Algo no cuadraba al ver los tráileres de “One Piece”: personajes con peinados cosplayers, maquillajes con reminiscencias a “Xena: La princesa guerrera” y el logo de Netflix después de producir varios de los peores live-action de animes de la historia. Sin embargo, estamos en un punto mediático en el que las adaptaciones de aquellas narrativas que tienden a nichos más oscurecidos para el público común, como los videojuegos, cómics y mangas, están haciéndose respetar en la pequeña pantalla. “The Boys”, “Invincible” y "The Last Of Us" fueron pioneros de este fenómeno y, aunque no esté a su altura, “One Piece” ha sido una agradable sorpresa.
Cabe destacar que no todo es celebración. Varios de los elementos técnicos y narrativos no funcionan. Al CGI le falta madurar, algunos de los arcos no ajustan bien el peso dramático por decisiones poco justificadas (entre ellas, la ausencia de Don Krieg en el Baratie) y la dirección no se asienta con comodidad al medio live-action en su lucha contra natura por ser más manga de lo que puede. Y lo mismo sucede con varios de sus personajes. Lo ridículo de Usopp (Jacob Gibson) no funciona, Sanji (Taz Skylar) se vuelve poco icónico y Zoro (Mackenyu) pasa de ser el personaje más molón del manga, a alguien que se esfuerza por serlo.
No obstante, estos elementos no impiden que otros personajes y situaciones dejen buen poso durante sus ocho episodios. Nami (Emily Rudd) se convierte en el vehículo emocional de la historia e Iñaki Godoy abraza con vehemencia al personaje más estúpido y épico que se ha escrito y dibujado. Otra mención especial es para Garp (Vincent Regan), que se come la pantalla cada vez que aparece debido a que aporta su propia versión del personaje.
Realmente, en los momentos en los que la serie se toma sus propias licencias y se separa con levedad de la historia original deslumbra. El circo de Buggy o convertir la trama de Kuro en una historia de miedo son ideas geniales y refrescantes, ya que es en esas escenas en las que se junta lo mejor de ambos mundos. Los creadores de la serie demuestran las posibilidades que tienen entre manos, mientras juegan a ser emocionales.
Es innegable que “One Piece” toca muchas fibras sensibles al mismo tiempo que se muestra como una entrada bastante accesible para quienes rehúyen los diseños caricaturescos del manga. Por eso, aunque no dé en todas las dianas, asienta las bases de un futuro prometedor. Toca cruzar los dedos para que reciba el presupuesto capaz de reinterpretar las locuras que Eiichiro Oda ha ideado para la Grand Line.

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