vertebrador de una trama que tiene tanto de folletín como de género negro o intriga de altos vuelos tras la que se intuyen los conflictos geopolíticos del momento, las tensas relaciones comerciales entre Japón, China Corea y Taiwan. Se trata de Toshiko Tomura, veinteañera con una habilidad exagerada (exagerada, sí) para sorber el talento de cuantos le rodean y reducir sus vidas a cenizas, una Galactus del Tokyo ye-ye capaz de matar, fornicar y revelar secretos de estado con una sonrisa (irresistible) en los labios.
Tezuka convierte a esta Mantis Religiosa en el motor de una historia que no se guarda nada en el terreno sexual (violaciones, lesbianismo y, en general, un erotismo que se desborda a lo largo de este tomo único) y que, aún sin estar a la altura de sus mejores obras, supone un interesantísimo estudio de la relación del mangaka con el Japón de su tiempo.



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