En las montañas de la locura
Entrevistas / Black Mountain

En las montañas de la locura

Yago García — 28-03-2006
Fotografía — Archivo

“Black Mountain” (City Slang/Sinnamon) es una criatura extraña: un monstruo de hard rock progresivo capaz de gustar al público más indie. ¿La causa? Canciones lo bastante contemporáneas como para esquivar referencias y una afición a los sonidos extraños muy superior a la habitual entre el resto del stoner rock, si es que aún queda de eso.

Todo en Black Mountain huele a hippie: su pertenencia a un colectivo de bandas (la “Black Mountain Army”, nada menos), el tono entre satírico y protestón de sus letras y el propio sonido del grupo, muy dado a las divagaciones cósmicas y a los temas largos, confirman esa acusación y se lo ponen muy difícil a Amber Webber (vocalista) a la hora de desmentirla. Primer alegato para la defensa: Black Mountain y sus aledaños no son una comuna, aunque lo parezca. “Todo empezó con un grupo de folk y country en el que tocaban Joshua (Wells, batería) y Steve (Stephen McBean, cantante). Entonces yo me uní a ellos como cantante, fichamos a un bajista (Matthew Camirand) y nos pusimos ese nombre. Se le ocurrió a Steve en un sueño, y además hay una ‘Montaña Negra’ cerca de Vancouver, pero eso no tuvo nada que ver. Lo del colectivo es algo que pusimos en marcha para dar a conocer nuestros proyectos paralelos: Jerk With A Bomb, nuestro primer grupo, que aún sigue en activo, los Pink Mountaintops, el grupo de Steve, y los propios Black Mountain. En realidad sólo somos un grupo de amigos que se juntan para hacer música e inventar nombres”.

"Grabamos un montón de canciones y al final escogimos las ocho del disco porque sumaban sesenta minutos…"

Buen argumento, pero declaraciones del propio Steve como “somos una gran familia”, unidas a las fotos de la(s) banda(s) no les hacen precisamente un favor en ese sentido. Tal vez si renunciaran a las greñas y los vaqueros de campana su imagen se actualizara un poco. Claro que, si se apartaran de la estética setentera y las declaraciones rimbombantes, tal vez dejaran por el camino lo que les hace atractivos: la sensación de estar escuchando a una banda de hard “poderoso” (¿alguien se acuerda de Atomic Rooster?) grabando en cuatro pistas en un sótano usado para criar setas (no, champiñones no: setas). Ahí queda, sin ir más lejos, “Druganaut”, toda riff y coros souleros para demostrarlo. Webber, que ha dejado claro el juego de palabras del título muy sucintamente (“Cuando fuimos a tocar a Amsterdam nos lo pasamos muy bien en los coffee shops”) tampoco parece muy predispuesta a conversaciones sesudas sobre influencias. “No soy una experta en música: me gusta el folk, pero nada demasiado raro o complicado. Con decirte que me encanta Melanie...”. Lástima, porque eso deja fuera de la conversación el que su voz recuerde a dos vocalistas tan infravaloradas como Renate Knaup (de los alemanes Amon Düül II) y Nico, y porque si el único vocalista de la banda fuera McBain el atractivo de su disco descendería mucho. Un disco, por otra parte, de publicación muy tardía. “Ha tardado más de un año en aparecer, lo que es gracioso si piensas que sólo tardamos unas semanas en grabarlo: Steve y Joshua se encargaron de los temas técnicos en el local. Después fuimos a un estudio, más que nada porque así Jeremy (Schmidt, teclista), que entonces sólo era un colaborador, podría utilizar todos los órganos raros y todas las cosas que tenían allí. La cosa fue bien con él, y se quedó en el grupo. En realidad la banda acabó de tomar forma mientras grabábamos el disco”. Y tal vez por eso “Black Mountain”, publicado originalmente por Jagjaguwar en Estados Unidos, se zafa del mero revisionismo para encontrar un punto medio entre la melodía y la agresividad que sus antecesores en esto del hard no solían encontrar casi nunca. Pero parece que Webber tampoco tiene eso muy claro. “No lo sé, en realidad sólo grabamos un montón de canciones según iban incorporándose instrumentos, y al final escogimos las ocho del disco porque sumaban sesenta minutos... Están organizadas como las caras de un vinilo, por eso escogimos para el final las tres canciones más largas y más violentas, para que fueran como la ´cara B´ del álbum. ¿Space rock? No, no es la primera vez que nos lo dicen, y hay miembros del grupo a los que les gusta mucho ese tipo de cosas”. Eso sí: les gusta improvisar. “Desde luego: nada está demasiado planteado de antemano cuando grabamos las canciones, pero donde sí que no hay color es cuando tocamos en directo... Nos gusta que los temas suenen completamente distintos cada vez que actuamos. ¿Que si somos un ‘grupo de carretera’? ¡Sí! Bueno... Quizás, no lo sé... (risas). Tal vez si nos vieras tocar podrías decidirlo, pero ahora estamos grabando nuestro segundo disco, así que tardaremos un poco en volver a dar conciertos. Lo importante es que hagamos lo que nos gusta y con la gente que nos gusta”.

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