Madrid, Ext.
Cine - SeriesJuan Cavestany

Madrid, Ext.

8 / 10
Fran González — 10-09-2025
Empresa — Cuidado con el perro
Fotografía — Cartel de la película

Estamos tan acostumbrados a oír hablar de la parte chusca de Madrid, a menudo encarnada y representada por la inoperancia de sus dirigentes y autoridades, que se hace raro acordarse también de su lado humano. Gracias al cielo (el de la capital, claro) que Juan Cavestany está aquí para recordárnoslo. “Madrid, Ext.”, la última obra del director de “Un efecto óptico” (20) o “Gente en sitios” (13), traspasa los límites del documental al uso y radiografía hasta el tuétano la urdimbre de su Madrid natal con la sensibilidad de un relator apasionado por el detalle y la minucia.

Si en plena pandemia el realizador se propuso ponerle poesía a nuestra reclusión con “Madrid, interior” (20), ahora traslada el foco a los barrios y a sus singulares residentes en un ejercicio de estima imparcial pero sincero. El resultado es una oda al costumbrismo extremo, sin más pretensión narrativa que retratar el ritmo de una ciudad superviviente y resiliente. El Madrid de la fritanga, los callos y los churros; el del pequeño comercio, el negocio familiar y la profesión extinta. La reivindicación de lo común y la exaltación de lo castizo, sin emblemas ni orgullos.

Cavestany parece no dirigirse a ninguna parte, hasta que finalmente llega. Y para entonces, nuestros ojos estarán perlados de emoción y la magia de las pequeñas cosas habrá hecho el resto. Su hora y media de esbozos se mueve con discreción entre lo más primario, apelando a quienes en su día fuimos dentro de este nuevo mundo de celeridad y renovación obsesiva. No hay más moralismo en sus ideas que el que cada espectador quiera darle, aunque de sus interlocutores (anónimos hasta que dejan de serlo) bien podríamos extraer un puñado de reflexiones que darían mucho de sí (“¿Es la ciudad la que ha cambiado o es nuestra forma de verla la que lo ha hecho?”).

Más allá de su cometido crítico y anticapitalista, apuntado de soslayo por terceros (“Estamos haciendo un Madrid para otros”), el cineasta pone su total empeño en brindarnos una postal giratoria y romántica que trasciende la nostalgia gratuita y se convierte en una instantánea precisa. Sus historias, breves y llanas, son grabadas entre bellísimos primeros planos, rostros estáticos y simetrías silenciosas, tan solo rotas por esa genialidad sonora compuesta por Guille Galván (Vetusta Morla): una partitura que crece al ritmo de las imágenes y que es capaz de convertir el chiflo de un afilador en un ritmo tribal o la lluvia nocturna en un beat colérico. Sinfonía con sentimiento y pulso, alimentada por el clamor de las calles.

Alpargaterías, droguerías, mercerías, salas de baile, videoclubs, circos, boleras, bares de viejo, el rótulo de Schweppes, los heavies de la Gran Vía, los chulapos de San Isidro y Caramelos Paco; pero también el bullicio, el hormigón, el contraste, la injusticia, las heridas del pasado y la incertidumbre del futuro. El Madrid de Cavestany, pese a sus armónicas composiciones visuales, huye de la idealización y objetiviza con afán cronista el aquí y el ahora, hasta que este dure. Un testimonio armado de instantes mínimos y proezas ignoradas, aquí elevadas a la categoría de libreto y escenario para recordarnos de dónde venimos y prevenirnos de hacia dónde vamos.

 

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