
Ahora mismo estás trabajando en tu nueva película, “Keyhole”. La protagonizan Jason Patric, Isabella Rossellini y Udo Kier, y parece ser que te adentras en terrenos más comerciales. ¿Qué nos puedes contar de ella?
Estoy a punto de terminar la película. Ahora estoy centrado en la producción del sonido y en un par de cosas más que faltan por pulir. Podría ser, como dices, una película comercial, pero, ¿qué se yo de películas comerciales? Es en blanco y negro, lo cual ya hace que sea un poco menos comercial desde el principio, y está filmada de manera digital aunque parezca que lo hayamos hecho de manera tradicional con una cámara de 35mm. Así que me imagino que la gente que ya haya visto mi trabajo anterior y conozca las texturas que uso en mis películas, puede asustarse al ver esta. La historia versa sobre gangsters y fantasmas.
Se dice sobre ti que eres el cineasta de culto más famoso, pero tu cine, de claro aliento arty y a veces hasta experimental, tiene una claridad emotiva y expositiva tal, que lo hace muy cercano. Más de lo que parece a primera vista….
Gracias. Y si, no creo que mi cine sea muy difícil de entender. He sido etiquetado de muchas maneras: ‘el director más experimental dentro del cine mainstream’, o ‘el director más mainstream del cine experimental’, e incluso “el más gay de los directores heterosexuales”. Así que, no sé. Me imagino que ocupo un lugar a caballo entre estos dos mundos, experimental y comercial, pero aún así no creo que mis películas sean difíciles de comprender, son bastante fáciles. Normalmente surgen de mis sentimientos, que necesito sacarlos fuera, expresarlos. Como haría un niño dibujando en preescolar.
Otras de las características de tus films es la mezcla de géneros, texturas… ¿Es difícil ensamblar esos collages de imágenes?
Siempre intento crear cosas accesibles, la verdad, no saco nada de cabrear a la gente con mis films. Siempre intento llegar al máximo público posible. Y durante mucho tiempo me decepcionaba mucho que me dijeran que hacía películas ‘no narrativas’. Quizá era así. Pero me estoy haciendo bueno en esto de contar historias. Creía que mis historias eran fáciles desde el inicio... Hay ciertas texturas, ambientes y atmósferas que me gustan mucho y las uso, pero solo quiero contar las historias a mi manera. Ahora bien, solo porque uso esos recursos que están a la baja en el cine comercial, la gente cree que soy un pretencioso o que mis films envían un mensaje similar. No tengo ni más ni menos mensajes que dar que el de otras películas, quizá sea mi manera de enfocarlas lo que moleste a la gente.
Siguiendo con la mezcla de texturas y géneros, también haces lo propio con los formatos. Documental, cine mudo, animación… ¿Tus películas deben de ser una locura cuando llega la hora del montaje no?
Es bastante simple a la hora de montar, porque todo está grabado en el mismo formato digital y solo tienes que volcarlo. Cuando rodé “My Winnipeg” era un documental sobre mis memorias del lugar, pero como pasa con todas nuestras memorias, ahí cabían muchos otros formatos para explicar esa historia. Debería ser un collage de memorias en formatos variados. Cuando lo filmé, tenía de todo: documentales, fotos, declaraciones, tenía animaciones... Hay tantas maneras de contar una misma historia. Los humanos llevamos cientos de años contándonos historias los unos a los otros, desde que empezamos a hablar, seguramente. Lo mínimo que podemos hacer es contarlas como toca.

Yo, de hecho, encuentro tus películas muy conmovedoras y emocionantes. “My Winnipeg” casi me hizo llorar…
Sí, ese siempre ha sido uno de mis objetivos. Yo soy muy fan de los melodramas; llegar a las emociones de la gente cuesta un poco, y para ello tienes que generar emociones falsas. Así que no sé si las reacciones que provoco son reales o artificiales, pero me quedo con el hecho de que te provocan algo.
Una de mis escenas favoritas de “My Winnipeg” es una en la que el narrador afirma que a veces las fotos, como objetos, son más importantes en si que las personas que salen en ellas. Me parece una reflexión muy evocadora…
A veces, te acuerdas de la gente que ya no está, la gente a la que quieres, a través de mirar esas fotos. A veces, al mirar esas fotos te das cuenta que también quieres ese sofá en el que están sentados, el color de la pared que habías olvidado cómo era, ese cuadro que cuelga detrás de una foto familiar, etc… De golpe, te das cuenta que no hay sentimiento y experiencia más democrática, porque cobra igual de importancia ese cenicero, las plantas, esas cortinas venecianas, todo lo echas de menos por igual. Casi es como si tuvieras que hacer un pequeño homenaje a todas esas cosas que te llevan, te transportan, como si fueran un ascensor, a un lugar triste y feliz a la vez. Y de pronto estás dándole al botón para salir pitando de ahí.
Una de las cosas que más me gustan de tus cortos y películas es ese aire fantastique que tienen muchos de ellos. Una manera de entender el cine fantástico muy personal, con un sentido de la maravilla muy emocionante. ¿Eres un aficionado al cine fantástico?
Cuando era pequeño me encantaban las películas de monstruos, de fantasmas y eso. Pero como adulto, una por una, las cosas que me encantaban me fueron arrebatadas, como le pasa a todo el mundo cuando crece. Los fantasmas empezaron a tener otro significado para mi, aunque no crea en ellos en la vida real, transmiten muchísimo como ejemplo de cosas que hemos querido y ya no están. Como en ‘Hamlet’, cuando el fantasma de su padre lo visita. No importa demasiado si ese fantasma es real o no, lo que importa es esa memoria y como lo recuerda el hijo y cómo actúa. Así que para mi, es como un sinónimo de memoria.

Siguiendo el hilo del claro aliento fantastique que tiene tu cine, ¿qué opinas de que tus films sean proyectados en festivales de cine de género? En Sitges te llevaste el premio a la mejor película hace unos cuantos años “Dracula, Pages From a Virgin's Diary”…
Yo estoy encantado. Aunque sé que hay gente que se vuelve loca porque son solo fans del terror y no quieren ver esto. Me siento honrado que alguien considere mis películas como de ficción, o como de terror o incluso films gay. No me importa. O comedias, o series... Cuando las hago, no pienso en géneros. Bueno, en el caso de esta última película que estoy haciendo, “Keyhole”, sí que me vinieron a la cabeza algunos géneros, como el de gangsters o fantasmas. Pero antes de eso, bueno, quizás “Archangel” es un film de guerra, pero a parte de eso, no me preocupan nada los géneros. Si la gente los quiere etiquetar, estupendo siempre que quieran mirarlos. Mis films se han proyectado en el Goethe Institute, en festivales gays e incluso con algo que tenía que ver con una exposición nazi... Si la gente se ríe con mis películas me encanta. No me importa que se rían en momentos en los que yo pretendía que fueran serios.
La memoria y los recuerdos son temas capitales para entender tu obra…
Somos nuestras memorias, así que las memorias son tan reales como las cosas que nos están sucediendo ahora mismo. Me gustaría citar a William Faulkner, pero ahora no recuerdo muy bien como iba, así que parafraseándolo, decía que ‘la gente vive simultáneamente en el pasado y en el presente’. Somos invenciones del pasado, navegando de alguna manera entre el presente. Así que, para mi, todas las memorias, son tan importantes como cualquier cosa que podría pasar en la vida real.
Por cierto, es muy difícil encasillarte, y también compararte con otros cineastas porque tienes un estilo muy personal… Es más, diría que has conseguido tener un lenguaje y un imaginario propio, cosa de la que muy pocos cineastas pueden presumir…
Gracias, muchas gracias. ¡Estoy todavía en shock! Cuando empecé a hacer películas creo que me ocupaba solo ‘de filmar la palabra escrita’. Y la última cosa que esperaba que pasara es tener un estilo propio, una voz narrativa o algo similar. Yo solo quería mostrar algo con la cámara. Así que cuando me dicen que tengo una voz propia, me alegra muchísimo. No puedo evitarlo, no puedo hacer las cosas de otra manera que no sean así.
Otra de las características de tu carrera es que, a pesar de ser un director de éxito, sigues apostando por el cortometraje como formato a reivindicar. De hecho tus cortos son tan recordados como tus películas más conocidas. Sin ir más lejos “Night Mayor”, tu último corto, es fantástico. ¿De dónde viene ese amor por el cortometraje?
Cuando vas a festivales de cortos te das cuenta que hay gente que es capaz de crear historias para novelas, y también para cortos. Pero también gente que quiere la perfección en ese formato, solo para después poder hacer largometrajes. Menuda tortura para los que vayan al festival, encontrarse con directores que usan los cortos como manera de conseguir hacer un largometraje. A mi me atrae la idea de cambiar, de pasar del formato largo al corto, como lo podría hacer un pintor cuando pasa de pintar a dibujar. Además, me fascinan los cortos por otra razón mucho más práctica: a veces tardas años en hacer otra película, ya sea por la financiación o por otras razones. Y la manera en que miras, tu mirada cinematográfica se ha echado a perder, está oxidada. Te puede llevar unos días volver a sentir ese momentum con el cine. En cambio, si entre película y película vas haciendo tus cortometrajes, sigues trabajando el lenguaje cinematográfico, mantienes el contacto con los actores, con la gente del sector, etc... No te cuesta nada ponerte a ello, no te has oxidado ni un poco. Así que va muy bien de vez en cuando ponerme a hacer cortos, dejar los emails de lado y todo eso. ¡Te hace sentir director de nuevo!
Algunas de tus películas, sobre todo “Brand Upon the Brain!” y “My Winnipeg”, son claramente autobiográficas y contienen pasajes a corazón abierto que muestran aspectos muy personales de tu vida. ¿No te da pánico exponerte en público de esta forma?
Tengo problemas discerniendo entre mis emociones; a veces me siento muy violentado, o incluso triste cuando veo mis propias películas. Pero luego me doy cuenta que sea cual sea la emoción que tengo quemándome en el pecho, solo se trata de una reacción narcisista, un lloro que quiere salir. No soy un artista con mucho talento, o un escritor altamente preparado, así que a veces me salto el camino protocolario y me dedico a sacar enormes pedazos de mi vida ahí fuera. Es como un atajo. Sacas esa parte que te importa muchísimo y de alguna manera lo dibujas en una pantalla de cine, y esperas que la gente lo vea también como algo veraz.
¿Qué tiene Winnipeg para que se haya convertido en tu ciudad fetiche? Casi todos tus cortometrajes y películas transcurren allí…
Tiene un encanto de bajo presupuesto (risas). Es como si pudieras comprar una cantidad enorme de encanto por el veinte por cientom menos de su precio original. Tiene una especie de hechizo que te atrapa. He pensado en otros lugares en el mundo, pero no sé... Winnipeg es un lugar literario. Quizá por el hecho que nadie quiere en realidad quedarse ahí, así que todos se sienten atrapados y se van moviendo incesantes como hormigas que dan vueltas.
Por cierto, ¿la gente de Winnipeg te conoce? ¿Te llegan a parar por la calle?
Un poquito, sí (risas). De vez en cuando. Pero no sabría decirte cuánta gente me conoce, porque sería difícil. De vez en cuando salgo en la prensa, como tres veces a la semana. Winnipeg odia a las celebrities, así que prefiero no ser una de ellas.
Una curiosidad, tus películas están llenas de hallazgos visuales y de ideas muy originales. Me imagino que algunas de esas ideas te vienen a la mente en los lugares más insospechados y a veces deber ser muy difícil retenerlas si no las anotas en alguna parte. ¿Tienes una libreta donde escribes todas las ideas que te vienen a la mente para tus films?
Si, tengo un cuaderno donde apunto mis ideas, porque no confío en mi memoria. Me levantaba en medio de la noche con una súper idea y pensaba que por la mañana la recordaría, pero no, nunca pasa. Así que ahora lo escribo todo. En “My Winnipeg” lo escribí todo con mucho detalles. Voy a donar varios de mis libros al Toronto Film Festival Library, porque tienen una colección de mis diarios ya. Está lleno de cosas que nunca llegaron a aparecer en la película. Lo remiré de nuevo y terminé por escribir un libro de unas cien páginas, que acompañaban a todas esas notas descartadas. Para la mayoría de mis películas suelo tener libretas con unas cien o doscientas páginas con ideas, pequeños garabatos. Muchas veces los escribo y ni siquiera los vuelvo a mirar, pero solo el hecho de anotarlos, ya te ayuda a recordarlos.
Otra curiosidad para finalizar, ¿cómo se te ocurrió la idea de contar con Ann Savage, la femme fatale de “Detour”, clásico de culto absoluto de Edgar G. Ulmer, en “My Winnipeg” para hacer le papel de tu madre?
Mi madre siempre ha sido una fuerza gigantesca en nuestra familia. Cuando escribí la película ella ya era demasiado mayor para interpretarse a si misma. La verdad es que se encuentra bien, tiene noventa y cuatro años y justo acabo de hablar con ella antes que tú llamaras. A ella le gusta que sus chicos salgan en la prensa, está orgullosa de nosotros. Pero pensé que la única actriz capaz de interpretar a mi madre sería Ann Savage. La considero la más feroz entre las femme fatale. Además, tienen como la misma edad o así. De hecho, ella llevaba ya como cincuenta años retirada, y le supuso un gran esfuerzo ponerse a trabajar de nuevo, aprenderse las líneas, llegar a Winnipeg con su salud quebradiza... Pero estaba emocionada con el guión y encantada de ver que la gente la adorábamos. Además, fue genial contar con ella porque supuso solo un grado de separación con ídolos como Tom Neal, Edgar G. Ulmer…
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