A él dedicamos este especial sobre uno de esos discos que se mantienen como joyas atemporales por mucho que pase el tiempo. Hablamos de “Voodoo” (Virgin, 00), su segundo larga duración.
El pasado 25 de enero se cumplieron veinticinco años del lanzamiento del segundo álbum de D’Angelo, “Voodoo”, que cambió la manera de entender el sonido en el siglo XXI y que hoy en día sigue siendo un tótem discográfico inalcanzable. Entre otras cosas, se llevó el Grammy al mejor álbum de R&B, y actualmente presume de una producción impecable y cuenta con canciones y defensores que elevan al álbum al nivel del mito. Hoy, tras el reciente deceso del astro de Richmond, en Mondo Sonoro rescatamos su proceso creativo, los tracks y el impacto que supuso en la industria soltar aquella bomba musical en el ya lejano año 2000.
“Eh tío. Tiene la bendición de los espíritus. Debemos ir allí. Es lo correcto”. Cuando Michael Archer sentenció, Questlove frunció el ceño. El que ha sido uno de los mejores bateristas de los últimos cincuenta años en la música no entendía porque Archer, D’Angelo entre bastidores, quería ir a los Electric Lady en Nueva York. Este estudio, que acogió los riffs de Jimi Hendrix en los sesenta y los teclados de Stevie Wonder en los setenta, llevaba décadas en proceso de abandono; además, ya tanteando el nuevo milenio, existían espacios optimizados y más adecuados para trabajar y producir material. ¿Cómo unas moquetas verdes polvorientas, un equipo analógico y anticuado, así como unos teclados Fender Rhodes en decadencia podrían garantizar un producto atemporal para el nuevo siglo?
A riesgo de caer en la nostalgia barata y el efectismo vintage, D’Angelo lo tenía clarísimo. En un panorama –finales de los noventa– donde la música urbana abrazaba sin paliativos las fantasías futuristas hacia los dosmiles a través de la artificiosa hiperproducción y la estética electrónica, el rapero insistió. Decidió volver a los páramos de lo analógico y a los procesos de producción alquímicos. Se la jugó. Solo fue unos años más tarde, tras interminables sesiones en la penumbra verdosa de la Electric Lady y abogarse al ensayo/error hasta hacer crepitar de los micrófonos, cuando ganó. Su victoria, el álbum “Voodoo”, clavó el jalón que marcaría la dirección musical del R&B en el nuevo siglo. Sus logros tomaron forma a través de los sonidos orgánicos y sensuales de los setenta, además de reubicar en el mapa la liturgia analógica de yuxtaponer sonidos y conjugarlos artesanalmente. Viéndolo retrospectivamente, Questlove afirmó para RedBull Music que D’Angelo “ya tenía un pie en el futuro”. Y qué futuro. Solo se tenía que echar un vistazo atrás.
(Re)nacimiento del neo-soul
Cuando soltó la cita que abre este artículo, D’Angelo solo contaba con veinticuatro años, pero el rapero de Richmond (Virginia, Estados Unidos) no acusaba la falta del término experiencia en su vocabulario. Tres años antes, con veintiuno, el artista lanzó su álbum debut, “Brown Sugar” (Virgin, 95), toda una supernova en el cosmos de un género, el soul, que a inicios de los noventa ya empezaba a palidecer en la memoria de los nostálgicos de la Motown. Sin embargo, gracias a artistas como fue primero D’Angelo y más tarde otros como Erykah Badu o The Roots, el género renacía en los términos del Fénix para volver a ponerse en la agenda del oído popular. Vestido bajo los cánones urbanos –Baggy Jeans, cazadora de cuero, botas Timberland y bandana mediante– el artista nacido en Virginia Occidental conquistó el oído del fetichista setentero y, de rebote, volvió a poner en boga las armonías del alma mediante el argot de la calle y la sensualidad de los cisnes. ¿Qué ocurrió, entonces? Tras parir su álbum debut, la crítica enloqueció.
Producido en parte por sí mismo y coqueteando con un multi-instrumentismo precoz que heredó de sus días como monaguillo en la iglesia baptista de Virginia, el rapero cantaba en un falsete inconfundible y hechizante. Las interrogativas acogedoras, sin embargo, fueron respondidas con silencio. Excepto un exquisito álbum en directo y algunas colaboraciones de calidad (cantó a dueto en el imprescindible “The Miseducation of Lauryn Hill” (Virgin, 98) de Lauryn Hill), D’Angelo desaparecería discográficamente del mapa durante un lustro, pero no en vano. Visto actualmente, solo estaba cogiendo carrerilla.
Ejecución de una obra maestra: The Soulquarians y Russell Elevado
“¿Por qué tanto tiempo? Tenía que hacerlo perfecto; solo quería que fuera perfecto” afirmó D’Angelo para Vibe Magazine, poco después de lanzar “Voodoo”. En una industria apabullante y depredadora, cinco años de hiato son casi un acto de revolución, donde la pausa es tabú y ser prolífico es la ley. El rapero no dudó en desmitificar el proceso, confesando un mal endémico del artista: el bloqueo del escritor. Sin embargo, no fue hasta el nacimiento de su hijo en 1997 cuando le vino todo el álbum de golpe. “Cuando presencias un nacimiento, es definitivamente un trabajo propio de Dios […] las puertas se abrieron y así es como escribí ‘Send It On’. ‘Voodoo’ nació el día que nació nuestro hijo”.
Abierta la veda, el álbum empezó a coger forma. La ambición de D’Angelo, dispuesto a superar su excelente “Brown Sugar”, le incitó a reunirse con los mejores, todo mediante un experimento musical sin parangón que se marcaría a fuego en los anales de la música: la creación de The Soulquarians, una comunidad formada por artistas notables de diferentes disciplinas musicales. Esta estaba dirigida por el baterista Questlove, el DJ J Dilla, la cantante Erykah Badu y el propio D’Angelo, y que, completados por el productor Russell Elevado, el bajista Pino Palladino y el trompetista Roy Hargrove, entre otros, agitaron las cocteleras para crear un evento inédito en un estudio musical, al menos a través de las directrices de la libertad y la solidaridad creativa.
Ya en este contexto, donde los artistas colaboraban sin ataduras de un estudio a otro –simultáneamente se estaba grabando en el Electric Lady Studio “Mama’s Gun” (Motown, 00) de Erykah Badu y poco antes el clásico “Things Fall Apart” (MCA, 99) de The Roots–, “Voodoo” empezó a desarrollarse bajo una idea neurálgica: Realizar Jam Sessions en el estudio para después grabarlas y, mediante una labor de orfebrería, juntarlo todo y darle un sentido orgánico, desacomplejado y natural.
“No se estaba mezclando el material”, dijo Russell Elevado para RedBull Music Academy. “Literalmente eran sesiones improvisadas y grabadas durante todo un año. Había toneladas de grabaciones […] llegamos a gastar doscientas bobinas durante ese tiempo”. Elevado era, sin ninguna duda, el alquimista por excelencia del proyecto. Fetichista de los métodos analógicos de masterización, el productor del “Voodoo” extrajo de interminables sesiones abstractas un sonido inconfundible, fruto de su conocimiento contemporáneo bajo los engranajes del proceso analógico. Su asombroso sonido, que hoy en día sigue siendo prístino y vanguardista hasta el paroxismo, puso las primeras piedras del camino más intimista del R&B que vendría, liderado por ilustres como Alicia Keys o Beyoncé.
Corpus y espíritu de “Voodoo”
Intentar delimitar las influencias del álbum es ardua tarea. Como gran parte del género neo-soul que explotó en la década de los noventa, el disco bebe de ese abundante manantial que es el soul clásico de los setenta. Nombres canónicos como Marvin Gaye, Kool And The Gang o Roberta Flack salen a la palestra, pero no son los únicos que copan la lista de referencias en el magno opus del rapero virginiano: desde el rock psicodélico de Jimi Hendrix, pasando por el cool jazz de los sesenta, el funk y el groove setentero hasta el último gangsta rap de los noventa, “Voodoo” concentra en sus matices y texturas una cantidad ingente de ritmos y melodías que, fácilmente, podrían presentarse como el producto compacto y definitivo de la música negra en los últimos cincuenta años. Russell Elevado afirmó para RedBull Music Academy que recordaba “Ir a tiendas de discos con Questlove y D’Angelo, comprar dos mil dólares en vinilos y no poder esperar a volver al estudio y estudiarlos, para finalmente empezar a improvisar jams”. Un hábito obsesivo que, viendo el resultado final, casi acabó llevándolos a la perfección.
“Voodoo” se compone de trece canciones, de las cuales se desprenden cinco singles (“Devil’s Pie” en 1998, “Left And Right”, en 1999, y “Untitled (How Does It Feel)”, “Send It On” y “Feel Like Makin’ Love en el 2000) y una colaboración con Method Man y Redman, además de una casi aparición estelar de Lauryn Hill que finalmente, por problemas de agenda, nunca ocurrió. Durante todo el álbum, D’Angelo oscila entre las letras coloquiales propias del rapero y un sentido del sonido y la harmonía característicos del músico de jazz. La combinación, que intelectualiza el hip hop hasta la exquisitez, no es más que la crónica y herencia vital de D’Angelo. Tópicos como el sexo, Dios, las drogas, su infancia o la nigromancia –véase los primeros compases del álbum, que simulan un ritual voodoo en el tema “Playa Playa”– se conjuran y forman una carta de amor expresa que supuso el cénit del género, además de un antes y después en la forma de entender los procesos de mezclado y sonido.
Influencia e Impacto
El lanzamiento de “Voodoo” fue todo un acontecimiento en la industria. Los cinco años de silencio discográfico de D’Angelo crearon mucha expectación y la salida de su segundo álbum, lejos de suponer un producto inflado por el hype, fue un soplo de aire fresco en una industria que empezaba a poner el timón en piloto automático, lanzando álbumes prefabricados al más puro estilo post-fordista. Como dijo una vez el célebre guitarrista John Mayer para Esquire, el álbum es “la piel en el lugar del plástico”. “Voodoo” se estrenó el 25 de enero del 2000, y fue un éxito instantáneo. Vendió casi dos millones de copias, se ganó la aclamación universal de la crítica y consiguió enfundarse dos Grammy en 2001: a Mejor Disco de R&B y Mejor Interpretación Masculina. El disco alcanzó la posición de clásico a toda velocidad, y su influencia fue vasta y extensa. Desde Alicia Keys hasta Kendrick Lamar, pasando por artistas del calibre de Frank Ocean, Daniel Caesar, Raphael Sadiq, Blood Orange, John Mayer o Beyoncé, la influencia de “Voodoo” se ha extendido en el tiempo como una bruma hechizante y púrpura, quizás el último vestigio analógico en la música popular, y que a día de hoy suena tan terriblemente actual que no sería una locura pensar que el disco lo firmó un profeta ajeno al tiempo. Un profeta que, desgraciadamente, nos ha dejado demasiado pronto.

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