A Alberto Casado y Rober Bodegas se les ha quedado pequeño YouTube y han decidido salir de su zona de confort (con perdón). De la burla en minuto y medio (rápida, efectiva y, aun así, trascendente) a la estructura canónica de las comedias actuales para plataformas. Un salto con más narrativa que la de sus hasta ahora habituales propuestas y la oportunidad de darle un mayor recorrido a esos personajes y chascarrillos que ya conforman un imaginario propio.
El germen de “Entrepreneurs” es, al igual que en los vídeos cortos de Pantomima Full, el triste reflejo de nuestra deriva como especie, tan exagerado como dolorosamente certero. Precariedad disfrazada de anglicismo vanguardista, autoengaño dilatado en el tiempo y estereotipos que desdibujan la fina línea entre la pura ironía y el golpe de realidad –¿o es que acaso no somos todos un poco “adultos que buscan monetizar un hobby”?–. Y es que detrás de la histriónica caricatura de un divorciado resiliente (Pep), un tiburón postadolescente (Lambo), un nepobaby caprichoso (Gonzalo) o un charlatán embaucador (Jacobo) no se esconde más que un triste retrato del presente al que tan solo podemos doblegar desde el escarnio y la risa.
La dupla tiene callo haciendo precisamente eso, por algo llevamos años intercambiándonos por redes sociales sus parodias, casi como puyas pasivas entre amigos, conscientes de que de la sátira a la literalidad hay apenas un paso. Además, en mayor o menor medida hemos visto ya a sus responsables cumpliendo en la interpretación (Aura Garrido, Gonzalo de Castro, Luis Bermejo, o los propios Casado y Bodegas…), y entre todos consiguen de forma coral que la sensación última de la serie no sea la de un simple sainete forzosamente alargado, sino la de todo un proyecto televisivo con vocación de futuro (recordemos que “The Office” duró nueve temporadas, ojo).
Contábamos tras el estreno de “Poquita Fe” que la comedia española menos conformista había regresado oficialmente, y con “Entrepreneurs” la apuesta parece seguir sobre la mesa. Pese a sus chanzas recicladas y que en pleno 2025 tengamos ya superados los chistes sobre mindfulness, positivismo tóxico, discursos de gurú arropados con música new-age, coworkings cretinos y tazas motivacionales, los Pantomima siempre saben cómo sacar agua nueva de ese pozo. Retuercen la mueca cruel y la vergüenza ajena hasta volver a ganarnos, incluso aunque eso implique ponernos un espejo delante, ya bien sea echando mano de derrotismo desgarrador (Aníbal Gómez es la persona más divertida que puedes fichar para una ficción actualmente) o de la mala baba más desmedida (Victoria Martín siendo Victoria Martín).
El paso a la pantalla tradicional acostumbra a ser una trampa para muchos proyectos nacidos en internet: se fuerza la máquina, se pierde frescura y la libertad se reduce. En esta ocasión, sin embargo, la serie continúa legando el mismo tono pérfido del producto original, adaptando correctamente sus formas y voces a los moldes televisivos y haciendo realidad la necesidad de darle más espacio y desarrollo a esas ideas que durante años fueron tan solo pinceladas de rótulo y gag. Sin perder ni chispa ni identidad, Alberto y Rober nos demuestran su pericia para seguir dejando títere sin cabeza, ahora también en formato largo.

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