Fiel a su ya tradicional gusto por el morbo inspirado en sucesos reales y el producto de consumo exprés, Netflix firma con “Número desconocido: Falsa identidad en el instituto” la enésima razón por la que temer al mundo moderno y preocuparnos de su insana deriva. Poniendo esta vez el foco en el ciberacoso y la usurpación de identidad como pilares principales de su propuesta, Skye Borgman (con bastante callo ya en el true crime de plataforma tras los éxitos de “Abducted in Plain Sight” o “La chica de la foto”) trae a la pequeña pantalla el sonado caso de Lauryn Lacari, una joven adolescente norteamericana que estuvo recibiendo mensajes intimidatorios y coactivos desde un número desconocido a lo largo de casi dos años.
En esta reseña no se hará mención alguna al origen de dichos mensajes, ya que si algo hace que merezca la pena su hora y media de metraje es precisamente ese desconcertante y perturbador desenlace que revela la existencia de una capa aún más oscura en el estrato de esta historia. Basta, eso sí, con recordar el impacto mediático que trajo consigo el caso para intuir dichos derroteros –aunque si uno se presenta totalmente virgen al visionado de esta suerte de whodunit centennial, mucho mejor.
Sus protagonistas, residentes de un pequeño pueblo de Michigan, dan la cara años después de lo sucedido para este documental, mostrando en cámara las consecuencias todavía vivas de una experiencia que marcaría para siempre sus años más frágiles. Y es que la resolución del conflicto de marras no podría ser más espinosa.
Lauryn y su novio, Owen McKenny, eran considerados la pareja de oro del instituto –primer dato que inquietará al espectador, pues en todo momento hablamos de niños de apenas doce o trece años de edad, enmarcados en precoces postales de red social en las que juegan a ser mayores ante los ojos de los demás. Sin embargo, lo verdaderamente pesadillesco arranca cuando Lauryn empieza a ser víctima de todo un asedio digital, a partir de insultos, amenazas y difamaciones muy subidas de tono que buscarán dinamitar a toda costa su vínculo con Owen.
Todo cuanto vamos descubriendo de la investigación es desagradablemente sobrecogedor, pero lo que realmente sostiene el documental es el modo en el que Borgman nos lo cuenta, poniendo al servicio del relato su don para la narración luctuosa, valiéndose de un buen arsenal de recursos técnicos que harán que nuestra atención se mantenga inalterable (recreaciones visuales, testimonios reales, cámaras ocultas o el acceso directo a esos escalofriantes mensajes, que doblarán su alcance y huella tan pronto como descubramos la autoría de los mismos).
Su principal acierto es, por tanto, el ritmo, tan sensacionalista como escabroso, capaz de destapar la tensión con sosiego y en el orden en el que sus propios implicados descubrieron los hechos. Nos sumimos así en un crescendo inmersivo y empírico que, no por habitual en este tipo de producciones tendrá menos efecto sobre nosotros. Claro que no todo es impecable, pues también habrá momentos en los que la narrativa disfrute en exceso con el suspense, prolongando escenas cuyo único objetivo es mantener al espectador pegado a la pantalla y provocando con ello que el recurso dramático eclipse la esperada reflexión social.
Pues lo que comienza siendo una advertencia sobre el alcance de las nuevas tecnologías en edades tempranas, pronto se convierte en un ejercicio de concienciación en materia de salud mental, revelando aristas en el caso que no nos habríamos imaginado jamás. Razón por la cual podemos considerar que “Unknown Number” trasciende la crónica y nos recuerda, desde el perdón y la fractura del afecto, la naturaleza impredecible de un trauma particular.

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