Una perra andaluza (T-2)
Cine - SeriesPablo Tocino


Una perra andaluza (T-2)

8 / 10
Fran González — 30-06-2025
Empresa — Filmin
Fotografía — Cartel de la serie

Con un presupuesto inversamente proporcional a sus ganas de romper tabúes, “Una perra andaluza” logró clavar su multicolor bandera en el imaginario colectivo de los espectadores más liberados y abiertos de miras con una primera tanda de episodios lanzada el pasado año por estas fechas. En aquellas siete píldoras iniciales, el proyecto de Pablo Tocino cogió cuerpo, presentándonos sin recatos ni remilgos los tejemanejes de un grupo de veinteañeros que descubre, a golpe de drama, promiscuidad y caos vital, los sinsabores de la madurez.

Nuevamente, y coincidiendo con el mes del Orgullo, Filmin nos entrega su esperada segunda temporada, cuyo rodaje consecutivo garantiza al público una cómoda continuidad con la que seguir avanzando exactamente donde todo se quedó hace un año. Samu (Enmanuel García) se enfrenta cara a cara a sus sentimientos y al peso de descubrir el significado de la responsabilidad afectiva; Marcos (Jota Palacios) se lanza al vacío del primer amor, desde la torpeza y la vulnerabilidad propias de un hambriento e inseguro neófito; Tamara (Isabela Hernández) y Candela (Fabiola Martínez) no dejan que el extrarradio y la adversidad se las coma ni se interponga en sus ambiciones académicas; Sofía (Sara Perogil) compagina su particular ennui vital con el chantaje de un hermano psicópata; Óscar (Iago Salinas) vive en sus carnes el abuso de clases; Sylvia (Esther de los Reyes) descubre que las segundas oportunidades existen y Dani (Pablo Tocino) decide encarar con determinación su trastorno alimenticio.

En efecto, a todos les sentimos ya como si fueran algo nuestro, pues su director y guionista logra con esta nueva remesa de capítulos que sus personajes alcancen esa categoría de voces ficticias que resuenan dentro de todo aquel que pasa ni que sea un rato con ellas. El carisma de estas, sumado a su capacidad para salpicar la trama con ciertos conflictos humanos y elementos generacionales (superación, terapia, fantasmas de adolescencia, bulimia, los cambios de ciclo, las primeras veces, la nueva economía del clic), hace que automáticamente les veamos como referentes en potencia para un presente confuso y difícil de digerir.

Más vale maña que fuerza, pues las limitaciones pecuniarias de sus responsables no son óbice para que la serie vuelva a brindarnos momentos de auténtico e innegable brillo, ya sea a golpe de humor (con compañeros de piso que se comportan como la versión escatológica de Sorogoyen, referencias a APM? o fantasías oníricas de lo más calenturiento y perverso) o con frases lapidarias que nos recuerdan el valor emocional que el proyecto también posee (“¿Sabes cuando los hombres de tu familia te dan un beso por última vez?”, suelta Dani como si nada). Una dicotomía tonal que convive a la perfección dentro de esa esfera localista que descentraliza (¡por fin!) la ficción patria y nos muestra los anhelos, inquietudes y picores de una juventud sin filtros ni prejuicios.

La propuesta reitera su tónica con respecto a la primera temporada, subrayando aspectos que parecen ser ya crónicos en su particular marchamo -como su buen gusto por la música, con una banda sonora original firmada por Ghouljaboy y canciones de gente como Rocío Saiz, Soleá Morente, Zahara o Havalina, o su inclinación constante por las quimeras sentimentales. Y es que si por algo se caracteriza “Una perra andaluza” es precisamente por saber combinar el humanismo de sus personajes con narrativas utópicas donde la venganza adolescente, la reconversión hetero o el desafío de las convenciones sociales son escenarios posibles (si la ficción no vale para poner en jaque la suspensión de la incredulidad, apaga y vámonos).

El resultado de estos nuevos seis capítulos es la exacta continuación de aquello que se nos prometió en su momento: una serie joven, radicalmente imperfecta pero con vocación de retrato íntimo y sin complejos. Gana en honestidad lo que puede perder en pulido y siembra desde el “dramarrachismo” el germen de algo que puede dar mucho de qué hablar en la ficción audiovisual española de aquí en adelante.

 

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