Para Francis Lawrence esto no es nuevo: dibujar en clave distopía un panorama enfermizo y desolador. Ya lo hizo en las diferentes partes de “Los juegos del hambre” (2013-2023) o en “Soy leyenda” (07) y, ahora, repite con “La larga marcha”. Bajo la sombra y el influjo de la novela de Stephen King, el contexto es simple: cien adolescentes participan en una competición en la que si te paras o reduces la velocidad, te matan. Basta con tres avisos para que te peguen un tiro. De este modo se suman los kilómetros pero, sobre todo, las conversaciones y sus desafíos vitales. Todos y cada uno de ellos están ahí por algo, todos tienen algo que resolver y un trauma que les persigue. Y, conforme pasa el tiempo van reconociendo sus motivos con los más afines. En ese reconocimiento y en las confesiones está la clave de la película. Ahí, sinceramente, está el verdadero terror (más allá de la crueldad de cada asesinato).
“La larga marcha” tiene muchas miradas y una pátina muy actual; cómo de loco está el mundo y, en particular, los Estados Unidos de Trump. No hay empatía y si mucha norma y control. Como sucede en “Bugonia” de Yorgos Lanthimos, la ira y el caos son sus instrumentos. En la película de Francis Lawrence destaca un reparto de primer nivel, con Cooper Hoffman (apunta a grandísimo actor, como su padre Philip Seymour) y David Johnson (uno de los protagonistas de “Alien Romulus”), pero también el resto, jóvenes que en algún momento, vive su propio delirio y la sensación que no vale la pena seguir en un mundo que se ocupa de desgarrarte (por dentro y por fuera).
A pesar de que la trama está clara desde un principio y que el paisaje no varía (las únicas variables son las meteorológicas), la película engancha: sujeto a tu butaca, andas con ellos, sufres con ellos. Y eso es mérito de un director tan brillante como Francis. En el fondo, poco importa quienes caigan y quien, finalmente, gana esa competición. Lo importante es cómo te desplomas por el asfalto manteniendo intacta tu dignidad.

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