Bloo Mind
Discos / John Berkhout

Bloo Mind

7 / 10
Kepa Arbizu — 06-05-2016
Empresa — Autoeditado
Género — Pop

Pongámonos en situación, el grupo John Berkhout debutó hace tres años con un exquisito disco homónimo en el que demostraban y materializaban un elegante manejo de los sonidos de raíces norteamericanas. Las referencias que se dejaban caer entre sus composiciones abarcaban desde Crosby, Still & Nash a Fleet Foxes. Si ahora, tras lo comentado, alguien accediera a su nuevo trabajo “Bloo Mind” y procediera a escucharlo, tendería a concluir que hay algún error en lo hasta ahora expresado. Pero no, lo que aquí nos encontramos, sin embargo, es con una de esas decisiones (arriesgadas pero dignas de valorar) tomadas por los músicos no ya solo encaminadas a evitar encasillarse en un género, sino de dar un volantazo estilístico al camino emprendido.

Para ser justos, o más bien exactos, entre ambas grabaciones, pese a sus notables y explícitas diferencias musicales, hay algún elemento común ya manifestado en el sonido de los guipuzcoanos y que ahora, pese a tomar una forma diametralmente diferente, se mantiene. Principalmente aquel que tiene relación con un gusto por dejarse envolver por las texturas sonoras y a desarrollarlas con especial delicadeza. Y eso es extrapolable ya sea tanto a su raíz acústica y campestre como al uso de sintetizadores, guitarras distorsionadas o percusiones varias.

Asumiendo enseñanzas del krautrock y de bandas en las que confluyen los ambientes sugerentemente bailables e hipnóticos, como puede ser Tame Impala, los sonidos eléctricos y los sintetizadores, sumadas al tono casi susurrante con el que interpreta su cantante Ekain Perez, construyen el esqueleto sonoro de este álbum que tendrá su manifestación más evidente en temas como “They’ll Come for Me” o “Temporal Lobe”. Erigida esa base, el disco no rechaza abarcar matices y ampliar unos márgenes que llegan hasta la envolvente “Colours on Fire”, los repuntes electrónicos (“Horus”) o poperos (“Izarretatik hona”) o la funky “Valhalla”.

A pesar de la complicada pirueta que los de Oiartzun realizan con este trabajo, su salto desde las verdes praderas a las luces de color que adornan las pistas de baile, da la sensación de que tenían claro que el riesgo no era tanto y confiaban en caer de pie, como así ha sido. Otra cosa es hacer cábalas de hacia dónde irá su carrera en episodios posteriores o hasta qué punto puede despistar a su público, pero esas no dejan de ser consideraciones secundarias frente a lo importante: el riesgo tomado y el más que digno resultado obtenido de una empresa que no se antojaba fácil.

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