Me encuentro en redes sociales una guerra civil contra la reescritura contemporánea de David Blue Garcia, donde aquellos que detestan esta última reapropiación de la fría maquinaria de Netflix se oponen a los que han encontrado en este slasher de manual un antídoto a “la pedantería pija del elevated horror” (sí, he llegado a leer esto). Y quizás peque yo de naif o equidistante, pero mi experiencia con este regreso a la ensangrentada y polvorienta América profunda se mueve por otras cartografías, muy alejadas de ese ser o no ser (que en este caso no son la cuestión). Porque para hablar del regreso de “La matanza de Texas” no me queda otra que escribir una oda a las ferias.
Nadie buscaría la trascendencia en una máquina que basa su esencia en lo volátil, en aquel espectáculo que llega sabiendo que va a partir. Con el corazón en la mano creo que David Blue García no ha querido ser otra cosa que el gerente de un túnel de la bruja (de hecho, de un muy buen túnel de la bruja). Leatherface vuelve por todo lo alto, con el digital de su parte, para regalarnos la culminación de esa imagen grotesca que vive entre la pesadilla detestada y la pulsión reprimida. Este túnel del terror cumple en cuanto que rescata de su predecesora aquello que la diferenciaba de sus competidoras. “La matanza de Texas” sigue siendo el slasher de la suciedad, del exceso, de la víscera y del “¿por qué no?”.
Bueno, quizás ahora se pregunte algo más “por qué” que hace casi 50 años. ¿Es una mala señal que Freud pudiera apuntar en su libreta “el problema es su madre” al acabar la película? ¿Necesita el hombre que arranca los rostros de sus víctimas para utilizarlos como máscaras verse impulsado por el trauma? Probablemente no. Sobre todo cuando, sea cual sea la causa, la consecuencia va a ser la misma. El monstruo mata porque su territorio ha sido invadido (¿y si “La matanza de Texas” siempre abrazó el folk horror?), sean hippies en silla de ruedas o influencers con mentalidad de tiburón. ¿Qué más da la carcasa de esta atracción si su función se está cumpliendo? ¿Qué más da que no lo vayamos a recordar cuando se vaya de la plaza del pueblo si este tren de la bruja me hizo cerrar los ojos al menos una vez? Venga, ya podéis llamarme naif y equidistante. Pero muy buena la referencia a “El Resplandor”.

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