Ni en el cielo ni en la tierra
Entrevistas / Radiohead

Ni en el cielo ni en la tierra

David Broc — 29-09-2000
Fotografía — Bob Berg

Antes inaceptable y ahora indiscutible, la propuesta de los británicos Radiohead parece no tener límite creativo a corto plazo. Su ansiado nuevo disco, “Kid A” (EMI, 00), enseña una nueva y apasionante permuta de un sonido totalmente inalcanzable para la inmensa mayoría de bandas. Por increíble que parezca, “OK Computer” ya es sólo su disco anterior.

EL PRESENTE ES IMPOSIBLE

En su particular lucha contra el tiempo, la eternidad, el recuerdo y la emoción del pasado, Radiohead parecen abocados, irremediablemente, a alcanzar la perfección en su música. Y su búsqueda, apasionante desde el momento en que los errores se convirtieron en aciertos, le estrecha el cerco aún más a lo sublime en su nueva entrega, “Kid A”. Como ya les sucediera en “OK Computer", Radiohead se han visto obligados a partir de cero, de la nada.

A diferencia de lo que sucede en otras bandas, el combo británico es incapaz de aprovechar gestos y momentos de su pasado, de su trayectoria. Porque su pasado (“Pablo Honey” y “The Bends”), mezcla de una olvidable oda al sinsentido guitarrero y un desigual cruce de electrónica y rock, hoy por hoy, no nos sirve para nada. Nos sirve, y de qué manera, el apabullante crecimiento musical y personal de “OK Computer”, pero nos sirve como apoyo, no como referencia: otro “OK Computer” hubiera puesto el punto y final a su carrera.

Pero si “Kid A” se presenta como su nuevo disco es, precisamente, por eso mismo: porque es nuevo, distinto, único. Hay vestigios de su predecesor, qué duda cabe, pero lo más importante, lo que confiere de verdad y grandeza al álbum, es el hecho de que Radiohead se han reinventado a sí mismos desde sí mismos, no desde la actualidad. Poco se vislumbra, en realidad, del día a día musical que hoy tanto nos aburre en este portentoso “Kid A”; en cambio, se intuye, se percibe, se siente mucho, muchísimo del mañana que aún está por llegar.

Recuerdo cómo algunos escribas con ínfulas de protagonismo se atrevían a desmantelar la innegable valía de “OK Computer”. Ahí queda su opinión. Pero si semejante disco ha servido (que lo ha hecho, está claro) para que estos días aterrice, frío, oscuro, triste, enorme, “Kid A”, entonces uno sólo acierta a dimensionar dos, tres o cuatro veces más el contenido del primero. “Kid A” es la continuación lógica de “OK Computer” en la medida que de éste se esperaba un sucesor con garantías de presente y de futuro. Se esperaba una nueva apuesta por la creación libre, introspectiva (del grupo para el grupo), esencial, extremada, y ésta ha llegado.

Podemos respirar tranquilos: el nuevo álbum de Radiohead se encuentra, por fin, entre todos nosotros. Y Phil Selway, batería de la banda, es el elegido para hablar con la prensa. Algo que, por otra parte, puede parecer un milagro, debido a las escasas entrevistas que el grupo concederá en Europa. Desde Amsterdam, y vía telefónica, Selway se mostró, no sólo distendido (más de cuarenta minutos de charla), sino también cordial, humilde y hablador. Así da gusto trabajar en sábado. “Después del largo tour de “OK Computer” decidimos tomarnos unos meses de descanso. A partir de ahí empezamos a trabajar en el disco el año pasado; de hecho, las primeras sesiones fueron en París, en enero, aunque el disco no estuvo acabado hasta hace poco tiempo. Ha sido un proceso largo, dividido en diversas etapas. En ese sentido, queríamos tratar de encontrar nuevas formas de trabajo, algo que nos ayudara a progresar como banda”.

Radiohead han desestabilizado cualquier previsión en “Kid A” porque ya desde la manera de grabarlo, moldearlo y darle sentido musical, la formación británica ha decidido dejarlo todo atrás. Decía Ian Curtis que el presente es imposible, y todo indica que Yorke, O'Brien, Selway y los Greenwood han optado por un planteamiento parejo. “No creo que fuéramos a grabar con una idea clara del sonido que queríamos para el disco; es algo que se ha desarrollado a lo largo de todo el año que empleamos para grabarlo. Creo que lo más destacable en ese sentido es que esta vez no entramos en el estudio con los arreglos ya hechos para después amoldarnos a ellos, sino que todo consistió en un trabajo de estudio que por momentos llegó a resultar caótico. Y creo que en el disco se percibe esta sensación de oír a la banda tocar, conjuntada, sacando lo mejor de cada uno, pero sin la premeditación que podía existir antes. Pienso que habíamos llegado a un punto en que el proceso ´clásico´, si es que se le puede llamar así, de grabación no nos interesaba, no nos motivaba”.

En ese sentido, todo lo que arranca de esta apasionante obra mayor debe ser entendido como la consecuencia lógica, ya inevitable, de una concepción extrema, total, axiomática del proceso de creación. La profunda libertad que emana de este radical ejercicio de depuración sonora perpetra un contagio permanente. “Llevamos catorce años como banda, y el riesgo de repetir cosas que tú mismo ya has hecho es ciertamente elevado. Para evitar esa situación, para evolucionar, tienes que ser muy duro contigo mismo”.

EL CHICO MÁS LISTO

Convergen tantos puntos de interés a lo largo y ancho del tapiz expresivo que propone “Kid A”, que sería tarea imposible detallarlos y, mucho menos, analizarlos en un marco tan limitado como una entrevista. Aunque se perciben como visita obligada dos vértices. El primero hace referencia a la ausencia de guitarras. Un recorrido, siempre estigmatizado por el miedo a lo grande, a lo irreconocible, a través de las paredes rocosas de este “Kid A” expone la primera (grata) sorpresa del disco: las guitarras, sello de identidad de los primeros pasos de la banda, ahora imperceptibles, escondidas, casi despreciadas, se intuyen más como un complemento que como un eje compositivo. “No se puede sacar ninguna conclusión al respecto. Tanto Jon como Ed tienen su particular manera de tocar la guitarra. No sé, se trata de buscar diferentes maneras que nos lleven a sonidos interesantes que a su vez nos parezcan familiares, cercanos y que se adapten a la composición de la canción. La verdad es que el sonido de la guitarra como lo entienden la mayoría de grupos ha dejado de interesarnos”.

El segundo foco de atención se centra en el tratamiento de la voz de Thom Yorke. Si antes se utilizaba la manera de cantar de Yorke como la principal fuente de achaques (comparaciones inagotables con Bono), ahora todo eso deja de tener sentido. Mucho más ausente que de costumbre (dos o tres temas instrumentales, menos participación en las partes cantadas), Yorke incluso se ha autoeliminado protagonismo con un tratamiento vocal que huye de la melodía fácil y relaja la intensidad grandilocuente de antaño. El resultado, a la postre, es magistral. “Creo que tienes razón. En el pasado había un énfasis en la voz, y muchas veces la voz centralizaba la melodía de la canción. Estoy de acuerdo contigo en el hecho de que en este disco la voz aparece como un elemento más, como una línea más de teclado, como una idea rítmica más. Creo que en los anteriores discos había una estructura más clásica, por llamarlo de alguna manera, en el sentido de que las melodías fuertes lideraban el ritmo de la canción.

“Kid A”, por su parte, tiende a las secuencias. Creo que “Everything In Its Right Place” es el tema de inicio porque cuando nos planteamos cuál sería la primera canción que queríamos que el público escuchara, ésta fue la primera que salió en las sesiones. Y a partir de ahí, todo el material que vino después encontró su sitio detrás de esa canción. Y en todas ellas la voz surge como un arreglo más del conjunto”. Yorke, su voz, en concreto, y sus textos parecen más tristes que nunca.

Tal vez se ha diluido esa tendencia al desgarro épico-existencial que poblaba las canciones del pasado en beneficio de unas texturas líricas más sutiles, sinceras e impactantes. Algo que, en resumidas cuentas, no desequilibre el trasfondo musical del disco. Porque lo más importante de este glorioso “Kid A” es, precisamente, eso: la música.

Por encima de canciones (las hay, pero no lo parecen), estribillos (no hay, para qué engañarnos) o pasajes concretos (ellos no quieren sacar single), este disco asume el riesgo en la textura, en la atmósfera, en el contagio emocional sin intermediarios.

Dicen que este disco requiere muchas escuchas; el abajo firmante opina todo lo contrario: la primera escucha es la buena, la verdadera... la definitiva. Su impacto emocional  debe guiarte, desde los primeros instantes de audición, a la consideración, ya sea positiva o negativa, del contenido. Aunque bien es cierto que, deliberada o no, artificiosa o honesta, la anticomercialidad, la descarada radicalidad de esta obra la aleja del alcance de cualquiera. “Creo que la gente que busque otro “No Surprises” no lo va a encontrar. En ese sentido sí puede ser sorprendente, porque es un disco que no se parece a nada de lo que hayamos hecho anteriormente. Es nuestro disco más consistente y equilibrado. Creo que con “OK Computer”, “The Bends” y “Pablo Honey”, nosotros quisimos cargar y llenar demasiado el sonido; en “Kid A”, mientras, hemos intentado ser mucho más selectivos con aquello que hacíamos. En ese sentido, este disco es más satisfactorio que cualquiera de los que hayamos hecho anteriormente”.

Y así no resulta extraño toparse en este álbum con reminiscencias de Boards Of Canada, Autechre, Aphex Twin, Björk, LFO, por una parte, y recuerdos a Arvo Pärt, Henryck Górecki, Gavin Bryars o John Coltrane, por otra. La mezcla de aristas electrónicas, en todo momento sutiles, complementarias, nunca protagonistas (salvo en la maravillosa “In Limbo”), con arreglos mucho más cercanos al free-jazz y a la música de clásicos contemporáneos, propone, a bote pronto, uno de los discursos más extraordinarios de los últimos tiempos. Resulta conmovedor ver cómo una banda que empezó tan apegada al rock haya optado por tratarlo con tanto desprecio, con tanta resignación, con tanto odio. Radiohead, esa banda que se jactaba de emplear tres guitarras para darle sentido a “Creep”, ha crucificado, sin opción a la resurrección, el rock. Un asesinato en toda regla. Como Hood, como Sigur Rós (por cierto: los islandeses serán teloneros de su gira europea de otoño), como Mogwai. “En “National Anthen”, por ejemplo, Thom y Jonny querían... bueno, la idea de todos era la de partir de Charlie Mingus, pero tomado como un punto de partida. Desde que tenemos el estudio propio, tratamos de buscar diversos puntos de partida de muchos estilos de música antiguos, porque es algo que nos ayuda a enriquecer nuestro sonido. Y en relación a la banda que éramos y a nuestros discos yo ya no me veo como una banda estrictamente de guitarras. Creo que esta vez hemos tenido la oportunidad de desmentir eso y diversificar aún más nuestra música. A mí me encantan Boards Of Canada y Autechre, pero también me gustan Scott Walker, Nick Drake o Arvo Pärt”.

Pero debe quedar bien claro que esa cobertura fría, gélida, invernal, se diría, se revierte, a su vez, en el disco más emocionante, hipnótico y fascinante de su carrera. Una hemorragia de genio, hoy por hoy incurable. “Creo que todo proviene no tanto del hecho del hecho de ser una banda tocando como del hecho de ser cinco personas en una habitación, que pueden ser muy intensas, pero a la vez también muy emotivas en la manera de tocar. Eso, el contraste entre fuerza, rabia y emoción, es algo que se podía ver especialmente en el pasado y es algo que aún se percibe en “Kid A”. Pero este es un disco más construido, quizás hay más atención en las texturas, más hipnóticas y, a mi modo de ver, más libres”.

SOLOS CON TODO EL MUNDO

Es posible que todo el desamparo, el profundo latido de queja y tristeza que fluye de esta obra mayor sea consecuencia indirecta del éxito de “OK Computer”. Hacía tiempo que un disco no levantaba tanta unanimidad en la prensa internacional (sí, ya se sabe que siempre deambula algún disidente con patético afán de protagonismo: pobre), ni recogía tantos elogios de los propios músicos que circulan por la actualidad. Así, sin necesidad de consulta bibliográfica, uno recuerda los nombres de Metallica, Red Snapper, Massive Attack, DJ Shadow, R.E.M., Pearl Jam y, lógicamente, Coldplay, Muse, Unbelievable Truth (el grupo de Andy Yorke, hermano de Thom) o Travis como férreos baluartes del grupo. Tanta pleitesía, admiración, respeto conlleva, voluntaria o involuntariamente, cierta responsabilidad, aunque no de cara a los demás, sino hacia uno mismo. “No, yo por lo menos no me siento así. En cierto modo, creo que es algo lógico. Cuando el grupo empezó también tuvo sus referentes, ya sabes, cosas americanas de la Costa Este, como Pixies, Sonic Youth. A partir de ahí es cuando debes tratar de depurar tu sonido, de dotarlo de tu propia personalidad. Pero no me parece mal que bandas como Coldplay, de quien he escuchado un par de canciones, Muse o Travis se fijen en Radiohead como un punto de arranque, como una referencia provisional. Nosotros también lo hicimos”.

Aun así, todo este abanico de elogios tiene que pasar factura de algún modo. Porque nadie es inmune a la lisonja unánime. No nos engañemos: se trata de un peso demasiado grande como para no ejercer influencia alguna en el seno de la banda. “Inevitablemente lo ha hecho. Al inicio de la grabación estuvimos pendientes de toda esa reputación que se estaba generando entre disco y disco. El hecho de aparecer en determinadas listas durante el tiempo que va de un disco a otro crea una expectación lógica. Es interesante. Yo he podido leer dos críticas sobre el nuevo disco, y las opiniones han sido muy polarizadas. A mi me gusta el hecho de que cuando se crea una gran expectación ante un disco, las opiniones tienden a ser más enérgicas y poderosas, ya sean buenas o malas”.

Y es posible que “Kid A” reciba más críticas negativas que su predecesor. ¿Los motivos? Eso es lo de menos. Su repulsión hacia el rock, su minimalismo expresivo, su pretendida radicalidad, su "peligroso" acercamiento a la vanguardia electrónica, su espectacular frialdad, su desolada emoción o, simplemente, la imposibilidad de determinados críticos por repetir elogios pasados, pueden ser las razones que lleven a “Kid A” al maltrato analítico. Razones que, para el abajo firmante, sirven, precisamente, para elevar este disco a la categoría de obra maestra.

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