Cesária Évora en la escalinata de la Catedral, Caetano Veloso bajo la luna del puerto, Omara Portuondo emocionando al teatro romano, y Rosalía en sus comienzos, antes de que se convirtiera en fenómeno mundial. Nuestro compañero Eduardo Tébar, habitual cronista para MondoSonoro de La Mar de Músicas, nos apunta en su top tres a Franco Battiato (2017), Afrocubism (2010) y Benjamin Clementine (2014). Son flashes de esas treinta ediciones que deslumbran. Pero ¿qué ha hecho tan especial este festival? ¿Por qué ha resistido al paso del tiempo sin perder su esencia? Su actual director, Eugenio Cremades, extrae tres claves para entender estas tres décadas.
Un festival verdaderamente público
En un tiempo en el que la mayoría de los festivales han sido externalizados, La Mar de Músicas sigue siendo público en su esencia y en su gestión. Organizado directamente por el Ayuntamiento de Cartagena, su equipo está compuesto por funcionarios que creen en la cultura como un bien común. “Lo fácil habría sido sacar un concurso para que una empresa privada lo gestionara —explica Cremades—, pero eso habría significado renunciar a lo que somos”.
“Lo que hace diferente a La Mar de Músicas es que puede permitirse seguir guiándose por criterios culturales, no de mercado”.
Esa independencia permite al festival hacer lo que otros no pueden o no quieren: ofrecer una programación gratuita de alta calidad, centrarse en músicas globales poco comerciales, crear Especiales dedicados a países culturalmente periféricos, y apostar por el talento emergente, incluso cuando las cifras de reproducciones no acompañan. “Lo que hace diferente a La Mar de Músicas —añade— es que puede permitirse seguir guiándose por criterios culturales, no de mercado”.

La visión de futuro: apostar antes que nadie
La historia del festival está tejida con nombres que ahora llenan estadios, pero que entonces eran apenas promesas. Rosalía, Jacob Collier, Kamasi Washington, Residente… todos pasaron por Cartagena antes de que su caché los hiciera inaccesibles. “No podemos traerlos ahora —reconoce Cremades—, pero sí podemos decir que estuvimos allí cuando apenas empezaban”.
Esa capacidad de adelantarse a las tendencias, sin la presión de vender entradas o viralizar contenidos, ha convertido a La Mar de Músicas en una cantera de futuros clásicos. No es un festival de modas, sino de descubrimientos. Aquí, lo importante no es quién llena más, sino quién tiene algo que decir al mundo.
La transformación de Cartagena
Cuando nació en 1995, La Mar de Músicas era una apuesta para activar una ciudad dormida en pleno verano. Hoy, Cartagena es otra. El festival ha contribuido no solo a llenarla de música, sino a redefinir su uso del espacio urbano, ocupando plazas, calles y monumentos históricos. El Auditorio Paco Martín, con vistas al Teatro Romano y al puerto, se ha convertido en uno de los escenarios más bellos del país.
Durante nueve días, la ciudad vibra al ritmo del festival. Hoteles completos, bares en ebullición, calles llenas de vida. La Mar de Músicas no es solo un evento, es un ecosistema cultural que ha convertido julio en una celebración. “La ciudad sigue transformándose con cada edición”, afirma su director. “No es solo música. Es identidad, es apertura, es energía compartida”.

Treinta años después…
En 2025, La Mar de Músicas lo celebra con un Especial Corea del Sur que confirma su vocación global. Pero más allá del cartel, el festival reafirma su propósito: ser una puerta abierta a la diferencia, a la excelencia y a la emoción. En tiempos de algoritmos, sigue apostando por el criterio. En tiempos de prisa, sigue invitando al descubrimiento.
Porque si algo ha demostrado La Mar de Músicas en estos treinta años es que la cultura, cuando es pública, libre y valiente, transforma ciudades… y personas.
Os dejamos aquí la programación de La Mar de Músicas para este 30 aniversario.
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