Los peligros que tiene producir un álbum debut que se convierta en símbolo de un género al alza, es que el examen contigo mismo y el peligro de convertirte en una banda de versiones de tu propia obra están a la orden del día. Los peruanos Dengue Dengue Dengue mataron la presión y el miedo por la vía de la expansión sonora en un nuevo ejercicio discográfico que sigue supurando un contagioso veneno que nos invita tanto a bailar como a encender dos velas negras que no son precisamente las de la Bruja Lola, sino la de la misa profana tropical.
Así suena al menos “Siete raíces”, segundo LP del dúo limeño que, cuatro años después del revolucionario “La alianza profana” (Auxiliar, 2012) y dos del EP “Serpiente dorada” (Enchufada, 2014), han conseguido edificar una facción de global bass con trazas footwork sin perder el tino por esa colisión entre dub y cumbia negra de raíces folclóricas amazónicas mostrada en sus dos ejercicios anteriores, auténtica marca de la casa. Aquí, sin quitarse la máscara sí se quitan de algunos gags de sus primeros trabajos, componiendo un crisol de ritmos algo alejados tanto de las canciones más luminosas y cumbieras de su debut como de ese soniquete a espada láser que resonaba en algunos de sus primeros cortes.
En detrimento, imponen un género degenerado (para bien) en sí mismo, que consigue a través de un nuevo cancionero mucho más gravitante y oscurantista no sólo seguir autoproclamándose como los reyes de la cumbia dub junto a otros talentos como Frikstailers en canciones como “Dubcharaca” o “Badman”, sino también hacer guiños al bolero más ritual (“Guarida”, con Sara Van a la voz), al tribalismo folktrónico (“La rama de tamarindo”), al wonky más perreador (“Murdah”), a la cumbia triphopera (“The Enemy”), a la batucada moderna (“R2”) o a una nueva vertiente de dubtrónica amazónica en una línea similar a la practicada por Chancha Vía Circuito (“Amazonia”). ¡Sarampión, mamá, que esto es contiagioso!
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