Dune: parte dos

Un servidor concluía la reseña del primer “Dune” de Denis Villeneuve, hace casi tres años, con la duda de si “Dune 2” compensaría la calma de la predecesora con un aumento de furia. Y lo hace, en parte, pero sin erosionar la cohesión del conjunto.

“Dune 2”, basada en los libros de Frank Herbert, muestra con disimulo una estructura deudora de una fuente literaria. Si la primera entrega era la presentación avasalladora de unos mundos atractivos en su belleza inhóspita, esta continuación, consciente de que, visualmente, las cartas ya están echadas y no puede sorprender mucho más (aunque en este sentido, Villeneuve se nos antoja juguetón cuando ofrece una secuencia en blanco y negro), se centra en la acción a partir de una tácita división capitular con la introducción de nuevos personajes y giros que hacen avanzar la historia, aunque no siempre con el mismo interés. Inteligentemente, el director recupera (con variaciones) algunos de los grandes momentos de la primera y nos vuelve a deleitar, por ejemplo, con la aparición de los gusanos del desierto, esta vez incluso domados como en un western.

Esta segunda entrega avanza en el planteamiento general de la saga y ensancha el conflicto del protagonista. A la conocida estructura del viaje del héroe, ya existente en la primera, se añade, ahora, un matiz de relato mesiánico. Eso permite un interesante arco de transformación del protagonista, iniciado como héroe a regañadientes y convertido en guía arrogante de todo un pueblo. Ahí da el callo un convincente Timothée Chalamet, pese a un físico de apariencia endeble que no suele acompañar a este tipo de personajes. Todo ello, además, se adereza con, como en cualquier space opera, elementos folletinescos, no siempre satisfactorios.

En el apartado actoral, además de Chalamet o Rebecca Ferguson como madre macbethiana, hay que destacar a un sorprendente, incluso divertido, Javier Bardem que consigue trasplantar al desierto de siglos venideros al tosco, pero noble, pueblerino de antaño.