"El disco habla de la decepción que tengo con la humanidad"
Entrevistas / Jacobo Serra

"El disco habla de la decepción que tengo con la humanidad"

Alan Queipo — 06-11-2017
Fotografía — Archivo

Nació hace 34 años en Albacete, pero nunca diríamos ni una cosa ni la otra de Jacobo Serra: su genética juvenil y su universo artístico habrá despistado a sus vecinos de pequeño como lo hace ahora a quienes estaban empecinados en el que el músico se perpetúe bajo el corsé de “beatle manchego”.

Y es que en Fuego artificial (Warner Music, 2017) se ha reiniciado por completo: se despide de los fab four en cuanto a sonido, crea arquitecturas pop más cerca de Radiohead o Damon Albarn y compone todo su cancionero (a medio camino entre el indie de autor y la arquitectura melódica) en castellano con la ayuda de Juanma Latorre (guitarrista y uno de los principales compositores de Vetusta Morla). Una evolución que presentará el próximo 11 de noviembre en la madrileña sala Joy Eslava.

Da la sensación de que has querido romper con prácticamente todo lo que hacías antes, de reiniciar la ‘marca Jacobo Serra’: cambias de idioma, suenas diferente, cambia parte del discurso. ¿Por qué esta decisión de decir que hasta aquí llegó una etapa y que ahora tocaba iniciar otra?
Para mí el arte es un poco eso, y en mi condición como artista lo concibo así: no siempre hay que romper, pero creo que para cambiar de etapa y para crear una obra diferente a lo que vienes haciendo es súper necesario reinventarse, romper tu propio molde, romper con todo. Para poder afrontar este nuevo proyecto que tenía en la cabeza tenía que hacer las paces y, de manera muy amistosa, dejar atrás lo que estaba haciendo: quitarme la piel que llevaba y ponerme otra para empezar a hacer cosas que nunca me hubiera imaginado que iba a estar haciendo.

Hablas de “cambiar la piel”. No sé si ya te estaba pesando demasiado eso de “Beatle manchego”, si suponía un yugo: si buscas tu nombre en Google, al lado está ese sambenito que te puso Fernando Neira con buena intención hace unos años, pero que se ha replicado hasta la saciedad, prácticamente es una definición que fue completamente adherida a tu nombre.
Sí, la verdad que es un poco cargante. A Fernando le tengo mucho cariño, es un periodista alucinante; pero sí que es verdad que al final muchas veces mucha gente se queda solamente en la etiqueta: “el Beatle de Albacete” o “el Rufus Wainwright de Chinchilla”… Al final, creo que es peligroso eso porque la gente no lee más allá. Para mí que me consideren una especie de Beatle moderno es un piropo increíble: The Beatles siempre han sido mis padres musicales, y desde ese punto de vista está muy bien. Pero también es verdad que mi música no bebe sólo de The Beatles: hay mucho más.

Por eso quería despedirme un poco de ellos y dejarlos un poco atrás: hacer como ellos, que tenían muchos padres musicales, y que en los primeros discos hacían muchas versiones de ellos y ellos mismos se sentían como una extensión de esos referentes, pero poco a poco se fueron despidiendo de todo eso, y empezaron a hacer música más moderna para la época. Yo en este momento también quiero hacer eso: ser yo, intentar reinventarme, buscar otros colores, otros instrumentos, otros aliados; pasar del fauvismo o el realismo a la abstracción moderna; hablar de temas más actuales; pasar de lo acústico a lo eléctrico; y para hacer eso tenía que romper.

¿Te apetecía especialmente hacer cosas nuevas o te habías empezado a aburrir de lo que estabas haciendo?
Me apetecía superarme a mí mismo y reinventarme de nuevo. Yo venía haciendo una música que podría haber seguido haciendo: podría haber hecho Don’t Give Up otra vez; pero no quería, ya llevaba mucho haciendo canciones en ese perfil. Ya he pasado por ahí, ya he tocado las canciones en directo lo suficiente. Quería empezar a componer con sintetizadores, ponerme a prueba, salirme de la zona de confort. Me lo pedía mi arte, mi propio alter ego musical: hacer otra cosa, investigar, salir de donde estaba.

"Para crear una obra diferente a lo que vienes haciendo es súper necesario reinventarse, romper tu propio molde, romper con todo"

Le dijiste a Carles Francino en una entrevista que incluso soñaste que te despedías de The Beatles en sueños, como si fuese el preámbulo a una nueva búsqueda de referentes. ¿Lo hiciste? ¿Te pusiste a investigar, a ver qué cosas más modernas tenían que ver con lo que querías hacer en esta nueva etapa?
Sí, hice algo que nunca había hecho hasta hace poco: escuchar música actual y moderna. Siempre he tenido la sensación, como me pasa también con la literatura y con el cine, de que hay tanto bueno antiguo que tengo mucho que estudiar para llegar a la “lección 2007”. Y siempre he leído muchas novelas clásicas, he consumido mucho cine clásico hasta los ’90 incluso, pero mis referentes del cine siempre ha sido gente como Kubrick, Visconti, Fellini; y con la literatura algo parecido: siempre he leído mucha obra clásica, biografías, filosofía… Y creo que de alguna manera equivocaba el enfoque al pensar que no podía leer a Zafón porque había muchas obras fundamentales de antes que tenía que leer.

Con la música me pasaba igual: siempre he tenido muchos deberes y nunca llegaba al hoy. Con este disco hice todo lo contrario: empecé a escuchar música de ahora. Empecé en Liverpool, cuando estuve trabajando con el LIPA, y descubrí muchas cosas nuevas que se estaban haciendo allí: entré en un sitio que era como una ventana cultural actual y contemporánea, y se me abrieron las orejas. Grupos como Local Natives, Glass Animals, Gorillaz, gente que me conquistó mucho por la forma de afrontar las producciones y de trabajar el ritmo.

¿Te sentías antes una especie de pureta o viejoven que ahora es algo más moderno?Más o menos, puede ser. Hice un ejercicio de ver qué está pasando ahora. Me apetecía poder hablarle al público y que a la vez ellos me digan lo que están escuchando, que ya no haya tanta distancia. Me apetece ver qué estaba pasando a mi alrededor: es algo que siempre he hecho, pero me apetecía ponerlo de manifiesto, hacerlo más de lo que lo hacía, hacer un ejercicio de búsqueda y no estar sentado esperando a que las cosas me lleguen.

Quizá de lo primero que me abrió la puerta de todo esto fue The Party (ANTI, 2016), el último disco de Andy Shauf, que quizá sí tiene algo muy pureta y una concepción más clásica, pero me sirvió como puente, porque era un disco de ahora con referencias clásicas, pero con cosas muy contemporáneas. A partir de ahí empecé a tirar del hilo y empezaron a caer un montón de joyas alrededor como esa despedida de The Beatles que soñé, que era muy de La divina comedia, en un barco con niebla alrededor, y de pronto empecé a ver la claridad y a ver lo que quería.

Dijiste que uno de los momentos simbólicos que te hicieron empezar a decidirte a abandonar el inglés y a empezar a escribir en castellano fue en uno de los conciertos de Vetusta Morla en el Palacio de los Deportes de Madrid.
Lo que me pasó es que me impactó mucho. Yo siempre he sido de ir a conciertos en salas pequeñas, y cuando fui allí y me encontré con ese despliegue y con tanta gente entregada emocionalmente a ese nivel, cantando incluso por encima del sonido de la banda, me impactó. Ahí me puse a pensar que eso nunca iba a ocurrirme a mí si seguía cantando en inglés. De alguna manera, vi el muro del que luego hablo en La brecha: había un muro lingüístico que no iba a poder saltar por mucho que haya gente que cantaba conmigo las canciones en inglés. La gente no conectaba del todo, no me entendían. Y ese concierto fue un shock. Fue darme cuenta de que estaba en España, de que tenía que adaptarme si quería conseguir emocionar a la gente.

¿Estás empezando a ver sensaciones diferentes en la gente ahora que cantas en español?
Sí, la gente me escribe mucho más en las redes, me dicen que están muy identificados. De hecho, hace unos días me escribió un colega mío que está pasando por una enfermedad y al que le escribí una canción y sin yo decirle nada me escribió y me dijo: “oye, esta canción habla de mí, ¿no?”. La gente me entiende mucho más, les llega y genera algo muy emocionante tanto en mí como en ellos.

De alguna manera, la canción con la que empezó todo fue Icebergs, que se comunica con Deshielo, que abre el disco. ¿Buscabas también crear una imagen metafórica, como un tránsito entre el final de aquella etapa en inglés y el inicio de esta etapa en español?
Sí. Para mí no fue fácil empezar a hacer canciones en español, no fue de un día para otro: fue un proceso que me llevó meses o incluso años, de saber expresarme y quedarme contento con lo que salía. La canción Icebergs salió cuando ya estaba viviendo en Madrid, estaba picándome el gusanillo del castellano, había cantado con Jorge Drexler en un concierto en Londres, el propio Jorge me animó… se plantó una semilla que salió en Icebergs, que además de eso habla de cosas como el cambio climático; pero en general habla del cambio: es como un preludio de lo que vino después. Y me apetecía que este disco despida al otro, que Icebergs y Deshielo despidan lo que para mí forma parte de otra etapa.

Si bien hay varias letras tuyas solo y otras a pachas, me llamó la atención que hay varias letras firmadas por Juanma Latorre, tu productor y aliado en el disco, pero también uno de los principales compositores de Vetusta Morla. ¿Por qué esto? ¿Te sentías inseguro, no te veías preparado del todo para asumir todas las letras tú solo?
Él tiene muchísima experiencia ya, y lo que pasó es que él formó parte del proceso del disco desde el segundo cero: trabajamos muy mano a mano, fuimos construyendo todo juntos, yo le llegaba con la estructura de la canción casi cerrada, a veces incluso casi producida, con ritmos, coros y de todo… Y yo confiaba mucho en él con las letras, porque como te decía no fue algo que empecé a hacer por la brava de un día para otro. Y como en Icebergs la habíamos hecho juntos y me había encantado, de alguna manera en este disco seguimos trabajando de esa manera casi familiar, construyendo la canción juntos.

Siempre envidié mucho la dualidad esa de las personas que escriben a medias, como Lennon y McCartney, alguien que sabe leer perfectamente lo que el otro quiere expresar, y juntos consiguen hacer algo mejor que si lo hubiera hecho uno solo. Con Juanma siento que me pasa eso: un tipo que ha hecho tantos himnos y que está ahí para echarme una mano, es un gustazo poder coger la mano de su experiencia, fue algo muy enriquecedor para las canciones.

Hay letras que yo las tenía hechas, como La brecha, que tenía muy claro de lo que quería hablar, pero él consiguió redimensionarla, le cambió muchas cosas, la adecuó al lenguaje necesario, y para mí esa letra es suya, se merece firmarla.

El título del disco, Fuego artificial, juega con esa idea de lo descartable, de lo que aparece y se va. Tú sueles mencionar mucho ideas como distopía, dualidad, tiras mucho de la filosofía. ¿Te apetecía que tuviera cierta carga de ambigüedad el concepto del disco?
Sí. De hecho, todas las letras del disco yo tenía claro que quería que su concepto fuera ambiguo: quería que quien las escuchara o leyera las reinterprete a su manera. Yo sé de lo que estoy hablando, me gusta mucho meter cuestiones filosóficas, personales e incluso sociales en las canciones, pero mi pretensión siempre es que no estén cerradas, que cada cual la interprete a su manera.

Hay una canción, de hecho, El activista, que ahora puede ser utilizada casi como elemento mediador en el conflicto entre el gobierno español y el catalán. Esa frase de “no quedan banderas” tiene una utilidad ahora que seguro no te imaginabas.
Me encanta que la gente lo interprete así. La intención del arte está en que la persona que lo escuche o lo vea lo haga suyo. Me gusta que la gente se ponga a pensar y lo utilice como una forma de evadirse. Esta canción es para que la gente se sienta un activista de su causa: puede ser tanto política como personal, de alguien que está emprendiendo un negocio o una aventura y es un activista de lo suyo, luchando por lo que cree.

"Me gusta mucho la idea de que mis canciones sean como escenas o bandas sonoras de películas imaginarias"

Quizás El imperio, que hablas de Trump, tiene menos interpretaciones: esa sí es más política y cristalina. ¿Te apetecía que tus canciones tuviesen un uso social, crítico?
Sí. En realidad, en mis canciones en inglés ya lo hacía, pero ahora se entiende más. Esa canción surgió de la rabia, a consecuencia de los nacionalismos en Europa, la polarización, el drama de los refugiados y encima justo había ganado Trump… y fue como una manera de soltar todo.

Yo soy muy de ver las noticias todo el día, y aunque quizá no se me identifica tanto con eso en mi faceta artística, desde un punto de vista jurídico (soy abogado) o de mi posicionamiento artístico, cultural o político sí que siempre he estado muy al día. Cuando vi todo eso fue una especie de shock: estaba haciendo el disco y me salió el tema de arriba abajo. Habla de la decadencia no sólo de Trump, sino de la sociedad occidental: el disco en general habla mucho de la decepción que tengo con la humanidad. Yo siempre soy muy positivo, pero cuando saco el lado oscuro está muy enfocado desde la preocupación, la ofuscación, el enfado con la gente, con los políticos…

Es cierto que hay como un fondo de reflexión sobre la vida moderna. A mí me recuerda también tanto en cuanto a concepto como a búsqueda de sonido a discos como el Everyday Robots de Damon Albarn o el This Is All Yours de alt-J.
Sí, el de Damon Albarn me influyó mucho, además. A mí me interesaba que las historias se pudieran vestir de una manera parecida a como se hacía con la música figurativa, la música clásica: que la música construyera las canciones, que yo fuera cantando algo y que la canción de fondo construyera una especie de atrezzo, como una manera de poder estar viendo dos cosas cuando mirabas una. Es algo que nunca había hecho hasta este disco. Y que se vea mi personalidad de queja, de protesta.

Hay veces que incluso me gustaría ser policía o juez: me sale mucho esa vena de la justicia social, no sé si por haber estudiado derecho o por qué; pero en canciones como El imperio se ve esa crítica hacia nosotros, y yo también me incluyo. Muchas veces me pregunto: con todo lo que somos capaces de hacer, ¿por qué somos tan destructivos? Me duele muchísimo y me afecta mucho ver cosas como lo que pasó hace unos días en Galicia. ¿Cómo se puede llegar a ese extremo? Por eso me apetecía que en Fuego artificial se plasme ese contraste entre lo utópico, lo perfecto, la belleza del fuego, la capacidad destructora de ese fuego y la relación entre lo artificial y lo humano, esa doble capacidad.

Has hablado de música figurativa, de Visconti o Kubrick, de arte abstracto… ¿hasta qué punto el arte no-musical es una fuente que te influye más que los discos o las canciones de otros grupos?
Me has pillado totalmente ahí: soy una persona muy de imagen, soy muy cinematográfico. La manera que tiene Visconti de tratar la estética la relaciono mucho con mi manera de componer, o al menos es lo que busco. Me gusta mucho la idea de que mis canciones sean como escenas o bandas sonoras de películas imaginarias.

Y en la escena musical, ¿te sientes parte de algo? Los artistas que veo que más te reclaman son de generaciones superiores a la tuya: Jorge Drexler, Coque Malla… ¿Te sientes integrado en el circuito más contemporáneo, más festivalero?
Por edad y por estilo de música supongo que formo parte de una generación más contemporánea; pero si te soy sincero no me siento parte del todo de una escena concreta. Como dijo el otro día Coque Malla al hablar de mí en La Ventana de Cadena Ser: él me ve como alguien independiente pero no de indie, sino que soy atemporal, que voy por fuera de todo lo que pasa ahora. Creo que la atemporalidad me define muy bien: podría haber nacido en otra época y haber compuesto en otra época. No me siento identificado con muchas cosas que pasan ahora, ni con muchos movimientos: no tengo grupos con los que me junto en un café a crear ni aprovechamos nuestras sinergias. Sí que tengo a gente como Juanma Latorre y amigos con los que colaboro, pero yo me veo parte de mi propio movimiento.

Siempre se ha dicho que eres una rara avis, que podrías haber nacido en Nashville. Sin embargo, eres de Albacete. ¿Tú ves que hay algo de tus raíces en tu música? ¿O lo ves con distancia?
Estoy muy orgulloso de haber nacido en Albacete, y según pasa el tiempo, cada vez más: cuanto más mayor me hago más reconozco mis raíces. Cuando me junto con mis amigos de Albacete me siento muy bien, no necesito ponerme al día, hay algo que me conecta a ellos que va más allá de lo que hagamos en nuestro día a día: recordamos el bar al que íbamos, te ríes de cosas de manera muy natural, es todo mucho más cotidiano y familiar. Pero sí que desde pequeño sentí que no pertenecía a allí desde un punto de vista artístico.

Te voy a poner un ejemplo. Una vez estaba con Leonor Watling y se acercó un conocido suyo y me presentó diciendo: “Este es Jacobo Serra: un OVNI aterrizado en Albacete que alguien dejó ahí”. Y me siento muy identificado con eso: no tengo mucho de cultura o folclore manchego; ni mis discos ni mis letras ni nada hace referencia a mi infancia en Albacete o mi vida en las Escuelas Pías, el colegio de curas al que iba… pero sí que me crie ahí, mi padre es de ahí, muchos de mis amigos que viven en Madrid son de allí. No lo digo en sentido peyorativo, pero creo que desde un punto de vista artístico no le debo nada a Albacete. Sí se lo debo desde un punto de vista personal y sentimental, pero poco más.

Quizá me siento más identificado culturalmente con lo anglosajón: cuando fui a vivir a Inglaterra, tanto estudiando la carrera como trabajando como músico como creando como enamorándome de una mujer inglesa que ahora es mi mujer… siempre me sentí muy de ahí sin la necesidad de tener que encajar. Mi cultura musical no viene de la jota manchega ni del cine español, viene de otro sitio.

¿Cómo te gustaría que crezca el disco?
Por lo pronto tengo ahora una gira que me va a llevar a muchos sitios de España. Ojalá que se llenen, que la gente disfrute al máximo, que salgan identificados con las canciones y poder conseguir que la gente desconecte durante la hora que dure el concierto: que pongan el móvil en modo avión, se olviden de su vida y se metan en ese universo, que disfruten como si hubieran estado en un spa, en un museo o en el campo, que salgan como si hubieran corrido una maratón; que sea como un baño de belleza, algo curativo.

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