Hay una persona luchando, abriéndose camino ya hace tiempo con su arte, que es grande y profundo, y diminuto y personal a la vez, como toda creación. A todos les gusta lo que escribe, y ha ganado premios pequeños, pero, por algún motivo, nadie conoce su trabajo. La obra extensa y aplaudida no importa, como tampoco su tenacidad, porque siempre ha sido así. El color de la piel o la sexualidad son barreras culturales, fronteras por las que no se puede cruzar. El género que se te ha asignado al nacer, en caso de que sea femenino, como le ocurre a ella, también lo es. Busca hacerse un hueco, ¿pero qué espacio hay para alguien como ella? ¿Para alguien que sueña con el Premio Planeta, que sólo han ganado dieciséis mujeres frente a los cincuenta y tres hombres que se han hecho con el galardón? Así, se ve aplastada por un canon masculino que no la tiene en cuenta, y se empequeñece poco a poco, como un copo de nieve que se deshace en unas manos tibias; abandonando unas aspiraciones que la vida, a base de fuerza, ha convertido en sueños imposibles. Encontramos algo de todo esto y más en “Asuntos de mujeres”, la nueva novela gráfica de la canadiense Julie Delporte. Un cómic en el que toca temas similares que surgen a raíz de la pregunta “¿A qué edad empecé a sentirme engañada por ser mujer?”, planteada por la propia autora. De esta manera, la historia sirve para radiografiar ciertas reflexiones y experiencias que ella ha vivido y que la han llevado a cuestionar la diferencia entre géneros y el hecho intrínseco de ser mujer hoy en día. Así, a través de unos dibujos y unas palabras que rebosan sinceridad, siempre cerca de decir algo polémico, de provocar cierta incomodidad, Delporte nos guía por su periplo vital, en el que las pequeñas cosas dolientes se amontonan como cuerpos caídos que aplastan y de los que es difícil escapar.
Lo que más me ha gustado del cómic ha sido, sin duda, su franqueza. El self-awareness de la canadiense a la hora de describir su técnica de dibujo, básica y poco realista, pero que se completa con la exquisita paleta de colores, que dotan a cada paisaje, a cada versión de sí misma, de una singularidad marca de la casa. La capacidad que tiene la autora para dibujar su órgano sexual, para hablar de cuestiones privadas que la conciernen y para contar, en confidencia pero con determinación, el abuso sexual que sufrió de pequeña y que ha determinado el resto de su vida. En fin, resulta de admirar la voluntad que tiene de mostrarse al mundo a través de formas que, a la mayoría, nos gustaría encerrar en lo más hondo del ser. Porque las inseguridades que ella desvela son universales y la lástima aquí está, precisamente, en la exposición que Delporte hace de ellas como si fueran cosas sueltas, setas de distintas especies que resultan llamativas pero que no tienen nada que ver entre sí. Y eso, lamentablemente, nos priva de unas reflexiones profundas que podrían haber transgredido la mentalidad forzosamente ciega de una sociedad que está, de por sí, acostumbrada.
El problema reside en que Delporte plantea preguntas interesantes y grandes temas, como los cánones estéticos –¿por qué es más bonita una mujer con dos pechos que con uno?–, las labores parentales centradas por lo general en la madre, el síndrome del impostor o el lugar de las mujeres en los organismos culturales, pero no los desarrolla en absoluto. De este modo, no aporta nada relativamente nuevo a la discusión y, cuando lo hace, lo comenta de pasada y no lo hace madurar. Por otro lado, a veces se detiene en historias irrelevantes para la trama en sí; en recreaciones de sus obsesiones, sobre lo cual no hay nada malo que decir, pero que se alejan del propósito de la novela gráfica. Excepto un tramo en el que encadena reflexiones de manera cohesionada y con sentido, el cómic resulta, al final, un cóctel de pensamientos que se enuncian pero no se explican. Y, así, la historia termina sin más, sin una justificación que explique la conclusión, aunque por lo menos acaba en un curso circular que dota de gracia el periplo de Delporte. Sin embargo, no por ello hay que dejar de leerla y, como a ella, a cientos de mujeres que se ven aplastadas por algo que no pueden controlar pero que está ahí. Siempre hay que darle una oportunidad a aquel, o en este caso a aquella, que los organismos culturales se empeñen en dejar de lado, porque ahí hay verdad, hay diferencia.

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