The Last Showgirl
Cine - SeriesGia Coppola

The Last Showgirl

6 / 10
Abel Olivares — 25-06-2025
Empresa — Utopia, Digital Ignition Entertainment, High Frequency Entertainment, Pinky Promise
Fotografía — Cartel de la película

Visionar por primera vez “The Last Showgirl” es sinónimo de sortear la suspicacia de una mente juiciosa, vasalla del frenético torrente digital actual, solapada con la lectura de un apellido más que familiar en la cúspide de la jerarquía directiva. Ambos, dos engranajes clave del presente artefacto fílmico, activan suposiciones infundadas respecto a lo que Gia Coppola, nieta y sobrina de la dinastía cinematográfica por excelencia, relata en su tercer largometraje.

Tras levantar pasiones en la septuagésima segunda edición del Festival de San Sebastián, donde se hizo con el Premio Especial del Jurado, el estreno público de “The Last Showgirl” le devuelve al séptimo arte su juguete roto por excelencia; efectuando un clarísimo diálogo con la infravalorada “Showgirls” (95) de P. Verhoeven, Pamela Anderson encarna una vieja gloria del cabaret vegasino que se niega a aceptar el fin del espectáculo que protagoniza, o lo que es también, su carrera. En poco menos de hora y media nuestro cerebro postmoderno se enfrenta a un reto: ensordecer el barullo de una sociedad caótica y afinar el oído para escuchar los susurros de una mujer que, incapaz de asimilar la decadencia de su fantasía, aquella en la que ha basado toda su existencia, se ve forzada a empezar de cero.

Introspectiva, a la par que visualmente atractiva por haberse rodado íntegramente en celuloide Kodak, la cinta cuenta una historia de mirada femenina; un espejo en el que muchas podrán verse reflejadas debido al hincapié que la estadounidense hace sobre la aversión social respecto al envejecimiento de la mujer. ¿La razón? Temer la vejez es, nada más y nada menos, que temer la muerte; la inutilidad del ser. Coppola ataca los posibles prejuicios que pueda tener al espectador ya desde un principio, cuando adapta la opulencia explícita de los noventa a los códigos contemporáneos, sustituyendo la superfluidad del film de Verhoeven por un realismo apagado, nostálgico y melancólico. Veraz, a fin de cuentas.

Se echa en falta, no obstante, dar mayor importancia a las subtramas porque, si bien aparecen como una encadenación de anécdotas, arrastrándonos hasta el desenlace, enriquecen el guion sin demasiado ahínco, puesto que nos mantienen en vilo pero no se resuelven con claridad. Sin embargo, es menester hacerles una mención especial debido al papel que empeñan a la hora de bajar a lo terrenal la enorme carga emocional de Shelley, el personaje interpretado por Anderson, absolutamente renovada, demostrando un gran compromiso al encarnar la rabia, impotencia o el desespero generados por acontecimientos, indudablemente, vividos en carne propia.

A grandes rasgos la película es una carrera de obstáculos que la protagonista corre contradirección, haciendo caso omiso a todas las señales cuya presencia indica el temido final. Un ejemplo revelador: la rotura multirreincidente del ala de su atuendo. En cierto modo, “The Last Showgirl” funciona gracias a la intervención de caras conocidas –Pamela Anderson, Jamie Lee Curtis, Brenda Song, Billie Catherine Lourd, Dave Bautista–, ya que de no ser por ellas la película sería otra película intimista más. A mi parecer, existe una leve similitud con la última tendencia del cine español, con producciones demandan al espectador un esfuerzo extra durante el visionado. Exigencia que se plantea simultáneamente tanto virtud como su talón de Aquiles. De todas formas, Gia Coppola dirige una obra muy necesaria. Lástima que no haya sabido estar a la altura de otros filmes estrenados el mismo año, más innovadores y con mejores decisiones en lo que a guion se refiere.

 

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