Hipnótica intensidad
Conciertos / Minor Victories

Hipnótica intensidad

7 / 10
José Carlos Peña — 24-10-2016
Empresa — Primavera Sound
Fecha — 21 octubre, 2016
Sala — Teatro Barceló, Madrid
Fotografía — Mariano Regidor

De todas las sorpresas que nos ha deparado este año que enfila su recta final, me atrevería a destacar el disco de Minor Victories como una de las más agradables. El “súper grupo indie” -como se ha denominado hasta la saciedad- ha demostrado con su debut que se pueden hacer discos estupendos a distancia. Ahora bien, una cosa es componer canciones y grabarlas aprovechando las ventajas de internet y la tecnología, y otra defenderlas sobre el escenario con algo más que solvencia. Pues bien, en el primer concierto de su extensa gira europea, la banda superó el test con nota.

Modulando con buen gusto momentos intimistas hipnóticos y picos de gran intensidad entre el shoegaze canónico, el post-rock, el kraut-rock actualizado y algunos ramalazos de subrayado emo afortunadamente contrapesados por las exquisitas melodías vocales de una encantadora Rachel Goswell -siempre, merecido centro del show-, el quinteto (teclista incluido) fue de menos a más; devolviendo el cariño de un público que no llenó la sala, pero que estuvo muy metido desde el primer segundo. Son las cosas de tener pasados y presentes ilustres, en bandas de pedigrí como Slowdive, Mojave 3, Mogwai o Editors.

Los problemillas iniciales -un sonido embarullado con los dichosos subgraves de bajo de Justin Lockey y las guitarras diluidas- fueron corrigiéndose en paralelo al relativo desmelene de los músicos. En especial, un Stuart Braithwaite al que, pese a la gran copa de vino que portaba, el protagonismo de estrella rockera no le gusta nada, pero cuyas guitarras son parte sustancial del show. Como lo son los ritmos contundentes, que el batería (por cierto, no era Martin Bulloch, de Mogwai) reprodujo con creces, incluso añadiendo matices al hit de la casa “Scattered Ashes”, cuya enérgica carga melancólica y afortunada colisión de melodías pop y ruidismo condensa la filosofía del grupo.

Una horita justa después de salir al escenario con puntualidad británica, el grupo lo dejó, envuelto en el ruido blanco de un acople infinito, al estilo de aquellos conciertos legendarios de Mogwai que unos cuantos hemos vivido. No habría bis, porque tocaron literalmente todo lo que podían tocar, algo que el personal, que se quedó con ganas de más, pareció entender con más facilidad de la que suele estilarse por aquí. Quizá porque todo apunta a que el grupo (súper o no) tendrá más vida, y eso se me antoja muy buena noticia.

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