Recordando a Lou Reed
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Recordando a Lou Reed

Redacción — 28-10-2013
Fotografía — Archivo

Los redactores de MondoSonoro repasamos nuestro vínculo emocional con la música del neoyorquino al tiempo que hacemos un recorrido por su trayectoria e influencia

J Batahola: "All Tomorrow Parties" (1967)

La descubrí no recuerdo si en una maqueta o en un directo de Penelope Trip en la sala Maravillas de Madrid. Había escuchado en la radio que los asturianos hacían ese tema en directo, pero nunca había prestado demasiada atención a la fuente; con 16 años, la Velvet Underground era un grupo "de mayores". Hay quien dice que hay canciones que les han cambiado la vida, en mi caso, me terminó de descubrir que las melodías podían envenenarse hasta la nausea y seguir siendo deliciosas, algo que en ese momento estaba descubriendo con Jesus & Mary Chain.

Luis J. Menéndez: “Heroin” (1967)

Lamento ser tan obvio pero ¡coño! hablamos de uno de los grandes santos del rock. Así que puestos a hacer examen de conciencia éste era el tema que más fácilmente hizo diana en un chaval fácilmente impresionable por la mitología rock. “Heroin” planteaba una dicotomía: si el mundo de la droga era aquel cuasi-místico al que le cantaba Reed o el de los treintañeros que empezaban a caer como moscas en mi pueblo reventados por el "caballo". El tiempo me sacó de la duda, y con ello perdió interés el Reed que paseaba por el lado salvaje de la vida en beneficio del baladista romántico y melancólico de “Berlín”. Pero esa es otra historia.

Alexandro Ruiz Pérez: “What Goes On” (1969)

Este tema es uno de mis preferidos no solo de Reed, sino de toda la historia. ¿Razones? Si bien Lou ha quedado marcado como el retratista de lo sórdido, lo marginal y lo trágico, “What Goes On” me parece una de las composiciones más luminosas que he escuchado nunca. Tan es así que parece que hasta Talking Heads, grupo desenfadado y juguetón donde los haya, tomó prestada esa línea de órgano. La guitarra rítmica es imparable. Las letras desbordan un brío juvenil y un optimismo insólitos en la banda... Es una canción perfecta.


Manuel Palos: “Candy Says” (1969)

Ya había desgastado el disco del plátano y el “White Light, White Heat” había abierto mi apetito de droga dura. Quería distorsión y repeticiones. Pero al darle play al tercer álbum de la banda: bofetón en la cara -con un algodón de azúcar-. Una especie de nana que te desarma. Canción delicada hasta el extremo, a punto de romperse como un cristal fino. Fue entonces cuando comprendí que Lou Reed, el macarra degenerado, al final, era esto.

María Martín-Consuegra: “After Hours” (1969)

Podría hablar de la letra, del disco al que pertenece o incluso de los bonitos recuerdos que me trae…sin embargo, creo que lo que me acabó fascinando del tema fue ese contraste entre la ruda imagen de Tucker (nada que ver con la angelical Nico), y su dulce voz.

Jordi Antón: “Oh! Sweet Nuthin’” (1970)

En los albores de la Revolución Internet llegando a España, por ahí en el 97, cuando yo ya rozaba la mayoría de edad, me vi obligado como tantos otros a poner nombre a mi primer correo electrónico.
[email protected] fue lo más "guay" que se me ocurrió. Contraseña: velvetunder. Hoy, ya no conservo esa dirección por miedo a que no me escriba ninguna persona seria, pero conservo la contraseña y la melodía de la mejor de las canciones de la banda de Nueva York.


Jorge Ramos: "Who Loves The Sun" (1970)

Dicen que la escribió como aguijonazo a los Beach Boys, o que era una mofa del "Here Comes The Sun". Para mí siempre ha sido un sorprendente caso de canción con letra tristísima ("Who cares what it does since you broke my heart") pero con un ritmo y un rollazo irresistibles. La cantaba todo el rato una novieta que tuve. Me dejó ella a mí.

Eduardo Izquierdo: “Pale Blue Eyes” (1969)

Recuerdo un Sputnik Concert, programa musical de la televisión autonómica catalana, que emitía el concierto de reunión en París de la Velvet Underground en 1993. Cuando sonó “Pale Blue Eyes” el tiempo pareció detenerse, todo parecía flotar. Era la cuarta canción de su tercer disco y mi favorita de siempre de todas las compuestas por Lou Reed. Hoy es un motivo más para echarle de menos.


Cristina Pancorbo: “Perfect Day” (1972)

No es mi canción favorita de Lou Reed pero sí la que me descubrió su figura en solitario y, por ello, la más especial. Las escuchas en bucle durante los veranos adolescentes y las decenas de veces que pasé con mis amigos viendo “Trainspotting” durante el primer año de Universidad terminaron de grabar su importancia a fuego en mi cabeza, y también esa última línea, “You're going to reap just what you sow” que, cada vez que lo considera necesario, decide pasearse por mi cabeza sin pedir permiso.

Alfredo Arias: “Rock & Roll” (1974)

La verdad es que Lou Reed siempre me ha dado un poco igual. Ayuda bastante esa legión de plastas que abanderan el dichoso disco del platanito como lo más. Son muy cansinos. Por eso cuando en el 99 me puso Kike Sierra (Radio Futura) una versión de "Rock&Roll" que estaba haciendo para su grupo Klub, me sorprendió como revise con cierto cariño la discografía del viejo gruñón. Desde entonces no puedo desligar la imagen de Lou Reed de la Enrique Sierra, y ya no me parece tan gruñón ni sus fans tan plastas.

Javi Pulido: “Coney Island Baby” (1975)

Dos semanas en Nueva York dan para recorrer todos los santuarios que uno asocia a la música con la que creció, desde el West Village que se pateó Bob Dylan al Hotel Chelsea en que se hospedaba Leonard Cohen. Llegar al Coney Island que inmortalizó Lou Reed en 1975 te lleva una hora en metro desde Brooklyn Heights, y al bajar casi parece que hubieras llegado al fin del mundo: mugre, abandono y grotescos residuos de tiempos prósperos. Un circo o una cloaca, pero eh, recuerda que la ciudad es un sitio divertido. Lou lo clavó en esta melancólica canción sobre decepciones y sueños rotos, compuesta cuando parecía que su carrera se había estancado sin remedio. No me resistí a tararear “Glory Of Love” entonces ni puedo dejar de hacerlo ahora.

Rubén Romero: “Temporary Thing” (1976)

Una de esas canción de amor de Lou que expresa, de forma tan sencilla, lo complejo que es el amor: cabreado y abandonado y, sin embargo, incapaz de asumirlo. El glam ya no era divertido.

Carlos H. Vázquez: “Leave Me Alone” (1978)

La forma que tiene de cantar el bueno de Lou Reed ese tema es una cosa más cercana al blues que al rock and roll que tan bien destilaba. La canción se sostiene sobre unos acordes y una base rítmica muy básica, pero es ahí donde radica lo mejor de “Leave Me Alone”. Es curioso que la letra diga “they always make you wait”, pues su propio fallecimiento fue una espera mediática que caminaba entre la mentira y la ficción. Lamentablemente, fue la realidad la que ganó para dejarnos a todos tirados en el pavimento.

Luis Argeo: “Street Hassle” (1978)
En plena adolescencia, cuando la música te invita a explorar territorios a los que jamás podrías acceder desde la habitación, la casa, el pueblo en el que creces, de repente, una canción que entiendes por su armonía más que por lo que te narra su voz trémula va y te abre la ventana para que te largues. Y te repite, una y otra vez: "vuela, pequeño..., come on and slip away”.

Carlos Pérez de Ziriza: "My House" (1982)

Aunque para quienes nos subimos al carro de Lou Reed con ocasión de “New York” (1989) siempre se nos quedase marcada a fuego la electricidad de aquel disco, su carrera dejó tan imborrables destellos de su (menos obvia) faceta de baladista crepuscular que resulta imposible no situar cerca de su olimpo particular la preciosa “My House” (1982). 

Don Disturbios: “There is No Time” (1989)

¡Qué curioso es el juego al que se presta la memoria!. Un tipo tan poco dado a recordar como yo, se acuerda perfectamente del día que compró "New York" en 1989. Recuerdo la emoción de llegar a casa de mis padres y poner el vinilo en el plato y quedar absolutamente noqueado por la excelente colección de canciones que el ya entonces veterano Lou Reed se había sacado de la manga cuál prestigitador. De entre todas me quedaría con este crudo rock'n roll que es "There is No Time", una loa al desencanto que atesora frases tan potentes como "Ya no es momento para patriotismos, recordemos lo que pasó". Además el disco fue la excusa perfecta para traer a Lou Reed hasta nuestros escenarios y que un servidor pudiera disfrutarlo por primera vez en aquel mítico concierto del Velódromo de Horta. "There Is No Time For Celebrations".


Jorge Obón: “Beginning Of A Great Adventure” (1989)

En medio de la basura multicultural que narraba en “New York”, hay un oasis para la ternura íntima del momento en el que sabe que va a ser padre, e imagina cómo sería transmitir sus sueños para que la vida no sea un desperdicio. No lo ha sido. Aquí estamos, te hemos aprendido y somos legión.

Miguel Díaz: “Dirty Bvd.” (1989)

Sólo tenía 15 años cuando "New York" cayó en mis manos. No sabía mucho de Reed, pero me sedujeron el riff repetitivo y su forma de cantar, casi recitando. Escucharle era como mirar por la ventana de un barrio poco recomendable de Brooklyn, y ésta es una de sus canciones más "políticas". Está diciendo que hay gente que está condenada, que nunca saldrá del Dirty Bvd, y traficar, trapichear o la prostitución serán sus únicas formas de ganarse la vida.

Manuel Ortega: “Magic And Loss” (1992)

"There's a bit of magic in everything / And then some loss to even things out". Tal vez ese sea el resumen, la síntesis, el principio del fin, el final del comienzo eterno. Magia y perdida, la vida en resumidas cuentas, la muerte en toda su extensión, con un final que distorsiona todo lo que creímos alguna vez haber sido. El homenaje que hizo a dos amigos que se fueron que hoy nos recuerdan a un músico inmortal.


Enrique Peñas: “Vanishing Act” (2003)

Lo decía Nacho Vegas al empezar “Desaparezca aquí”: “Todo el mundo fantasea con una muerte dramática”. Y ese óbito imaginado tiene su propia música, que en mi caso es, desde hace unos cuantos años, este tema de “The Raven”, que también se ha manifestado de forma recurrente en distintos momentos de dolor. Un piano perezoso que avanza entre atmósferas opresivas que retroceden hasta la época de “Berlin” (1973), con un fraseo plano, casi inerte, convertido en mi epitafio favorito: “How nice it is to disappear / Float into a mist / With a young lady on your arm / Looking for a kiss”.

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