“El público de hoy está malcriado...”
Entrevistas / Juana Molina

“El público de hoy está malcriado...”

Alan Queipo — 05-07-2017
Fotografía — Archivo

Hace algo más de veinte años Juana Molina pateó su propio tablero: abandonó su carrera como actriz y comenzó a luchar contra críticas, prejuicios e incredulidades y forjó una de las identidades musicales más singulares de las últimas décadas, a medio camino entre el folk raro, las inyecciones electrónicos y los universos paralelos: conquistó el mundo entero, fue tardía profeta en su tierra y ahora está recogiendo las mejores críticas de su carrera con “Halo” (Crammed / Karonte, 2017), un álbum en donde explora maneras más oscuras para esa suerte de canción mecánica, amalgamada, subversiva. Nos reunimos con ella a su paso por España, donde aprovechó para presentar su disco ante la audiencia del Sónar y las Picnic Sessions.


¿Se puede decir que este “Halo” mantiene la mecánica compositiva de “Wed21”? ¿Lo ves como un segundo capítulo de aquel disco? Como una especie de progresión…
Sos la primera persona que me lo dice. Y sí, yo siento que sí, que está muy emparentado. Todo el mundo me dice lo distinto que es este disco… A mí me está sorprendiendo el impacto que está teniendo en la prensa “Halo”, a un nivel que los discos anteriores no tuvieron. Como si ahora hubiera inventado algo. Yo sin embargo sí siento que es como un segundo capítulo que empezó con “Wed21”. Sin embargo, me cuesta mucho analizar las cosas.

Pero sí que hay en “Halo” un costado más intromisivo, más místico, oscuro. En “Wed21” había algunas canciones incluso que se podían bailar, la máquina funcionaba con otra rítmica. ¿Buscabas bajar un cambio, rebajar decibelios?
No, se dio así, salió oscuro por naturaleza. Por el estado de ánimo en el que estaba debería haber sido más oscuro “Wed21” que “Halo”, pero se ve que quizás los procesos emocionales se van manifestando más tarde. Llegaron en diferido (risas). Las intenciones previas o los deseos de lo que uno quiere hacer no tiene nada que ver con lo que sale después.
Sé que si quisiera hacer un disco bailable podría hacerlo; pero creo, por la experiencia que acumulé, que sería un disco más forzado. Quizá podría hacer un disco así con otra persona. No me pasó muchas veces: solo encontré mi pareja ideal en la música una vez, y se dio de darnos cuenta de que juntos haríamos algo que por separado y solos no podríamos haber hecho, nacía una tercera cosa distinta, un engendro nuevo.

¿Quién era esa persona?
Alejandro Franov. Tuvimos una especie de “romance musical” muy intenso; y después por las vicisitudes de la vida, su manera de trabajar inconstante (no le gusta ensayar, se aburre rápido de las cosas) hizo que nos tuviéramos que divorciar. Y me está pasando algo un poco parecido con Matías Aguayo: tuve dos encuentros musicales con él y siento que tenemos una familiaridad musical, una intersección en la que podríamos crear algo.

“Las letras de este disco me costaron muchísimo, nunca me costó tanto escribir”

¿Pero llegaste a hacer algo con Matías?
La primera vez que nos juntamos fue hace unos años, y acabamos haciendo una versión de Madonna (risas). Hubo un momento que hicimos algo que me recordó a “Material Girl” y ya no hubo momento que salgamos de eso, y acabamos haciendo una versión; pero nunca terminamos. Y ahora, antes de venir de gira a España nos encontramos en Inglaterra, en un encuentro en la BBC, donde estaba un batería que me encantó que se llama Tom Skinner, e hicimos una improvisación de más de dos horas. Y sentí que con ellos podría trabajar.
Yo con Odín (que es una especie de pulpo que toca de todo y tiene un gran espíritu) y con Diego (que es una persona súper obsesiva y detallista del ritmo) estoy feliz, porque creo que formamos un trío súper poderoso, y mucho más después de haber tocado más de tres años juntos: se consolidó algo muy potente. Pero después hay otro tipo de relaciones musicales: uno dice una cosa y según lo que me conteste el otro, me voy a aburrir muchísimo o me voy a quedar charlando durante horas. Y siento que con Matías pasó eso el otro día: él sería la persona perfecta con la que hacer un disco bailable.

Bueno, hace unos años colaboraste en el proyecto Congotronics. De hecho, estabas en esa banda-orquesta que formó parte del cartel del FIB 2011.
Sí, pero era un poco caótico: éramos diecinueve personas tocando a la vez, y tenía un punto divertido pero era difícil de gestionar. Lo mejor de eso fue conocer a John Dietrich, de Deerhoof, que de hecho colabora en “Halo”: no tiene ningún filtro y no para de tirar ideas, no se autocensura nada. De hecho, Greg Saunier [batería de Deerhoof] me decía que yo debería tocar con John, porque soy la única que aprecia sus ideas: lo tienen como una especie de oveja negra, de tipo medio molesto. Con él y con la parte africana de Congotronics son con los que más afinidad tuve.

Conceptualmente en el disco aparece mucho la idea de “brujería”, de “magia”, de “luz mala”. ¿Hasta qué punto articulan un discurso o son ideas sueltas que se van pegando a algunos conceptos de las canciones?
Sí, no sé bien cómo pasó. De hecho, se dio el proceso inverso para encontrar el concepto: me encontré con el título al final, después de que Alejandro Ros saliera con esa portada de disco tan absurda como genial.
Ya teníamos la portada de “Halo” mucho antes de que el disco saliera, y era una foto genial; pero a mí me parecía que ya habíamos hecho una portada en esa onda. Y él como que se ofendió o se picó un poco, y me hizo la foto que quedó al final, y al día siguiente me mandó eso. No lo podía creer, no tenía nada que ver con nada de lo que había visto: me daba asco, risa, atracción, curiosidad… Tuve claro que algo que provoque tantas reacciones tenía que ser portada. Y luego de eso apareció el título, de rebote total: apareció uniendo letras al azar. Y cuando se lo dije a Alejandro le encantó, y lo relacionó automáticamente con la idea de “luz mala”, los huesos…

“Las letras de este disco me costaron muchísimo, nunca me costó tanto escribir”

Y aunque haya aparecido de casualidad, ¿ves que hay algún hilo conceptual, aunque haya aparecido casi por escritura automática? ¿Puede haber una lectura de reivindicación feminista en ese concepto de “brujas”, como muchas veces se asocia?
La verdad que no sé por qué acabaron aparecido estas ideas: quizás me lo sugirió la música, quizá fueron esos balbuceos entre los que compongo cuando me invento las melodías… pero sí que mirándolo después entiendo que la gente pueda hacer estas lecturas que me decís. Parece mucho más sesudo y meditado de lo que es en realidad. Y me llamó la atención cómo el inconsciente reaccionó antes que yo. El disco además se fue dando en procesos muy lentos: las letras de este disco me costaron muchísimo, nunca me costó tanto escribir. Excepto en “Paraguaya”, donde me apareció lo de “sigilosamente” y a partir de eso me ayudó a darle todo un aura a la canción; en el resto me costó muchísimo.

Un poco relacionado con esto, hay canciones como “A00 B01” o “Cosoco” en las que parece que inventas un idioma: juegas con fonemas, onomatopeyas, como un lenguaje propio como lo que hicieron Sigur Rós hace años. ¿Hay un ánimo de musicalizar las palabras, de redimensionar la idea de lírica?
Lo hacían también Cocteau Twins, que yo me enteré mucho después que era un idioma inventado. A mí me parece que había canciones que tienen una palabra o algo que necesita desarrollar una idea. Pero cuando las canciones no tienen eso, que en este disco me pasó con el noventa y nueve por ciento de ellas, me da la sensación de que están volando, que no hay nada que las ate: la letra las baja, las consolida en una cosa más concreta y acotada, y pierde la libertad de ese mundo completamente abstracto que es la música.

¿Y crees que hay canciones que sin letra eran mejores que ahora que tienen letra?
Al principio sí. Por ejemplo, en “Un día” la canción “Lo dejamos” tenía las dos versiones, con y sin letra, y a último momento me dio un ataque y la dejé sin letra. También pasa que después le mostrás la canción a la gente y le gusta más con letra que sin letra; pero es porque escuchan música de otra manera que cómo la escucho yo. A mí me da lo mismo, a excepción de cuando escucho cosas que me molestan, y eso suele ser cuando hay frases hechas, letras pretenciosas, cosas que no acompañan lo musical.
Recuerdo una entrevista a Borges en el que le decían que había gente que lo acusaba de snob por usar un lenguaje muy pomposo; y él decía que era una lástima que piensen eso, que él hablaba en el vocabulario que usa habitualmente. Y claro: un tipo que lee lo que leía él tiene un vocabulario gigante. Que nosotros no lo entendamos es un problema nuestro, y no de Borges. Si hay alguien que escribe dentro de la complejidad del vocabulario ideas simples es él: lo que te toca no es lo pomposo, sino cuando proyecta ideas que te hacen explotar todo cuando los leés. Cada uno tiene su lenguaje, pero lo importante es decir algo. A mí me pasa con la primera melodía que te sale al inicio tiene una espontaneidad y una razón de ser.

¿Dirías que se puede hacer poesía con las no-palabras?
Sí. Te pongo un ejemplo burdo: cuando canto las canciones de The Beatles no sé ni lo que digo. Me sé alguna frase de “Love Me Do” y el primer verso de “Yesterday”, pero después canto todas las letras como si no dijeran nada. Y a veces prefiero que sea así, porque cuando leo las letras y veo las pelotudeces que dicen preferiría que no tuvieran letra, me da lástima.

En inglés suele pasar bastante eso.
Lamentablemente, sí. Me pasó también con Radiohead, cuando vi que en “Everything in its Right Place” cantaban: “Yesterday i woke up sucking a lemon”. No me gusta. Me gustaba más cuando no lo entendía, cuando las palabras eran como golpes, era todo más intenso. No era necesario despertarse chupando un limón (risas). A mí de Radiohead me transmite mucho más lo instrumental que lo lírico: “Kid A” es un disco que me volvió loca; hasta entonces me parecían una banda más de rock inglés. Luego decían que yo era una “clara hija de ‘Kid A’”. ¡Ojalá! Esa potencia que tenía la producción era una cosa de otro mundo.

¿Dirías que en tu obra perseguís la transformación de lo natural en artificial? En los discos anteriores igual se veía más, cuando había más guitarra acústica, más relación de madera y máquinas.
No lo creo mucho, la verdad. De hecho, solo por eso que decís llevo teniendo la etiqueta de “reina de la folktrónica” desde hace quince años. Si hubiera tenido guitarra eléctrica desde el principio no hubiera recibido nunca esa etiqueta.

Sí. Pero también apareciste en un momento en el que aparecieron varias propuestas que mezclaban música folclórica o acústica con algunas cosas de música de vanguardia, o música electrónica…
Puede ser. Pero no era algo buscado nunca: yo tocaba con esa guitarra porque es la que tenía en casa y con la que componía las canciones. En todo lo que hago siempre corre la ley del menor esfuerzo: yo no puedo ni quiero viajar con siete guitarras. ¿Para qué? ¿Es necesario realmente? ¿Cuál es la diferencia? Para lo único que lo podía entender es si están afinadas cada una en un tono, pero ni así… Prefiero no tocar los temas que están afinados en otro tono.

Te escuché decir hace unos días en Vorterix que los discos que más te gustan son los que no acababas de comprender. En tus discos a mucha gente le pasa eso: una incomprensión de género, el descubrimiento de algo complejo. ¿Buscas eso cuando trabajas en los discos?
Creo que no llega a pasar con mis discos, porque en la era que estamos viviendo la gente pone unos segundos de una canción mía, no lo entiende y pasa automáticamente y no vuelve nunca más. Ahí tengo una desventaja enorme. Pero una vez, por ejemplo, en la época de MySpace, me llegó un mensaje que él titulaba “CONFESIÓN”, y en donde me decía que a su hermana le encantaba mi disco “Segundo”, y le hacían bullying por escucharme y todo eso… Hasta que un día se descubrió en el colectivo tarareando una canción del disco, que a fuerza de escucharlo le había acabado gustando: le robó el disco a la hermana y se convirtió en fan. Si la hermana no hubiera insistido probablemente nunca le hubiera gustado. Y creo que es un caso muy común.

“Me gustaría que me llamen cada vez de más lugares, poder dar un salto de nivel, que se vayan facilitando las cosas…”

Hasta hace poco en Argentina te pasaba eso: no eras para nada profeta en tu tierra. ¿Qué es lo que crees que cambió?
A partir de “Un día” empezó a cambiar. De hecho, la canción “Un día” es como “la” canción de los shows allá. Lo que siento que pasó, y es una idea mía completamente infundada, es que a los que ahora les gusta lo que hago vienen no solo por los discos, sino por esa especie de figura de “luchadora” que se creó en torno a mí: esa tipa que venía de ser una actriz exitosa y contra todo el mundo acabó dejándolo todo para hacer música, y se aguantó las críticas durante años… y ahora me acaban queriendo. Cuando la gente me abraza por la calle ahora siento que hay amor; y cuando hay amor es porque también hay algo de la persona, y no solo por tu obra. Les gusta todo eso que ya saben de mí, lo que represento.

Como si fueras una especie de figura o artista de culto, entonces…
No lo había pensado así, la verdad. El otro día uno en Instagram me decía: “No te hagas famosa, Juana”. Y yo lo entendí: está viviendo ese momento de haber descubierto algo que no sale por todos lados, y se siente especial y diferente. A mí me pasó hace años, cuando se recuperó la figura de Eduardo Mateo, que durante muchos años era casi un desconocido, o conocido entre la gente que vivió los años ’70. Y me daba bronca que de repente esté en boca de todos, como si fuera una moda a reivindicar con él ya muerto. Y debería haberme puesto contenta por él.

En España viniste a tocar en el Sónar y en las Picnic Sessions. De alguna manera son lugares como muy “cool”, donde está el “futuro de la música”. ¿Te gusta esta asociación de artista de vanguardia, con una connotación medio elitista; o te gustaría estar en lugares más populares, llanos?
A mí me gusta tocar donde a la gente le gusta escuchar lo que hago, sea en el Sónar o en Viña del Mar. Lo que me pone muy mal es tocar y sentir que la gente se está aburriendo. Y muchas veces me pasa: festivales muy grandes, con gente que no te fue a ver, y les veo en la cara lo que les está pasando (aunque también hay muchos otros que te descubren). Es un poco ambigua la respuesta que te puedo dar. Lo que sí te puedo decir es que esa idea que muchas veces se dice de mí de que hago “música para músicos”, ¿de qué me sirve?

¿Tú no ves que te has anticipado a algunas cosas, que has abierto melones que hasta entonces no estaban abiertos?
Eso sí, modestia aparte. Y además veo muchos músicos llamados “emergentes” que, de alguna manera, son “hijos de Juana Molina”. Y además lo dicen ellos. En Argentina lo veo, sobre todo. Me pasa ahora que los hijos de mis amigos me piden entradas: chicos que tienen 18 o 19 años, y eso sí que es importante.

Para no tener lleno de viejos el teatro.
(Risas) No solo por eso: quiere decir que mi lenguaje artístico trasciende las edades, que es algo que tiene que ver con mi espíritu. De hecho, en mi canción “Las edades” hablo de eso: yo siento que tengo todas las edades, a veces tengo 20 años, a veces tengo 50, a veces 80 y a veces 4. Hay muchos jóvenes de ahora que son viejos. Y te digo más: los viejos que son viejos cuando son viejos, eran viejos cuando eran jóvenes. Es una cuestión de espíritu. Y es muy halagüeño confirmar que esa juventud que yo siento existe, y que conecta con la gente de esa edad. Tener un público tan joven me hace muy feliz.

Otra de las cosas que te lleva persiguiendo desde tus inicios es la idea de “rara”, que fue el título de tu primer disco y una idea que se asoció a tu música pero también a tu figura. ¿Te arrepientes?
Un poco sí. Pero me arrepentí porque la gente no entendió nunca el porqué del título: tenía que ver con un estado de ánimo, una incomodidad, una situación que me había dejado descolocada y rara, y por eso se llamaba así. Igual el nombre lo eligió Gustavo Santaolalla, que fue el productor.

“Lamentablemente yo no creo que vaya a cantar nunca en inglés, creo que no me sentiría yo”

La culpa fue de él, entonces.
(Risas) A mí me parecía un título fuerte también. Pero me costó y todavía me sigue costando quitarme esa etiqueta.

Y además se te asoció con aquella escena de “weird folk” o de “folk raro”, como Joanna Newsom, CocoRosie, Devendra Banhart…
Sí, es cierto. Yo creo que se me asociaba a cualquier cosa, casi. Había veces que decían que hacía algo parecido a lo de Beth Orton o Liz Phair, por ejemplo. ¿En qué? ¿En que somos mujeres y tocamos la guitarra? También tiene que ver con esa necesidad del periodista de catalogar todo. No sé si es un requisito indispensable de la editora o qué.

¿Tú no te sientes cerca de ningún movimiento, de ninguna escena?
En un momento algunos amigos me decían que se estaba poniendo de moda lo que yo estaba haciendo. Y yo no acabé de ver nunca cuáles son las cosas que yo hacía o hago que ellos entendían como comunes a otros. Lo que sí se puso de moda es el pedal loopeador: ya no me pasa más eso de acabar el show y ver cómo venían todos a ver qué estaba usando. Ahora ya lo saben, lo usa todo el mundo.

¿Qué te gustaría que pase con el disco?
Lo que le gusta a todo el mundo aunque después digan que no: que me llamen cada vez de más lugares, poder dar un salto de nivel, que se vayan facilitando las cosas… Siento que mis brazos se están cansando de remar, y es medio decisivo para los próximos años que me empiece a ir mejor en general: que sea un peldaño para poder seguir creciendo. Si bien tener todas las edades es bueno por la juventud, también es malo porque las de más arriba pesan.

¿Pero esperabas que la cosa funcionase mejor antes? ¿Crees que va más lento de lo que debería ir?
Creo que cualquiera que emprenda cosas piensa que merece más de lo que tiene…

Bueno, hay gente que tiene cierta vocación underground.
Es verdad. A mí no me gustaría tocar en estadios, por ejemplo: me gustaría tener un circuito de 1.500 o 2.000 personas y que esté siempre lleno. No me interesa ver a Radiohead en esas condiciones, por ejemplo: no lo disfruto. En Buenos Aires o en Japón me pasa eso… en el resto del mundo es muy fluctuante. En Nueva York, San Francisco o Chicago me pasa; pero en el resto de lugares estoy un peldaño por debajo de eso.

Es curioso que habiendo sido apadrinada desde el principio en los medios de Estados Unidos o el Reino Unido el proceso de conquista de su público sea más lento.
Es que es el idioma. Creo que es una barrera infranqueable.

Bueno, ahora “Despacito” consiguió el número 1 en el Billboard de Estados Unidos; y artistas como Justin Bieber o Pharrell Williams colaboran con artistas latinos cantando en español. Sé que no tiene nada que ver con lo que tú haces, pero sienta un precedente relativamente positivo.
Es una locura que esté pasando todo eso, pero sí. Lo que pasa también es que es otro tipo de música, mucho más comercial y globalizada: ya se está haciendo reggaetón en inglés. Sin embargo, lo que yo hago es otra cosa, no se mueve en esos términos. Y lamentablemente yo no creo que vaya a cantar nunca en inglés, creo que no me sentiría yo. Apenas solté alguna frase, como “one day” o “come quickly”, y ya el sello se emocionaba porque decía que conectaba más con otro público. Lo que no saben es que esas palabras nacieron como onomatopeyas, que ni siquiera son conceptos desarrollados. El público de hoy en día está tan malcriado… da igual que les guste o no la letra, lo que quieren es entenderla.

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