V
Discos / The Horrors

V

7 / 10
José Carlos Peña — 08-09-2017
Empresa — Caroline
Género — Pop

Los británicos The Horrors cumplen una década de actividad discográfica con nuevo trabajo. Aunque fue con su segundo lanzamiento, el extraordinario “Primary Colors” (XL, 09), avalado por la producción de Geoff Barrow (Portishead), cuando su pop denso a caballo entre la psicodelia futurista, la oscuridad gótica y el noise de guitarras, atrajo la atención de casi todo el mundo. Una oscura coctelera de géneros con toques siniestros que funcionaba a las mil maravillas.

En su quinto trabajo, titulado de manera sucinta con la correspondiente numeración romana y portada rompedora obra del artista Erik Ferguson, se presentan con buenas constantes vitales, pese a no haberse comido el mundo que se les prometió cuando irrumpieron con sus encrespados peinados. Es normal, porque, en realidad, nunca han hecho música para las masas, al menos las de ahora, y las novedades se agolpan cada mes. "Luminous" (XL, 14) no estaba nada mal, aunque le sobraban algunos minutos y su viraje abiertamente electrónico y pop con un pie en 1981 (influencias de los Simple Minds buenos o Gary Numan), no acabó de destacar como merecía.

Con “V” siguen por la senda electrónica marcada pero extreman sus polos con mayor densidad de guitarras y renuncian a la producción propia de los dos anteriores álbumes, apoyándose en el productor de moda Paul Epworth (Coldplay, Adele). Y con el carismático Faris Badwan cantando con más convicción que nunca. De la hipnótica pulsión industrial del single "Machine" (con reminiscencias de Portishead o los Depeche Mode de 1988, no es casual que hayan taloneado parte de su última gira) y el retro-futurismo de “Hologram” a la exquisita ligereza pop sintética con suculentos arreglos de cuerda de "Something to Remember Me By" -desde ya una de las canciones del año, ¿huella de los New Order eternos de “Technique”?-, nos llevan a otro sugestivo y por momentos inquietante universo de texturas sonoras construidas con viejos sintetizadores y módulos -la huella del Bowie de Berlín es alargada-. Pero ahora, además, se atreven a trascender sin complejos la frialdad que ha caracterizado su música (no es nada malo), con algunos de los estribillos más abiertamente emotivos de su sólida carrera.

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