Aún sin alcanzar los veinte años de edad y sólo trece meses después de presentarse ante el mundo con un espléndido debut homónimo, Jake Bugg reafirma su posición como el artista joven de corte clásico más talentoso de las islas e icono del nuevo estilo británico. Una confirmación que en cualquier caso se antoja moderada, al firmar el músico una segunda entrega que alterna momentos brillantes con otros meramente notables, en un conjunto con el que confirma expectativas sin llegar a desbordarlas. “Shangri La” asume mayores posibilidades y apuesta por un sonido sensiblemente más estudiado, con la influencia de Oasis vigente y la herencia arrastrada que eso supone. Una selección que, de nuevo, compagina las dos principales facetas del autor, otorgando en esta ocasión mayor presencia a una electricidad que supera en protagonismo, cuantitativo y cualitativo, a los sentidos ramalazos folk.

No hace demasiado un par de conocidos me decían, a modo de recriminación, que me tragaba todo lo que venía de DFA. Pobrecillos, porque eso significa que no son conscientes de que, a excepción de Free Energy, algo menos inspirados y con un hit muy por encima del resto del repertorio, el sello neoyorquino no deja de acertar en cada lanzamiento. Por eso mantienen en nómina a Yacht, porque saben que sus discos siempre tendrán canciones frescas a las que agarrarse. Y “Shangri-La”, su segundo disco para el sello de Murphy & Goldsworthy, vuelve a constatarlo. Jona Bechtolt y Claire L. Evans no sabrán de obras maestras , pero sí saben, y mucho, de canciones supuestamente frívolas que no lo son en realidad. Su particular filosofía de vida (esa suerte de universo místico y new ager que les lleva a hablar de shangri-las, de utopías, de experiencias paranormales y mil cosas más, con franqueza y con humor) se transmite en unas canciones de estribillos simpatiquísimos, bajos trotones y ritmos para mover el culete a la de tres. Yacht son los The B-52’s del aquí y el ahora, unos Tom Tom Club dirigidos por Laurie Anderson, Le Tigre comandadas por Fred Schneider y mil cosas más que podrían sonarles extrañas, pero que, en sus manos, no lo son en absoluto.