Cuatro hostias con los ojos cerrados
Estrenos / Reserva Espiritual De Occidente

Cuatro hostias con los ojos cerrados

Antonio Ferrer — 03-03-2017
Fotografía — Archivo

Antonio Ferrer, escritor y director del largometraje cuya banda sonora ha recaído en los madrileños Reserva Espiritual de Occidente, nos analiza a fondo los cuatro temas del nuevo EP de la banda, que también da nombre al filme:

REO no es simplemente un grupo de música del mismo modo que una hostia consagrada no es un simplemente un snack. Requiere cierta Fe, cierto ritual, cierta profundidad. Uno no dice “tengo un poco de gusa, voy a comerme una hostia sagrada”, ¿verdad que no? Pues lo mismo pasa con la música de Reserva Espiritual de Occidente.

Para escucharlos hace falta tener hambre de un dios que no tenga forma de snack. Hay que estar a la altura, cumplir un ritual. No hay que ponerse a contar calorías cuando se trata de alimentar el alma. La última colección de canciones de REO, "No somos nuestros nombres", llegó a mis manos gracias a dos pirómanos místicos, Svali y Wences Lamas, acompañada de unas instrucciones que debían ser cumplidas: “Éste es un disco para escuchar con los ojos cerrados. Cierra las ventanas, baja las persianas, apaga las luces y cierra los ojos. Escúchalo de principio a fin, sin interrupción, déjate llevar y no quieras volver”.

Y eso fue lo que hice. Escuché "No somos nuestros nombres" de principio a fin, sin interrupción. Únicamente quiero ponerle nombre a todos los peces encendidos que me corrieron por las venas cuando se apagó la luz.

Hostia número uno: "Ensalmo"

Agarro las riendas. Los cascos de nuestros caballos hacen temblar la estepa castellana. Svali y Wences galopan a mi lado.

̶ ¿A dónde vamos?  ̶ pregunto.

Los cabellos de Svali son las crines de un caballo loco. Su voz doma los vientos:

̶ Vamos a salvar a España  ̶ responde.

̶ ¿De quién? ¿De los moros?  ̶ pregunto.

̶ No. De los españoles. Nosotros somos nuestros peores enemigos ̶ responde.

Nuestros ejércitos nos siguen a cualquier sitio al que vayamos. Ejércitos de la nada. Ejércitos del silencio. Atravesamos la nación.

̶Pero, no llevamos armas…  ̶ digo.

Svali sonríe: - Mi espada es mi voz. Ya hemos encontrado a los culpables. Los vamos a pasar a cuchillo con nuestros himnos: “Como tú no me quieres me alzaré con el dedo, comandando la turba que te llevará preso. No llegarás a viejo, tirarán los pedazos y yo iré a recogerlos lo que dejen los perros” Svali domestica con su garganta a las bestias, las rinde, las hace súbditas. Viajamos hacia el sur. Siempre hacia el sur. Chocamos contra el enemigo. Se baten las espadas. Brillan las armaduras. Espadas y estandartes. Rojos y azules. Escudos y armaduras. Naranjas y morados. Gritos de dolor y alaridos. El rey Wences me ve dudar en mitad de la batalla. Mi duda puede ser letal. Viene en mi ayuda y atraviesa con su espada a un soldado que está a punto de acabar conmigo.

̶ No se trata de fingir que se es valiente –me dice Wenceslao-. Se trata de ser valiente. No seas tu peor enemigo. Toma, para que no pienses que eres un cobarde –y me mete la segunda hostia en la boca.

Hostia número dos: "Hablarle al viento"

Despierto. El campo de batalla está sembrado de cadáveres de todos los bandos. Ando durante días enteros. Un paisaje desolado por la guerra. No sé a dónde ir. Puentes destruidos. Hogueras consumidas. Hambre. Un hambre infinita. Nada que llevarse a la boca. El viento me habla:

̶ Tú eres el culpable. Tú acabaste con todas estas vidas. La culpa es tuya  ̶ dice.

Sigo caminando sin fuerzas. Llego a una ciudad devastada. Hambre. Un hambre infinita. Lo único que ha sobrevivido es un IKEA que tiene las dimensiones de una catedral. Me acerco a la entrada. Un niño sale a mi encuentro. - No entres. Las albóndigas son horribles. Toma –saca de su bolsillo una oblea de pan ázimo y la pone en mi mano-. Es para que nunca más pases hambre. Estás perdonado.

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