Balearic
Cine - SeriesIon De Sosa

Balearic

7 / 10
Fran González — 13-12-2025
Empresa — Apellaniz & De Sosa
Fotografía — Cartel de la película

No sabemos si, más de sesenta años después de su estreno, “El Ángel Exterminador” (62) necesitaba un remake, pero Ion de Sosa nos lo ofrece, queramos o no, con “Balearic” (25). Tal vez suene demasiado reduccionista por nuestra parte limitar esta experiencia visual de hora y cuarto a su ostensible parecido con la obra magna de Buñuel, pero los guiños al realizador calandino (hormigas incluidas) son tan claros que cuesta ver la nueva cinta del responsable de “Mamántula” (23) con otros ojos.

La cosa, sin embargo, no comenzará alentándonos en dicha dirección. De hecho, y a lo largo de sus primeros veinte minutos, todo parece originalmente sugerirnos una suerte de “Spring Breakers” (12) a la española, cediéndole el total de la narrativa a un cuarteto de centennials cansinos y despreocupados que deciden colarse en una finca ajena, amenazantes de entregarnos así un “coming of age” barato con briznas de cine de género y tontuna juvenil. Paciencia, porque las apariencias engañan y el ingenio retorcido y perverso de de Sosa no se hará de esperar.

En un momento dado, y sin solución de continuidad, el foco argumental nos llevará de repente a donde está la verdadera chicha. Una opulenta fiesta, ubicada no muy lejos de nuestros mencionados intrusos, en la que el alcohol, el cinismo y la gilipollez pudiente y derrochona nos lo dan todo. En un registro teatral, tirando a guiñolesco y satírico, el elenco de invitados a la cita de postín rasga sus vestiduras, celebra la pantomima y exhibe sus envidias, despertando entre diálogos casi enajenados nuestros sentimientos más bajos y avivando de paso la fiebre del ellos contra nosotros.

Estamos, efectivamente, ante un alfa y omega de clases, no precisamente discreto, donde el pez grande se come al pequeño, tal y como el cine actual gusta de reivindicar y recordarnos -ahí están “Parásitos” (19) o El Triángulo de la Tristeza (22) como prueba de ello. En este caso, los sujetos pisoteados serán limitados a la categoría de anécdota dentro de un clima casi apocalíptico en el que el fin de los días parece haber elegido la noche de San Juan para suceder. Lejos de huir de su destino, el acomodado plantel apuesta por abrazar el caos consensualmente, subrayando su indignante indiferencia ante el inexorable avance de un incendio forestal próximo, que se avizora sobre ellos bajo el vahído del exceso, el hedonismo sórdido y los graves de la música original de Xenia Rubio.

Christina Rosenvinge, María Llopis, Luka Peros, Zorion Eguileor o Moisés Richart (convertido ya en muso indiscutible de de Sosa) son algunas de las caras conocidas encargadas de conferir prestigio a la factura, aunque el verdadero atractivo de la cinta radique esencialmente en la finísima convergencia entre su autoría grupal, donde se encuentran en labores de guion nombres como los de Chema García Ibarra ("Espíritu sagrado"), Burnin' Percebes ("La reina de los lagartos"), Julián Genisson y Lorena Iglesias (miembros del añorado colectivo Canódromo Abandonado y abajo firmantes de joyas como “Inmotep”, “Ayudar al ojo humano” o “La tumba de Bruce Lee”). En sus manos, una nómina coral de voces, conjugada entre dos generaciones espejo y el agua como mínimo común múltiplo de un delirante thriller en el que ninguna solución evidente está permitida.

Ligereza estival en 16 milímetros, que lejos de embellecer o conferir sosiego, enferma la imagen a fuerza desdén, desidia, codicia, bromas pasadas de rosca y exégesis desproporcionada. Reírnos de los ricos vuelve a resultar fructífero, pese a que su corolario nos recuerde que ellos siempre ganan.

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