Diario de un oso en París

Más bien un libro ilustrado que propiamente un cómic, la obra de la autora argentina -que hace casi una década ya había publicado en Borobiltxo “Observación de la naturaleza humana”- es un fantasioso experimento resultante de diversas experiencias estéticas y personales. La madre de Michele Siquot visitó París en 1949 redactando un peculiar diario de viaje que se fijaba en los aspectos más absurdos (y tal vez por ello poéticos) de sus experiencias. Valgan como ejemplo los siguientes pasajes: “Los franceses usan lentes de aro muy grueso y besan a sus novias, o lo que sean, en las calles y en los ómnibus. ¡Yo hoy vi cuatro!”. “Después fuimos al Museo de Cera que no es muy lindo. Allí se hicieron varias cosas ¡Nos encerraron en una pieza y vino la LUZ NEGRA! También estuvimos en ¡PRESTIDIGITACIÓN! Quedamos P.R.O.F.U.N.D.A.M.E.N.T.E. I.M.P.R.E.S.I.O.N.A.D.O.S.”.

Siquot toma esos textos, ya de por sí de aires surrealistas e imagina a partir de ellos el viaje a la capital de Francia de un oso y su pequeño amigo, un pato. De esta forma el diario de una jovenzuela argentina en el París de 1949 se convierte en las aventuras de estos dos personajes, que sobrevuelan las estampas de la ciudad entre la emoción y el estupor. La autora apuesta además por una curiosa solución estética: dibujar a sus personajes sobre añejas postales de París en blanco y negro, contrastando así el dibujo vivaracho e infantilizado del oso y el paso sobre las imágenes nostálgicas de la ciudad.

El resultado final es una obra entrañable y muy peculiar, demasiado sutil para el entendimiento de un niño pero que al mismo tiempo nos sumerge en un universo de fantasía infantilizado y delirante.