Superestar
Cine - SeriesNacho Vigalondo

Superestar

8 / 10
Fran González — 22-07-2025
Empresa — Netflix
Fotografía — Cartel de la serie

Que no nos engañe su apariencia kitsch, ni su malentendido trasfondo frívolo, ni su estreno por la puerta de atrás. “Superestar” es la serie española más emotiva de lo que llevamos de año y un espaldarazo a las horas bajas de su plataforma madre. Un homenaje, vestido de terciopelo y nostalgia, directamente dedicado al outsider soñador medio, donde de paso, recuperamos al Nacho Vigalondo más lúcido.

Puede que el tamarismo te pillara de refilón o decidieras deliberadamente ignorarlo con justo criterio en su día, pero lo que ha hecho el director de Cabezón de la Sal aquí trasciende cualquier juicio subjetivo y nos habla en un idioma que todos, apóstatas incluidos, entenderemos. Lo hace acompañado de un reparto hipnótico y en su zénit, tan capaz de enamorar, enternecer y fascinar, como de retratar los dejes y vicios de sus respectivos roles sin necesidad de caer en la imitación chusca o en la parodia facilona. Un ejercicio doblemente complejo, y más aún cuando durante muchos años solo tuvimos precisamente esa versión vulgar de sus trasuntos.

Y es que en cierto modo, es imposible no ver “Superestar” como un acto de revancha contra quienes construyeron, sensacionalismo y mezquindad mediante, una imagen distorsionada de los protagonistas de esta historia. Recordemos que Los Javis (aquí presentes en calidad de productores) ya hicieron algo similar con el legado de Cristina Ortiz en “Veneno”. Sin embargo, y aunque eso no niegue ni su voluntad respetuosa ni su evidente cariño, la última lectura que nos queda de esta radiografía del trash cañí es que no hubo ni buenos ni malos durante aquella guerra, más allá de quienes quisieron aprovecharse de la nobleza innata de unos pobres diablos.

Vigalondo se luce, se recrea y se regala. Atiborra las escenas de elementos con sello propio, se atreve a reinventar a Loly Álvarez como una chica Lynch, a Paco Porras como un John Constantine local, y nos cautiva con cameos de fantasía (queremos quedarnos a vivir para siempre en ese plató de “Tiempo de Marte”). Pero más allá del envoltorio (exquisitamente cuidado entre referencias pop y ambientación dosmilera), impera el tino de todos sus responsables por ofrecernos una merecida revisión de aquella parte de nuestra historia mediática (que, para bien o para mal, dice mucho del tipo de país que éramos).

Revisitar cualquier periodo desde el romanticismo es siempre arriesgado, pero nadie puede decirle que no a este delicioso cruce de universos que aplasta el manido concepto actual de “biopic” y empuja a Netflix a salir, por fin, fuera de su zona de confort. Seis episodios, orquestados tanto de forma coral como individualizada, que huelen a redención sin paternalismos y a reconciliación sin prejuicios.

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